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Poderío de la tricampeona mundial previo al duelo que sostendrá ante Jackie ‘Princesa Azteca’ Nava, el próximo 30 de octubre en Tijuana, Baja California
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Magistral cierre de su concentración –mes y medio– en el Centro Ceremonial Otomí, Estado de México, a 2 mil 800 metros de altura
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Ídolo del pugilismo nacional en el ocaso de su carrera
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Dirá adiós en 2022, después de 22 años a los cuadriláteros
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El próximo fin de semana definirá quién es la mejor boxeadora a nivel mundial en los últimos años en esa división
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Disputará a la “Princesa Azteca” el título Diamante supergallo del CMB
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Anhela una niña ser como la tricampeona mundial
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Andrea Arista Alonso –11 años de edad—llora de emoción tras conocer a La Barbie
Periodistas Unidos/Balón Cuadrado. Temoaya, Estado de México. 25 de octubre de 2021.– Estruendosa metralla de golpes –jabs, ganchos arriba y abajo, uppercut–, con la pólvora de la pasión, chocan contra los cuerpos, en medio del ring. Cimbra las paredes de cristal de uno de los gimnasios del Centro Ceremonial Otomí, a dos mil 800 metros de altura sobre el nivel del mar. Aquí, donde ha entrenado sinfín de campeones mundiales, como Julio César Chávez, Erik Morales. Además de atletas de alto rendimiento.
Huele a pino mezclado con la incansable sinfonía del trinar de multicolores pájaros. Dan una inexplicable sensación de inenarrable paz fuera de las monstruosas urbes de hierro y contaminación.
Endulzan el oído y el corazón.
Una hora antes del entrenamiento, alrededor de las ocho de la mañana, pesados rayos solares, plomo derretido, calan la piel y la entraña. Filtrados por el frío, llegan a los huesos.
Agotadores diez rounds de dos minutos por uno de descanso en un espacio de 70 metros cuadrados: cuatro contra un sparring varón y tres con cada una de las dos mujeres –una de ellas su hermana– que coadyuvan en su preparación.
Seis oscuros costales semejan reses negras colgadas de ganchos desde el techo. Reciben inertes la ira de la peladora –con el sordo choque de los guantes– que hace recordar a Rocky que golpea carne y huesos sanguinolentos en aquella célebre película hollywoodense.
Mariana ha hecho imborrable historia en el boxeo femenil mexicano arriba y abajo de los cuadriláteros. No se olvida que a principios de 2017 se convirtió en la primera peleadora en coronarse en tres distintas divisiones: el título Gallo y Mosca del Consejo Mundial (CMB) de Boxeo, así como el Supermosca de la Asociación Internacional de Boxeo Femenil (IBFA).
Recién cruzado el dintel a los 41 años de edad, su récord es de 69 combates –54 victorias, 10 perdidas y cuatro empates.
Sudorosa –en el ocaso de su carrera, tras 22 años de recorrer kilómetros de lona sobre los encordados–, Mariana Juárez cierra esta mañana su concentración de dos meses y medio – con la misma pasión, como cuando debutó aquél lejano 3 de julio de 1999. Y que le permitió dejar una vida de miseria y carencias.
Por eso tiene a flor de labio una frase que dispara como gancho al hígado de cualquier incrédulo:
“Gracias a Dios”.
Tiene el carisma de ídolo del pueblo: la sangre más liviana que la hoja al viento y sin falsa humildad.
La acariciada ilusión del triunfo se trasluce en su rostro –protegido por la careta–, previo al esperado duelo que sostendrá ante Jackie ‘Princesa Azteca’ Nava por el título Diamante supergallo del Consejo Mundial de Boxeo, el próximo 30 de octubre en Tijuana, Baja California. Compromiso donde se definirá quién es la mejor boxeadora a nivel mundial en los últimos años en esa división.
La mayor bolsa que ha conseguido son 800 mil pesos. Ahora, se calcula, obtendrá entre 100 mil y 150 mil. De ellos ya invirtió más de 40 mil sólo en los 45 días de estancia por el alquiler de uno de varios albergues en este centro para ella y su equipo de trabajo. Sus mayores ingresos son producto de patrocinios, modelaje, actuación, conductora y charlas motivacionales.
Rito boxístico –casi hora y media– comienza con el calentamiento de 15 minutos saltar cuerda. Nunca comete un equívoco. Después sigue el cadencioso auto-vendaje con tela oscura. Calzado de guantes. Breve sesión de 10 abdominales. Y luego fugaces disparos a los costales. Lanza un par de escupitajos a uno de los embudos de aluminio que se encuentran en las cuatro esquinas.
Se escuchan notas musicales, desde una pequeña bocina con centelleantes luces, de Natalia Jiménez y reguetón de sabrá dios quién.
