El Santo, “Mito Genial”: temía a los cementerios
Por Jesús Yáñez Orozco
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 06 de febrero de 2019.- A 35 años de su muerte, que se cumplen hoy, El Santo fue un “mito genial” mediático de la lucha libre mexicana y la cultura nacional: temía a los cementerios. Ídolo inconmensurable del pueblo. Casi siempre del bando de los buenos, devoto de la Virgen de Guadalupe.
Hay un dato que dimensiona la influencia que hasta la fecha tiene entre los aficionados a la lucha libre. Según la Revista Rolling Stone, del 5 de febrero de 2014, posé Récord Guinness: ha vendido más 53 millones de souvenirs, recuerdos, alusivos a su personaje, desde atuendos, máscaras, hasta llaveritos… y contando.
Es el primer superhéroe de carne y hueso de la cultura popular mexicana. En contraste con el fenómeno de masas que se dio en el país de Las Bardas y Las Estrellas —por obra y gracia de Donald Trump— donde sus superhéroes son de papel, historieta y monitos en los diarios, algunos llevados al celuloide:
Superman, Batman, Los 4 Fantásticos, Linterna Verde, El Hombre Araña, El Llanero Solitario…
Todos tienen una mágica característica: el rostro embozado.
Máscara, escalera al cielo, principal valor agregado de este ícono plateado de los cuadriláteros en México. Peculiar mortaja facial que envuelve sensualidad y sexualidad.
Y porque la máscara, metafóricamente, es el verdadero rostro.
Jesús Murciélago Velázquez fue el primer luchador en la historia del pancracio que usó una. Fue uno de los mejores sobre el cuadrilátero
Reflexionaba sobre un texto publicado de cuál era el significado de la capucha sobre el rostro, de mí autoría, en el diario El Universal, el 5 de febrero de 2004:
Trozo de tela, trapito multicolor. Viaje sin escalas a la eternidad. Enigma que nada esconde y sólo reafirma el mensaje gráfico de quien la porta, ahora se usa en insospechados ámbitos sociales.
Las tapas de El Santo, Blue Demon, Rayo de Jalisco, Huracán Ramírez, Mil Máscaras, obsequian un efímero sentido de pertenencia a quienes las usan fuera del ring: el pueblo. Porque no esconden, revelan identidad.
A la fecha el uso de máscaras se ha convertido en un fenómeno popular en los estadios de futbol. Cada vez es más común entre aficionados al balompié y se ha extendido a otros deportes. Las que, por ejemplo, tienen mayor demanda son: El Santo, Blue Demon, Huracán Ramírez, Místico, Rayo de Jalisco, entre otras.
Quizá el Subcomandante Marcos se haya inspirado en él, consciente o inconscientemente, para recurrir al pasamontañas como sinónimo de luchador social, abajo del ring, en contra del Supremo Gobierno. Primero contra el PRI, luego el PAN, y ahora enermigo de Morena, partido del presidente Andrés Manuel López Obrador.
“La lucha libre mexicana es el espacio del desahogo colectivo, de la catarsis social; donde el chingón —ése que describió Octavio Paz en El laberinto de la soledad—, se encarna con musculatura de hierro en un ring de seis por seis metros, donde el hombre marginal condenado al ostracismo económico tiene la oportunidad de renacer como héroe de las arenas de concreto —el gladiador redivivo que pelea por algo más que su libertad— y se gana la admiración y el aplauso de la gente, ha a alcanzar su propia estatua en el barrio o el pueblo ‘que lo vio nacer’”, define la revista Algarabía.
Agrega:
“Deporte y disciplina, pasión y sufrimiento, donde la violencia, a decir de Carlos Monsiváis –célebre cronista de la ciudad de México fallecido y apasionado de este deporte-espectáculo–, se vuelve estética y refleja la eterna lucha entre el bien y el mal: los técnicos contra los rudos, la máscara contra la cabellera, en un duelo de dos a tres caídas —con límite de espacio, sin límite de tiempo—, hasta que el derrotado salga entre un bullicio de chiflidos —cubriéndose el rostro— y el puño del vencedor sea levantado por El Tirantes –réferi–, y cual efigie de guerrero helénico, se “corone” su victoria con un cinturón de fino metal labrado.”
