Angelical demonio sobre el ring, muere José ‘Mantequilla’ Nápoles
Por Jesús Yañez Orozco
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 17 de agosto de 2019.- A los 79 años sonó la última campanada… y ya no se levantó, pese a su insistente tañer. Angelical demonio sobre el ring –por el arte de la defensa y el ataque que desplegaba–y que se decantaba en poesía. Poderosos puños, dos pistones y resistencia granítica. Felinos movimientos en el cuadrilátero. Fue ídolo neto y nato del pugilismo mexicano.
Hacía años que el cubano naturalizado mexicano José Ángel Mantequilla Nápoles intentaba reponerse de los golpes que lo afligían por diversas enfermedades. Pero el buen ánimo había desaparecido y del dinero que ganó en sus peleas tampoco quedaba nada. Su apodo y su piel –de origen afrodescendiente– era una suerte de involuntario oximoron.
Fue efímero actor y músico. Incluso inspiró un cuento de Julio Cortázar. La infausta noticia propició que fueran dedicados amplios espacios en la industria mediática nacional. Pocas veces visto, leído y escuchado, tras el deceso de un ex deportista.
Mantequilla Nápoles (Santiago de Cuba 13 de abril de 1940), uno de los pugilistas más aclamados, falleció ayer a los 79 años en la Ciudad de México, sin poder recordar la gloria que lo invistió por su fino boxeo. Acabó por olvidar el olvido. El ex peleador vivía aquejado de diabetes y Alzheimer y esta última enfermedad le provocó fuertes repercusiones en varios de sus órganos.
A comienzos de la década de 1960, Nápoles abandonó su natal Cuba para radicar en México, de la misma manera que lo hizo otro trascendental peleador cubano, Ultiminio Sugar Ramos. El boxeo profesional estaba prohibido en el país caribeño y él sólo quería pelear. Así, adoptó el territorio mexicano como su casa, aunque jamás olvidó el júbilo de la isla.
En México forjó una magnífica carrera en los encordados. Su velocidad para lanzar y esquivar los golpes lo convirtieron en emblema del deporte de los guantes. Tenía una habilidad enigmática para mover la cintura y lanzar fuertes puñetazos que adormecían al rival.
La fama llegó pronto al convertirse el 18 de abril de 1969 en campeón mundial wélter del Consejo Mundial de Boxeo y de la Asociación Mundial de Boxeo, luego de vencer en una memorable y reñida contienda de 13 rounds a Curtis Cokes, en Los Ángeles.
El gusto le duró poco, ya que perdió la corona un año después al caer en Nueva York ante Billy Backus por nocaut en el cuarto asalto.
Fue un traspié doloroso, pero Mantequilla Nápoles era consciente del talento que tenía con los guantes y con el orgullo herido no dejó pasar más de seis meses para recuperar el cetro. Tendrían que pasar cuatro años para que perdiera de nuevo el título en otra inolvidable batalla.
El argentino Carlos Monzón fue su verdugo. Julio Cortázar inmortalizó esa contienda en el cuento La noche de Mantequilla. El escritor presenció en París el duelo en que el cubano dejó escapar el cinturón de campeón, pero su estilo de combate era tan fascinante que sedujo al novelista pese a perder la pelea.
El escritor argentino amante del boxeo, escribió el cuento titulado “La noche de Mantequilla“. En él relata el histórico combate entre compatriota, Carlos Monzón y “Mantequilla” Nápoles por el título mundial.
Narra su pluma sublime:
“Todo el mundo parado a la espera de la campana del séptimo round, un brusco silencio incrédulo y después el alarido unánime al ver la toalla en la lona, Nápoles siempre en su rincón y Monzón avanzando con los guantes en alto, más campeón que nunca, saludando antes de perderse en el torbellino de los brazos y flashes”.
Entre sus batallas también se recuerdan los enfrentamientos que sostuvo con otras leyendas del pugilismo, como los estadunidenses Emile Griffith, Ernie López, Hedgemon Lewis, y Armando Muñiz.
La Plaza de Toros México fue el último escenario en el que lanzó sus golpes. John H. Stracey lo derrotó en 1975, duelo clave para que José Ángel Nápoles optara por el retiro.
Por años lo siguió cobijando el reconocimiento. Ingresó al Salón de la Fama del Boxeo del Madison Square Garden en 1985 y un lustro después también fue investido por el Salón Internacional de la Fama de Boxeo de Canastota.
Aunque derrochaba alegría a su paso y tendía a ser bromista, Mantequilla también llegaba a ser celoso de su vida privada. Los rumores dicen que presumía de un clóset envidiable con 500 trajes. El dinero que ganó lo invirtió al poner un bar en la colonia Doctores, pero al final, casi todas sus ganancias se perdieron en apuestas en el Hipódromo de las Américas.
Como buen caribeño llevaba la música en la sangre y luego de una gira con el grupo Negro Santo llegó a Ciudad Juárez, entidad en la que pasó sus últimos años junto a su esposa Bertha Navarro.
Para ese entonces le quedaba la fama, pero no el dinero. En los baños Roma improvisó un modesto gimnasio donde impartía clases a pocos apasionados del boxeo.
Debido a la diabetes y el Alzhaimer, en su memoria quedaban pocos recuerdos de sus proezas arriba del ring con las que encantó a miles de personas. Los estragos de sus enfermedades fueron golpes letales, agravados por una depresión que padeció en años recientes.
El fallecimiento de Nápoles fue confirmado por Mauricio Sulaimán, presidente del Consejo Mundial de Boxeo.
“Mantequilla es ya campeón para la eternidad. Se nos fue el gran campeón, pero lo hizo de manera digna y con el amor de sus hijos. Descanse en Paz mi gran ídolo, mexicano de corazón aunque cubano de nacimiento ¡Adiós Mi Campeón!”, escribió en redes sociales.
Fueron 81 victorias con 54 nocauts las que consiguió en los cuadriláteros, sólo siete veces lidió con la derrota, cifras que reflejan el talento de un incomparable peleador: José Ángel Mantequilla Nápoles.