AP. Ciudad de México. 05 de octubre de 2021.- Habían pasado ocho días desde el inicio del año escolar y las cinco hijas de Amber Cessac — de entre 4 y 10 años de edad — habían dado positivo al COVID-19.
Teniéndolas a todas enfermas, preocupándose de las repercusiones a largo plazo y teniendo a otros padres de alumnos, y a su propia madre, desestimando la pandemia, “hizo que algo estallara en mí”, relata Cessac.
“La ansiedad y el estrés se me habían acumulado adentro y me sentía como derrotada, como desesperada”, añadió.
Como millones de padres de niños pequeños, Cessac ha estado lidiando con el estrés de la pandemia desde hace ya 18 meses.
Están agotados por la pandemia misma, principalmente ante la propagación de la contagiosa variante delta, más que nada entre los no vacunados, lo que ha causado un aumento pronunciado de los casos en los niños.
Las clases por internet trastocaron la educación de los niños y las rutinas de trabajo de los padres. Luego regresaron las clases presenciales, lo que trajo más exposición al virus y tensiones sociales debido a que los padres se peleaban por las medidas de salud apropiadas. La politización de máscaras, vacunas y cierres ha dejado extenuados a los padres, que durante año y medio han tenido que decidir qué pueden sus niños hacer y no hacer.
“Los padres están más agotados de lo que jamás hemos visto”, observó Amanda Zelechoski, profesora de psicología de la Universidad de Valparaiso que fundó la organización benéfica, y el acompañante website, Pandemic Parenting.
“Llevamos año y medio con los nervios de punta y la crisis no da señales de acabar”, añadió.
Para muchos, la realidad escolar ha sido fuente de intenso debate. Hay evidencias de que las máscaras reducen la propagación del virus y según las encuestas, en Estados Unidos la mayoría de la población está a favor de hacer obligatorio el uso de máscaras para alumnos y docentes. Pero el tema se ha politizado. Muchos gobernadores republicanos han tratado de prohibir toda orden de vestir la máscara. Las normas sobre máscaras, pruebas y cuarentenas varían notablemente de distrito en distrito. Poco después de la reanudación de las clases presenciales en agosto, la tasa de contagios repuntó y muchas escuelas tuvieron que volver a cerrar.
La escuela a la que van las cuatro hijas mayores de Cessac en un suburbio de Austin, Texas, no exige vestir la máscara. Las niñas, demasiado chicas para ser vacunadas, le dijeron que son unas de las pocas que usen la máscara. Ella las envió de vuelta al colegio mientras se recuperan.
“No hay ningún lugar donde las cosas estén mejor. Todas las madres nos sentimos atrapadas en esta situación. No hay nada que podemos hacer”, añadió.
Más de 5,5 millones de niños en Estados Unidos han dado positivo al COVID-19, el 20% desde el inicio del año escolar actual, según la Academia de Pediatría. Por lo general los niños son mucho menos susceptibles a enfermarse de gravedad o de morir, pero por lo menos 498 han fallecido.
Las vacunas han estado disponibles para niños mayores de 12 años desde mayo, pero las tasas de vacunación infantil son mucho menores a las de los adultos. Según datos oficiales, alrededor de la mitad de los jóvenes de 16 y 17 años están vacunados, y lo mismo con el 43% de los jóvenes entre los 12 y 15 años. Entre los adultos, están vacunados dos tercios de la población.
Y si bien se estima que para fines de año habrá una vacuna para los menores, por ahora siguen siendo vulnerables. Muchos padres no saben cuál es la mejor manera de protegerlos. “Muchos padres se ven ante decisiones difíciles, se preguntan ¿qué es lo más seguro para mi familia? O se sienten rezagados o invisibles porque otros segmentos de la población sí han podido reanudar actividades”, explicó Zelechoski.
Más de un millón de alumnos abandonaron el sistema de educación pública de Estados Unidos en el año escolar de 2020, en que la mayoría asistió a clases vía internet. No queda claro cuál es la tendencia en el año escolar actual, pero la obligación de ponerse la máscara ha llevado a algunos padres a buscar alternativas.
Sheila Cocchi, una madre soltera que aún siente los efectos después de contraer COVID-19 en febrero, le está pagando a una maestra para que le dé clases a sus hijos de 10 y 14 años, 10 horas a la semana, junto con un programa educativo por internet. Ella trabaja desde casa en Fernandina Beach, Florida, justo al norte de Jacksonville.
