Balón Cuadrado: ‘Canelo’, Gulliver del ring

Por Jesús Yáñez Orozco

Periodistas Unidos/Balón Cuadrado. Ciudad de México. 16 de noviembre de 2021.-  Pregunta mi madre, con un barniz juvenil y una pátina de decepción en su voz –acorazada por el tiempo, 87 años de edad, nevado volcán su cabeza–, cuando está a punto de comenzar el tercer episodio de la pelea entre Canelo Álvarez y Caleb Plant y que pronosticaba otro fiasco:

“¿En qué round crees que lo noquea?”

Pasan como ráfaga por mi mente las decepcionantes imágenes de los seis minutos previos: podía enviarlo a la lona cuando él quisiera. Me quedaba claro que el chico, Caleb, era otro de los bultos que suelen poner sobre el ring al Canelo. Llegaba con un récord de 100 peleas amateurs y 20 profesionales.

Pero está acobardado frente a su rival. Y pese a que es 12 centímetros más alto que él.

Y que Saúl Álvarez llevaría la pelea a los estertores del combate. Sobre todo, porque en lugar de boxear, su contrincante, es maratonista, caricaturesco, del ring. Aterido de miedo corría de una esquina a otra del cuadrilátero. Trataba de eludir la granizada de golpes del Canelo sobre su cuerpo.

¿Por qué?

Porque así conviene a la televisión, TV Azteca, en particular –esta vez extrañamente Televisa no la transmitió. Y porque, así conviene a la industria/mafia boxística –promotores, televisoras, casas de apuestas, medios de comunicación. Que ha hecho del púgil tapatío una suerte de impostado héroe nacional. El negocio por encima del deporte.

Aderezado con estultas arengas de merolicos del micrófono donde parece que el honor patrio está en juego:

Julio César Chávez, ex campeón mundial, Eduardo Lamazón, ex vicepresidente del Consejo Mundial de Boxeo, y Rafael Ayala, cronista.

Previo al combate la empresa de Ricardo Benjamín Salinas Pliego –con una fortuna superior a los 13 mil millones de dólares, empresario consentido del presidente Andrés Manuel López Obrador—había “calentado” la pelea publicitándola de manera intensa.

Y Saúl no iba a noquear a Plant en el primer o segundo round. Significa a las televisoras dejar de ganar millones de pesos por concepto de publicidad.

Fue burda la teatralidad de la gresca entre ambos durante la ceremonia del pesaje.

Pero la afición quiere, anhelante, eso: circo

Saúl no tiene la culpa de estar en el olimpo –una especie de Prometeo encadenado, aunque sin fuego en la entraña– sobre el ring.   Encarna la crisis del boxeo mundial en lo que va del presente siglo. Los peleadores de peso completo que daban más brillo a este oscuro deporte no se ven por ninguna rendija.

Es lastimoso ver cómo excampeones mundiales en el retiro –algunos con más de medio siglo de edad— ofrecen peleas de exhibición –con el eufemismo de “a beneficio”– que reciben más loas que las del Canelo.

Respondí a mi madre, mientras comíamos deliciosas palomitas de maíz caseras frente al televisor:

“Noquea en el 11”.

Así fue.

Seguramente es coincidencia mi pronóstico.

Predecible –como que el sol siempre será rojo– que el vencedor sería el púgil mexicano.

Quise ver la pelea de Saúl Alvarez atenazado por la vana quimera de que, ahora sí, callaría la boca a quienes dudamos de la calidad boxística que muchos se empecinan en considerar como fuera de serie en la historia del pugilismo mundial.

Y que brindaría un espectáculo mejor al que demostraron, en días pasados, las mexicanas Jackie Nava y Mariana Juárez La Barbie. Ambas causaron furor nacional en una pelea de alarido celebrada en Tijuana, Baja California. Incluso algunos aficionados en redes sociales comentaron que prefieren peleas de féminas y ver de mirar las del peleador jalisciense

Me equivoqué.

Pequé de inocente.

Seguro, no es tan malo como pienso, ni tan bueno como otros creen.

Una vez más comprendí por qué Ignacio Beristaín, manager mexicano –ícono del boxeo mundial– quien ha forjado 28 campeones mundiales, entre hombre y mujeres, comenta que prefiere ver futbol que mirar una pelea del Canelo.

Más cuando juega Cruz Azul, equipo de sus apetencias balompédicas.

“En la época de oro del boxeo nacional – años 40s-80s—Saúl Alvarez sería un excelente sparrig”, solía decirme con sorna, antes de su muerte, Enrique García, excampeón nacional de box.

