El pecado de jugar en NFL
Foto: Gerald Herbert / AP
Por Jesús Yañez
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 22 de enero de 2019.- México y Estados Unidos son los dos países con los mayores índice de obesidad en el mundo, infantil y adulta. En particular, se refleja en uno de los tres deportes profesionales más populares, en el vecino país del norte: el futbol americano. Mal que, por ejemplo, nada tiene qué ver con los recurrentes traumatismos cerebrales, asola a los jugadores retirados de la NFL: obesidad mórbida. Mortal grasa que vale oro. En tres décadas pasaron de 109 kilogramos a 142. Fueron vasallos que defendieron al rey: el quarterback.
Podría ser el precio de la fama.
Llama la atención que en su mayoría sean afrodescendientes.
En las décadas pasadas, el énfasis de la NFL en las situaciones de pase y la protección del mariscal de campo han provocado que los equipos llenen sus líneas ofensivas y defensivas con los hombres más grandes que ha habido en la historia del juego. Muchos de ellos llegan a pesar fácilmente más de 130 kilos.
Son una especie de Hulk —Hombres Verdes–.
Sin embargo, su enorme corpulencia, que fomentan los entrenadores y ayuda a algunos jugadores a convertirse en mercancías multimillonarias, provoca que muchos de ellos sean propensos a sufrir de problemas de obesidad.
Cuando se retiran, estos hombres suelen ser incapaces de perder el peso que necesitaban para hacer su trabajo. Sin la estructura de un equipo y la guía de los entrenadores por primera vez en décadas, muchos de ellos pierden la motivación para estar en forma. O ni siquiera lo pueden intentar, pues el daño que tienen en pies, rodillas, espalda y hombros limita su capacidad para ejercitarse.
Esta es una razón importante para que los exlinieros, en comparación con otros jugadores de futbol americano y la población en general, tengan índices más altos de hipertensión, obesidad y apnea del sueño, padecimientos que pueden provocar fatiga crónica, mala alimentación e incluso la muerte.
Resulta que bloquear para proteger a un mariscal de campo –rey– que vale 25 millones de dólares al año –cerca de 480 millones de pesos– puede poner a los linieros –vasallos– en las categorías de alto riesgo de muchas de las enfermedades que la gente debe evitar, según los expertos en el cuidado de la salud.
“Los linieros son más grandes y, en la actualidad, para bien o para mal, les piden que se vuelvan más corpulentos”, comentó Henry Buchwald, un especialista en cirugía bariátrica de la Universidad de Minnesota que trabaja con Living Heart Foundation, una organización sin fines de lucro que ofrece pruebas médicas gratuitas a exjugadores de la NFL.
“Les cuesta mucho abandonar sus hábitos alimenticios cuando dejan de jugar y, cuando se vuelven obesos, quedan expuestos a la diabetes, la hipertensión y los problemas cardiacos”, advirtió.
Muchos linieros aseguran que sus entrenadores de bachillerato y universidad los alentaban a ganar peso para obtener becas y ser contratados por la NFL, donde a muchos jugadores se les pedía que se volvieran aún más grandes.
Living Heart Foundation ha examinado a miles de exjugadores desde que se fundó en 2001 con financiamiento del sindicato de jugadores de la NFL.
Cerca de dos terceras partes de esos jugadores —no solo los linieros— tenían un índice de masa corporal superior a 30, lo cual se considera moderadamente obeso. Una tercera parte de los jugadores que fueron revisados tenían 35 o más, es decir, resultaron ser significativamente obesos.
El índice, que es considerado una indicación general del peso en relación con el tamaño, no toma en cuenta la masa muscular.
De 1942 a 2011, en promedio, los linieros han ganado de 0,34 a 0,90 kilogramos por año, cerca del doble del promedio de lo que han subido todos los jugadores de la NFL, de acuerdo con un estudio publicado en The Journal of Strength and Conditioning Research.
Otro estudio mostró que el peso promedio de los linieros ofensivos aumentó un 27 por ciento a medida que evolucionaron las situaciones de pase, de 109 kilogramos en la década de los setenta a 142 en la década de los dos mil.
El uso de esteroides (aunque la NFL no lo quiera admitir), la mala alimentación y el aumento en el tamaño de los estadounidenses, en general, también han contribuido a los problemas que enfrentan los linieros.
Tras reconocer que se debía hacer más, la NFL y el sindicato de jugadores comenzaron a ofrecer exámenes médicos, membresías de clubes de salud y otros servicios a los jugadores retirados. Por ejemplo, decenas de jugadores retirados obtienen evaluaciones médicas gratuitas en el Supertazón.