La lucha libre es, en estricto sentido, teatro. Que, sin embargo, no cualquiera puede llevar a cabo. Se necesitan varios años de riguroso entrenamiento, bajo la rigurosa mirada de un entrenador, para llegar a la perfección que exige el ring.
Suele causar grima el recuerdo que evocan las tres décadas y media del deceso de El Santo: después de casi 40 años en los encordados sin haber perdido la tapa, y ya retirado, se quitó el plateado trapito ante las cámaras de Televisa.
uego del retiro del ring, en 1982, un día se presentó trajeado y perfumado en el programa Contrapunto que conducía Jacobo Zabludovsky, uno de los personajes más polémicos de los medios de comunicación en México, a la gruesa sombra de la dinastía Azcárraga, dueña de la televisora y la conciencia del pueblo.
Aplicándole la hurracarana –una de las llaves más efectivas del pancracio– verbal logró despojarlo de su máscara. Aunque sólo mostró, fugaz, una pequeña parte de su rostro. En un acto casi de prestidigitación, se desembozó ante el asombro de los televidentes.
El Licenciado Zabludovsky había logrado lo que ningún luchador en casi cuatro décadas de recorrer lona por una buena parte del mundo: desenmascararlo.
Aunque sólo por una fracción de segundo que pareció eterna.
Recordar aquella escena pellizca el corazón.
A los largo de sus casi 40 años en los encordados, el embozado de plata expuso su tapa contra máscaras y cabelleras cerca de 40 ocasiones. Siempre salió victorioso.
EL Santo es, sin duda, uno de los tres mitos imperecederos de la cultura popular mexicana: Pedro Infante y la Virgen de Guadalupe, los otros dos.
Nació el 23 de septiembre de 1917 en Tulancingo, Hidalgo. Era la cresta de la ola de la Revolución Mexicana. EL país olía a polvora, sangre, muerte. Falleció de un infarto de miocardio después de una actuación en el popular Teatro Blanquita.
Al día siguiente fue sepultado en Mausoleos del Ángel, al sur del Distrito Federal, cerca de Ciudad Universitaria, ante 10 mil personas que fueron a despedirlo, así como varios luchadores. Entre ellos, Black Shadow y Blue Demon, quienes cargaron el féretro. Falleció a los 66 años: el 5 de febrero de 1984.
Unos años antes había sufrido otro paro cardiaco, al que sobrevivió, mientras se desarrollaba una lucha en contra de los Misioneros de la Muerte.
Fue el quinto de siete hijos. Llegó al Distrito Federal cuando su familia se asentó en el popular barrio de Tepito. En un inicio practicó beisbol y futbol americano, pero después se interesó por la lucha. Aprendió jujitsu y lucha grecorromana.
No se ha establecido cuándo comenzó exactamente su carrera luchística: si en la Arena Peralvillo, Cozumel, el 28 de abril de 1934 (usando su verdadero nombre), o en el Deportivo Islas, en la colonia Guerrero, de la ciudad de México, en 1935.
Pero durante la segunda mitad de la década de 1930 se inició como luchador. Usó diversos nombres: Rudy Guzmán, El Hombre Rojo, El enmascarado, El Incógnito, El Demonio Negro, El Murciélago II. Este último nombre fue una copia de otro famoso luchador de esa época.
Después de un reclamo por el nombre por parte del Murciélago original, Jesús Velásquez, la Comisión Mexicana de Boxeo y de Lucha prohibió a Guzmán utilizar ese nombre. Bobby Arreola había desenmascarado a Rodolfo Guzmán cuando empleaba el nombre de Murciélago II.
En 1940, Guzmán se casó con María de los Ángeles Rodríguez Montaño (Maruca). Unión que procreó diez hijos: Alejandro, María de los Ángeles, Héctor Rodolfo, Blanca Lilia, Víctor Manuel, Miguel Ángel, Silvia Yolanda, María de Lourdes, Mercedes y Jorge Guzmán Rodríguez.
Si bien El Enmascarado de Plata fue el luchador más mediático, no fue el mejor.
Quienes conocen del buen pancracio afirman que eran superiores a él, en cuanto a técnica, velocidad y creatividad sobre el ring y las 12 cuerdas –algunos parecían alambristas circenses—Carlos Tarzán López, Black Shadow, El Murciélago Velázquez, Gori Guerrero y Blue Demon –quien sí habría practicado lucha grecorromana, base de la lucha libre— con el que tuvo una histórica rivalidad.