“El año pasado era como que, bien, esto es una locura para todos y juntos vamos a tener que adaptarnos. Ahora el estrés es distinto”, dice Cocchi.
“Estamos tratando de resolver este problema todos como nación, o por lo menos como estado, pero hay un montón de gente que no ayuda. Yo quiero que mis hijos regresen a la escuela, igual que todos los demás”, añadió.
Otros padres dicen estar seguros que lo mejor para sus hijos es estar en la escuela, y están optimistas de que todo estará bien.
En Fort Worth, Texas, Heather Buen, empleada de una empresa local de servicios públicos, le insiste a sus niños que se laven las manos y que se pongan la máscara, incluso cuando los demás niños — a veces ni siquiera los maestros — no lo hacen.
“Eso requiere un gran esfuerzo”, sostiene Buen.
Ella cree que al ver que su padre, un electricista, tuvo COVID-19 les causó suficiente impresión como para atenerse a las reglas sanitarias. Los cinco niños que están en la escuela no se han enfermado, y Buen se siente un poco más tranquila al ver que más docentes y niños están poniéndose la máscara. Aun así, padres de tres distritos, incluido el de ella, han entablado demandas acusando a las escuelas de violar los derechos constitucionales de los menores al no imponer una orden de vestir máscaras.
Las demandas, las peleas en las juntas escolares, y las peleas familiares y entre amigos también están contribuyendo al estrés generalizado.
“Las peleas de parte y parte, eso es lo que ha sido lo más difícil”, comenta Sarah Brazwell, cuyo hijito de 3 años está en el jardín de infancia y su hijo de 9 está en primaria. Ella dice que no está lista para vacunarse, y que ponerse la máscara en el pequeño pueblo de Florida donde vive “no tiene mucho sentido” porque casi nadie la usa.
La atención infantil — cómo conseguirla, pagarla, la posibilidad de enfermarse allí — ha sido una enorme fuente de estrés durante la pandemia. Hay poco personal especializado y puede resultar difícil encontrar una plaza disponible. Si un pequeño queda enfermo o expuesto al virus, incluso si sufre un resfriado menor, la escuela tiene que mandarlos a todos de vuelta a casa por días o semanas, obligando a los padres a buscar alternativas para el cuidado de sus hijos.
Deanna Manbeck, directora del centro de atención infantil al que va su hijo en Wilmington, Delaware, tiene una gran responsabilidad para las 20 familias que usan el plantel. Allí la directiva ha obligado a todos a usar máscaras, pero no a ponerse la vacuna, pues temen que los docentes renunciarán.
“¿Cómo voy a decirle a los padres que ya no podemos cuidar a sus hijos y que tienen que encontrar otro lugar?”, expresó Manbeck.
“Como madre, quisiera que todos los maestros estén vacunados, pero no estamos en la posición para exigir eso”, añadió.
Jeff Sheldon y su esposa entrevistaron niñeras para sus dos hijos — uno de 3 años y uno un bebé — luego que el cierre de escuelas y enfermedades menores confinaron a los pequeños a la casa durante semanas este verano pasado. Sheldon y su esposa usaron días de enfermedad o trabajaron desde casa. Las madres de ambos también ayudaron.
“No podemos seguir en una situación en que pueden suspender las clases de un día para otro”, manifestó en relación al centro de cuidado infantil en Lincoln, Nebraska, que usaba antes.
Sheldon podía trabajar desde casa más a menudo que su esposa, quien trabaja para el sistema de educación pública. De hecho, la pandemia ha subrayado la carga en particular que tienen las mujeres en balancear su trabajo con sus labores domésticas, y millones de mujeres han dejado de trabajar.
Tomarse un tiempo de licencia fue algo que consideró brevemente la doctora Ankita Modi, una pediatra en Charlotte, Carolina del Norte. Le molestaba el hecho de siquiera pensar en eso, pero así de mal estaban las cosas. En su distrito escolar, ponerse la máscara es algo opcional, no existe la opción de clases a distancia y ella dice que el sistema de rastreo no funciona. Las autoridades de salud local estuvieron de acuerdo y amenazaron con demandar al distrito antes de llegar a un acuerdo sobre las medidas sanitarias a seguir hace pocos días.
Su hijo más pequeño tiene 11 años y por lo tanto es muy pequeño para ponerse la vacuna; los otros dos sí pueden.
“Me siento como que los estoy poniendo en peligro todos los días. Como madre, es sumamente desconcertante. Yo no creo que nadie ha dormido bien desde que comenzaron las clases”, declaró Modi.