Derek Kennard: apnea del sueño
Muchos linieros retirados afirmaron que se habían percatado de los peligros de ser obesos cuando Reggie White, un miembro del Salón de la Fama, murió en 2004 a causa de una arritmia cardiaca. También sufría de apnea del sueño.
Los linieros son propensos a sufrir este padecimiento, en el cual la respiración de una persona se detiene y luego vuelve a empezar varias veces porque los músculos del cuello presionan el conducto respiratorio mientras duerme. Este fenómeno interrumpe el flujo de oxígeno y despierta al jugador, a menudo durante un segundo o dos.
Las continuas interrupciones del sueño pueden hacer que las personas con apnea sientan que no descansan por completo, mientras que la falta de oxígeno estimula al cuerpo para que produzca más azúcares, lo cual puede provocar diabetes tipo 2, sobreingesta y otros problemas, mencionó Anthony Scianni, un dentista que dirige el Centro para la Medicina Dental del Sueño, que trabaja con exjugadores de la NFL.
Derek Kennard, un guardia que jugó once temporadas con los Cardenales, los Santos y los Vaqueros, ha luchado por dar marcha atrás a este ciclo. Roncaba tan fuerte —un síntoma común de la apnea del sueño— que el compañero con el que compartió dormitorio en su última temporada pidió que lo cambiaran a uno distinto.
Después de que se retirara en 1996, los años de privación del sueño generaron otros problemas. Comía mal y subió 45 kilos. Tomaba Vicodin para aliviar el dolor de las lesiones que le dejó el futbol americano. El dolor, la falta de sueño y el peso adicional le dificultaban ejercitarse. Se le dispararon los niveles de colesterol y la presión arterial.
Se quedaba dormido detrás del volante cuando se detenía en los semáforos.
“No duermes bien, así que tu cuerpo no se cura solo”, comentó Kennard, quien tiene un hijo, Devon, que juega como apoyador para los Leones.
En 2009, Kennard, de 1,90 metros y con un peso que había alcanzado los 210 kilos, buscó ayuda. Le hicieron pruebas para la apnea del sueño y le dijeron que se despertaba 77 veces por hora. Un episodio en el que dejó de respirar duró 1 minuto con 32 segundos.
Empezó a usar una boquilla para mantener abiertas las vías respiratorias. Ahora se despierta solamente dos veces por hora y duerme unas siete horas por noche. Su peso cayó a unos 158 kilos y dejó de tomar analgésicos.
Vaughn Parker: comer en exceso, batalla constante
Vaughn Parker, un tacle que jugó once años —la mayor parte de su carrera con los Cargadores—, luchaba con el exceso de comida y, después de una decena de intervenciones quirúrgicas en los hombros, tobillos y tríceps, le costaba hacer ejercicio para perder peso.
“Todo mundo debe cargar una cruz”, comentó Parker, de 47 años, quien también padece hipertensión.
“Para algunas personas, es apostar o beber alcohol. Para mí, es la comida”.
En 2013, Parker recibió una llamada telefónica de Aaron Taylor, quien fue su compañero de equipo y lo animó para que se ejercitara con otros jugadores retirados de la NFL que recibían membresías gratuitas de parte de Trust para ir al gimnasio.
Parker sabía que había perdido la mejor oportunidad de estar en forma, justo después del retiro, pero intentó recuperar el tiempo perdido.
Sus entrenamientos eran agotadores, pero se mantuvo en el programa, en parte porque lo motivaba la camaradería con los otros exjugadores, y bajó casi 45 kilos el primer año.
“No pasó un solo día en el que no me sentara al borde de la cama y dijera: ‘No voy a ir hoy’”, mencionó Parker.
No obstante, la posibilidad de un sinnúmero de problemas de salud motiva a Parker a seguir ejercitándose. Hace poco se inscribió en un programa de entrenamiento de seis semanas.
Jimmie Giles: evitar operaciones, controlar el dolor
Los linieros no son los únicos jugadores que necesitan mantener el peso extra para jugar su posición. Los alas cerradas y los apoyadores también lo necesitan.
Este fue el caso de Jimmie Giles, uno de los mejores alas cerradas de su época para bloquear gracias a su tamaño y sus manos suaves. Casi treinta años después de haberse retirado, Giles, quien vive en Tampa, Florida, donde fue estrella de los Bucaneros, pesa más o menos 158 kilos, unos 45 kilos más del peso que tenía cuando jugaba.