Aunque abajo del encordado no había tal. Incluso, a petición del Enmascarado de Plata, el Demonio Azul enseñó lucha olímpica a quien se convirtió en su sucesor: El Hijo de El Santo.
Rodolfo sentía pavor en los panteones. Cuando filmaba por la noche en cementerios como locaciones se le arrugaba la Máscara de Plata. Pedía a uno de sus hijos, quien lo acompañaba, que no se despegara de él.
Una vez, filmando en la noche en el de Xoco (que está a un lado de la Cineteca), al sur de la ciudad de México, según Rolling Stone, dijo a su hijo a mayor (Alejandro):
–¡No te me despegues, ya sabes que no me gustan los panteones!
–¡Pero papá, si eres El Santo! respondió su hijo.
A que el luchador replicó:
–¡Sí yo soy El Santo, pero en las películas. A mí estas cosas me dan mucho miedo!
Su personaje trascendió el ámbito de la lucha libre y se transformó en un superhéroe. Logró un manejo muy hábil de su imagen en diversos medios masivos, de modo que se transformó en héroe de comic con la publicación semanal editada por José G. Cruz.
De ahí saltó al cine. Protagonizó 52 largometrajes exitosos en taquilla no sólo en México, sino en gran parte de América Latina, España y algunos países árabes, de religión musulmana, como Líbano o Turquía.
Incluso hay anécdotas como la del maestro de la plástica, José Luis Cuevas, cuando radicaba en Francia. Contaba que las películas del luchador eran un verdadero fenómeno entre la población de la Ciudad Luz, cuando eran exhibidas en un cine cercano a su estudio, ubicado en la calle Lord Byron, a unos pasos de Campos Elíseos.
Otras figuras del cuadrilátero como Huracán Ramírez (su tapa es la que más hermosas, por las grecas aztecas), Blue Demon y Mil Máscaras también incursionaron en el cine.
as nunca tuvieron el arrastre de El Santo, a quien podemos considerar el primer gran producto mercadológico surgido de la lucha libre.
Después del fallecimiento de Rodolfo Guzmán, uno de sus hijos, Jorge Guzmán Rodríguez, adoptó la máscara de su progenitor, dándose a conocer como El Hijo del Santo.
El personaje de Rodolfo Guzmán inspiró a dos caricaturistas de Guadalajara, Jalisco, Trino y Jis, para crear una tira cómica parodiada que apareció durante casi dos décadas de 1990 al 2000 en el diario La Jornada: Santos y la Tetona Mendoza.
Incluso el enmascarado caricaturizado fue llevado al celuloide en el 2012. Jis y Trino hicieron el guión de la película El Santos vs. La Tetona Mendoza. Habían ganado fama en las páginas del diario La Jornada.
La pobreza luchística que se observa en las arenas –y a través de la televisión– ahora se caracteriza por espectaculares lances acrobáticos desde la tercer cuerda. O encerrados en jaulas metálicas.
La lucha a ras de lona pasó a la historia. Porque así lo manda la inmaculada conciencia nacional: Televisa. Su ojo de vidrio la convirtió en un fenómeno popular en los años 50s y 60s. Más llegó un momento que dejó de transmitirla por una especie de autoceunsura.
Tuvieron que pasar varias décadas para que volviera a aparecer en la pantalla del televisor. Más se ha convertido en una caricatura, parodia, de lo que alguna vez fue: estética pura sobre el ring.
Una vez más se comprueba que Televisa es la antítesis del Rey Midas: todo lo que toca lo convierte en producto de alcantarilla. Como el futbol.
Van dos ejemplos de la aberración encarnada en este deporte-espectáculo –teatro, llaman algunos—y que tiene que ver con el obtuso negocio.
Hace algún tiempo, vía internet, había luchadores que vendían sus máscaras autografiadas a precio de oro. Una de Tinieblas costaba cinco mil 500 pesos. El Hijo del Santo: siete mil 700 pesos. El salario mínimo actual es de 102 pesos diarios.
Grato que, pese a Televisa, permanezca viva la leyenda del Enmascarado de Plata a 35 años de su deceso.