Durante un programa de Balón Cuadrado que se transmite todas las tardes entre semana –por radioexpresionmexico.com–, en charla con Beristaín, pregunté al mánager qué opinaba de las palabras del García sobre Canelo.

Discrepó.

Y aseveró, diplomático,  que el tetracampeón ha hecho méritos para estar donde está.

Previo a la pelea comenzaron a circular lapidarios memes en redes sociales que hacían sorna de qué es, en realidad, el tapatío como boxeador.

En uno aparece un payaso calzándose enormes y multicolores zapatos. Y una frase en alusión cómo se preparaba el púgil tapatío para el combate de esta noche.

En otro, que es recurrente, después de su triunfo, Canelo se mira sobre el ring frente a un costal de papas.

El rubio boxeador bebe la amarga cicuta del desprecio de un sector del pueblo. Significativo el granítico, gélido, abismal vacío dibujado en su rostro que no llena su jugosa fortuna –65 millones de dólares. Y en 2023 ascendería a casi 500 millones, unos 10 mil millones de pesos al cambio actual.

A lo largo de 32 minutos sobre el cuadrilátero, Caleb Plant no pegó más de media docena de golpes certeros en el cuerpo y rostro de su rival. Que mirados con calma son caricias con pétalos de rosa. Parecen de mullido algodón sus puños. En contraste, él, desde el tercer round ya tenía la cara enrojecida.

Llama mi atención el séptimo asalto: Canelo contra las cuerdas, una sonrisa socarrona dibujada en sus labios, sin huella alguna de la batalla en su rostro, invita con la mirada, acorazándose con sus puños, a Plant a que lo golpee.

Temeroso, Caleb le pega con paralizante tibieza.

El mexicano sabe que las balas de su metralla tienen la pólvora mojada.

Saúl Álvarez, consciente o inconscientemente, sabe que es una impostura.

Y eso debe morderle el alma.

Daría buena parte de su fortuna a cambio de ser el ídolo que nunca será. Sólo en la pelea de hoy se lleva 40 millones de dólares, la mejor bolsa de su historia sobre los encordados. Además de derechos de televisión y patrocinios.

Resulta significativa su desmedida ansía de magnificarse a sí mismo.

Cuando se dirigía a su enfrentamiento con Plant, sobre los pasillos del MGM de Las Vegas, Fer, cantante de Maná, entonaba por el sonido local la canción El Rey, de José Alfredo Jiménez. Y que es una oda al eterno vacío del mexicano desde la colonia española:

“No tengo trono ni reina
ni nadie que me comprenda
pero sigo siendo el rey”.

Demasiada coincidencia que, tras su victoria, algunos de los principales diarios deportivos del país titularon en sus portadas, con la imagen del tetracampeón coronado, y que se trocó en humor involuntario:

“Rey Canelo”, título el periódico Esto.

“Rey del mundo”, secundó el Récord.

Ni es rey ni ídolo.

Es demasiado perfecto para serlo.

Adonis sobre los encordados, encarna la antítesis del icono boxístico: por su guapura semeja más rockstar que púgil. No se sabe que se exceda en ingesta de alcohol o consuma drogas; exitoso empresario. Mujeriego sí es. Ha procreado cuatro hijos con diferentes parejas. Aunque se sabe de amoríos mediáticos con Kate del Castillo y la conductora Marisol González. En este momento vive su luna de miel con su esposa Fernanda Gómez, en París.

Rubén Olivares, ex campeón mundial, idolatrado por las masas hasta la fecha, es el espejo donde él nunca se mirará.

“El Púas”, enamorado de la mariguana, el trago, las damas –pese a no tener porte de galán de telenovela mexicana—, actor de cine y teatro, incluso incursionó en la política, llegó a decir que deseaba ser sepultado en la Rotonda de los Personajes Ilustres.

Porque el ídolo encarna a un pueblo.

Al final de la pelea con espíritu patriotero, como si él encarnará a su país, 127 millones de habitantes, Canelo lanza tres palabras en las que subyace el espíritu de un pueblo derrotado:

“¡Viva México, cabrones!”

Y simbólicamente, como Juan Escutia, el niño héroe, se envuelve en la bandera del boxeo nacional, lanzándose desde lo alto del ring.

Ningún deportista profesional encarna la patria.

Son negocio vil.

Y ya lo dijo José Benavides, mánager y padre de David, peleador mexicano-estadounidense al que Canelo rehúye:

“Canelo no es el campeón del pueblo”.

Eso sí: es rey… chiquito o Gulliver.

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