Seis oscuros tatuajes, tintos en negro, iluminan su cuerpo. Piel como lienzo. Destaca el que adorna su espalda, un par de enormes alas, como símbolo de libertad. Una gran rosa –que nunca fue capullo– en el muslo izquierdo. Una figura geométrica se dibuja en su cuello de cisne.
Antes de la sesión con sparrings entra una niña a la que su entrenador, un policía de la localidad, quien también es su entrenador, la obliga a cerrar los ojos. No sabe qué sorpresa le depara. Causa una pátina de estupor entre un puñado de reporteros. Previamente el policía había hablado con la multicampeona para decirle de qué se trataba.
La pequeña llega enfundada con un pants y tenis negros y sudadera rosa. Mantiene cerrados los ojos –diminutos soles–. A un lado del ring los abre. Mira estupefacta a La Barbie. No da crédito a quién tiene ante sí.
(Andrea Arista Alonso, 11 años de edad, hizo realidad su sueño)
Abre los ojos convertidos en platos soperos.
Mariana la abraza con irrefrenable amor materno. Lleva un paliacate negro en la cabeza con letras blancas y una palabra enorme: MEXICO. Hay una intensa sesión de fotos con la imagen de ambas. Intercambian algunas palabras.
Se llama Andrea Arista Alonso. Tiene 11 años. Pese a su edad practica boxeo. Ufana dice que peleará el próximo 30 de octubre en esta comunidad en peso de 39 kilogramos.
Un par de lágrimas –perlas acuosas—caminan en silencio, lentas, brillantes— iluminando su moreno rostro de centenarios rasgos indígenas.
Solloza.
–¿Por qué lloras? pregunta el reportero.
Responde con cuatro palabras que enchinan el corazón:
–Lloro de la emoción.
Permanece en silencio hasta el final del entrenamiento, acompañada de su madre y dos hermanos.
Quizá se cumpla aquella infausta frase: “mientras haya pobreza habrá boxeo” del fallecido José Sulaimán Chagnón, entonces presidente del Consejo Mundial de Boxeo.
Mariana se prepara para la sesión de sparrings. Una fugaz pátina de mirada asesina se dibuja –casi imperceptible– en su mirada. Son intensos, violentos, los primeros cuatro de 10 rounds, parecen de campeonato del mundo: jabs, ganchos arriba y abajo, uppercuts… que remata con el clásico 1,2.3.
Carlos Mejía, apodado El Grillo, peso mosca de 51 kilos –su sparring hace dos años, quien, después, ufano dice que forma parte de Box-Azteca–, arremete contra Mariana. El poderío de sus puños estalla en el cuerpo de diosa y careta de la campeona.
Ella responde con la misma virulencia.
Desde las cuerdas su hija, Dafne Natasha Torres Juárez, 14 años, enfundada en pants color uva y tenis blancos, grita con su voz infantil instrucciones a su madre. También quiere dedicarse al pugilato.
Pide que suelte más las manos sobre sus rivales. Y que no permanezca estática.
Mirados a dos metros de distancia, desde las cuerdas, parece un combate entre dos varones.
“¡Bien!” exclama La Barbie cuando El Grillo asesta golpes que retumban sus carnes como terremoto de alta intensidad.
Parecen rounds más intensos que los de Saúl Canelo Álvarez, pentacampeón mundial mexicano, en algunas de sus peleas oficiales, miradas desde el televisor.
Él, Grillo, también combatirá en la función del próximo 30 en Tijuana.
Después viene la sesión con las mujeres. Contra ambas, inexplicablemente, disminuye la intensidad del granizo de golpes.
La primera es Marilyn Badillo, campeona minimosca de la Federación Centroamericana y del Caribe de Boxeo y –su hermana– Lulú Juárez, monarca mosca del CMB.
Contra ambas parece que La Barbie tiene atornillados al cuerpo manos y piernas. Algo parece inmovilizarla.
Después explicaría:
“Con los hombres me siento más cómoda en el intercambio de golpes. Con las mujeres me cohíbo. Algo –inexplicable— me pasa”.
Interrogado sobre si algún día podrían combatir en funciones oficiales hombres contra mujeres, El Grillo externa su duda –con la nariz ligeramente deformada por el rigor de los golpes-, que algún día pueda ocurrir.
Explica que, como sparrings, igual que los campeones, hombres y mujeres, se protegen con la careta y guantes más acolchonados que en las peleas oficiales.
Cuando enfrenta a Mariana Juárez, aclara, intenta exigirle más para que suba su nivel boxístico, “sin cargarle mucho la mano”.
Y para que saque, asegura, lo mejor de ella.
En una breve charla al final del entrenamiento, La Barbie es interrogada sobre cuánto tiempo más seguirá en el ring, después de más de dos décadas.
Suelta su respuesta, como un recto de derecha al ‘botón’ –la bardilla–, que por lo general es nocaut seguro:
“El año entrante”.
(Fotos cortesía de Jorge Echánove)