Después de una carrera de trece años en la NFL, Giles había provocado un daño permanente a su espalda, sus rodillas y sus pies. Tenía frecuentes dolores de cabeza, el resultado de una decena de conmociones.
Cuando se retiró, practicó golf para mantenerse en forma. No obstante, los efectos de sus lesiones en el futbol americano se acumularon y limitaron su actividad.
Tenía discopatía degenerativa en cuatro discos de la espalda y no sentía la pierna derecha, además de padecer apnea del sueño. Su incapacidad para ejercitarse exacerbaba sus problemas.
Para aliviar el dolor en la espalda, Giles recibía cinco epidurales al año, un calvario al que renunció cuando comenzó a tomar analgésicos. Sin embargo, estos pueden ser muy adictivos y le provocaban aletargamiento.
“Eso no es vivir… eso es sobrevivir”, comentó Giles en la oficina de seguros de su familia en Tampa.
Hace unos dos años, Giles dejó de tomar analgésicos. Ahora recibe inyecciones de cortisona. Dice que ni siquiera toma aspirinas porque quiere saber cuándo le duele.
Le ha costado perder peso. Anduvo en bicicleta hasta que le afectó la próstata. Ahora practica natación durante una hora varias veces a la semana. Intenta comer con moderación y evita los azúcares y las harinas.
David Lewis: diabetes, padecimiento cardíaco
Cuando David Lewis jugaba de apoyador en la década de los setenta y a principios de la de los ochenta, medía 1,93 metros y pesaba 107 kilos. Como muchos otros jugadores, las lesiones lo empujaron a dejar el juego.
“He sufrido esguinces, fracturas de los nudillos, he tenido codos hiperextendidos, problemas en los nervios del cuello y los hombros”, comentó Lewis, de 64 años.
“No podría decir con exactitud cuántas conmociones he tenido”.
Más o menos a los 40 años, Lewis ya recibía pagos por discapacidad y ha calificado para el Plan 88, un beneficio que ofrecen la liga y el sindicato para pagar la atención médica de los jugadores con demencia, incluyendo la provocada por las enfermedades de Alzheimer o Parkinson.
Debido a que no puede correr o ejercitarse mucho, ahora pesa alrededor de 136 kilos.
“A medida que pasó el tiempo, empezaron a surgir todas las enfermedades”, mencionó.
Entre las enfermedades que sufre se encuentran la diabetes tipo 2, un padecimiento renal e insuficiencia cardiaca por la hipertensión. Recibe transfusiones de hierro para corregir la deficiencia. Toma seis pastillas al día.
Va a la YMCA para usar una caminadora y subirse en una bicicleta estática. También ha intentado comer de manera más saludable. Esto le ha servido para perder unos 13 kilos este año y aliviar el estrés en sus rodillas y espalda.
Willie Roaf: acumulación de lesiones
En 2005, Willie Roaf sabía que había llegado el momento de retirarse después de trece años de carrera como tacle izquierdo en los Santos y los Jefes, y con logros que lo llevaron a formar parte del Salón de la Fama. Muchos de los 189 partidos que jugó fueron en el implacable pasto sintético, y su cuerpo se estaba desmoronando.
Roaf, de 48 años, se desgarró el tendón de la corva y sufrió lesiones en espalda y rodillas, episodios de gota, una infección de estafilococo y una inflamación linfática periódica en la pierna. Tras ser diagnosticado como prediabético —es decir, sus niveles de glucosa resultaron más altos de lo normal—, se puso como meta bajar de peso.
Años después, los doctores le dijeron que tenía estenosis espinal, un estrechamiento en el conducto vertebral. En 2013 lo operaron para aliviar la presión en los nervios ciáticos. Roaf quería seguir bajando de peso, pero hacer ejercicio era difícil.
“No puedo hacer nada más que estiramientos”, comentó en la cocina de su casa en Florida. Toma medicamentos para prevenir la gota y regular su presión sanguínea, el colesterol, la artritis y el ácido úrico.
Ha incrementado su movilidad y ha regresado al gimnasio, donde hace 30 minutos en la caminadora o en la elíptica varias veces a la semana. Camina unos siete mil pasos al día, los cuales monitorea con un reloj Fitbit.
No obstante, sus lesiones limitan lo que puede hacer.
“Si es un mal día, solo me siento en el sillón reclinable y no voy a ninguna parte”, confesó Roaf.
NFL: pecado capital de la American way of life.