Los días perdidos de Raúl Jiménez, según The New York Times

  • Hospitalizado por una fractura craneal que casi le cuesta la vida

  • El drama que se esconde tras el balón

  • Durante varios días no supo de sí

  • Segundos, minutos, horas, días… de sufrimiento de su esposa Daniela Basso

  • Le habló en videollamadas para que pudiera ver a Arya, su hija de 6 meses

  • Sus compañeros de juego, durante los entrenamientos extreman precauciones con él

  • “Agarro el balón y nadie puede tocarme. Es como si fuera Messi”, dice el atacante

 Periodistas Unidos. Ciudad de México. 15 de mayo  de 2021.- La serpenteante cicatriz de unos 15 centímetros en el parietal derecho será la huella imborrable de un amargo recuerdo, por el resto de sus días, que casi le cuesta la vida. El pasado 29 de noviembre Raúl Jiménez sufrió fractura de cráneo tras un choque de cabezas con David Luiz, su rival. Estaba, quizá, en la cresta de la ola de su vida deportiva. Imponente goleador en el futbol inglés. Valuado en 60 millones de dólares antes de la lesión, según versiones periodísticas.

Ahora su futuro es incierto.

No se sabe si volverá a ser el mismo en la cancha.

Hace unas horas, el técnico del llamado Tri, Gerardo ‘Tata’ Martino, volvió a convocarlo para a una serie de juegos amistosos rumbo a las eliminatorias del mundial de Qatar 2022.

La vez anterior no jugó.

Rory Smith narra para el diario The New York Times –bajo el dramático microscopio de su agudeza reporteril–, que Raúl Jiménez recuerda haber llegado a Londres con sus compañeros del Wolverhampton Wanderers.

También recuerda que entró al campo en el Emirates Stadium aproximadamente una hora antes de ese partido de noviembre contra el Arsenal.

Miró brevemente la cancha y regresó a los vestidores para cambiarse.

Como de costumbre, iba a liderar el ataque de su equipo.

Y resume, Smith, en un oscuro drama que brilla en la penumbra:

“Después de eso, todo está en blanco”.

Todo lo que recuerda de los cinco días que siguieron son instantáneas, borrosas e inconclusas. Sabe que estuvo en el hospital. Las enfermeras le llevaban comida a la cama y lo acompañaban al baño. Le hicieron pruebas para comprobar su equilibrio.

Su novia, Daniela Basso, le habló en videollamadas para que pudiera ver a Arya, su hija de 6 meses.

Dice que esos son sus días perdidos.

Pero venció a la muerte.

Es comprensible que Basso anhele la paz —no la del olvido— sino la de no haber pasado nunca por eso. Recuerda cada minuto con una claridad dolorosa y penetrante.  Tiene que repasar la historia con cuidado. Como si solo pudiera procesar una pequeña parte a la vez. Armar su rompecabezas interior.

De vez en cuando, mira a Jiménez –imagen fantasmal–, sentado a su lado en una videollamada, como para asegurarse de que sus temores más oscuros no se hicieron realidad.

Estaba en su casa, en Wolverhampton, cuando comenzó el partido del 29 de noviembre. Acababa de bañar a Arya y trataba de que se durmiera. Solo habían transcurrido unos minutos del juego, cuando el Arsenal ganó un tiro de esquina.

Jiménez, un delantero mexicano que en ese momento estaba defendiendo, miró el balón despejado cuando David Luiz, el defensor del Arsenal, entró corriendo. La frente de Luiz se estrelló contra el costado derecho del cráneo de Jiménez.

El sonido de la colisión –que rompió el estruendoso silencio del estadio vacío– fue tan fuerte que se escuchó a través de la transmisión televisiva.

Jiménez cayó al pasto como muñeco de trapo.

“Desgraciadamente, lo primero que pensé fue que se murió”, confesó Basso.

“En pantalla nunca lo vi reaccionar. Normalmente, cuando los jugadores se caen y se lastiman, ves reacción”. Basso es capaz de acompañar sus palabras con una sonrisa.

“Ahí es cuando sabes si están fingiendo o no. Pero no vi nada. No pude ver nada. No pude ver sus ojos. Era una de las sensaciones más feas en la vida.”

Agarró el teléfono y llamó a todo el mundo: en la televisión veía cómo el equipo médico le colocaba a Jiménez un aparato respirador y lo subía con suavidad a una camilla para trasladarlo rápidamente a un hospital.

Probó con el oficial de enlace de los jugadores del club y luego con los fisioterapeutas. Finalmente, se comunicó con la secretaria del club. Lo único que le dijo es que la contactaría apenas tuviera noticias.

“Pasaron 45 minutos hasta que supe que estaba vivo”, explicó.

“No sabía si estaba bien, o si estaría bien, solo vivo. Imagínese, 45 minutos en los que tuve que tratar de mantener la calma y decirme que todo saldría bien”.

Siguió, con sus palabras amortajadas de dolor:

“De ver el accidente, hasta yo supe que él estaba vivo —no bien, vivo— pasaron 45 minutos”.

Abundó:

“Imagínate, 45 minutos en que intentaba tener la cabeza fría y decir que todo estaba bien”.

Finalmente, se comunicó con el médico del club. El doctor disipó sus peores miedos. A Jiménez lo llevaban a un hospital. Pero su alivio duró poco. El médico le dijo que sería operado de inmediato. Ella le preguntó si debía ir a Londres. Respondió que sí.

“Ese fue el segundo shock”, subrayó.

“El doctor sabía que tenía una bebé, prácticamente recién nacido. Cuando dijo que ‘sí, vente’, supe que era muy grave.”.

El club le mandó un taxi que la llevó a Londres con Arya. El viaje duró casi tres horas. Recuerda que Arya no durmió durante el viaje. Pero su bebé de 6 meses no lloró ni una sola vez, recordó Basso, a pesar de la travesía en plena noche y en un auto desconocido.

“Te pasa todo por la cabeza”, reconoció.

La pareja no tiene familia en Wolverhampton; su única red de apoyo, como dijo Jiménez, son sus dos perros. Basso, una actriz cuya relación con el delantero ha hecho que tenga que vivir en Portugal, España, y ahora en Inglaterra, a medida que avanza su carrera, fue el contacto principal de todos los familiares y allegados.

“De nuestras familias y nuestros amigos en México, fue un bombardeo”, puntualizó.

“Tenía que ser fuerte. Tenía que decirles que todo iba a estar bien”.

Cuando ella y Arya llegaron a Londres, Jiménez estaba en cirugía. Ella esperó. Durante dos, tres o más horas. El tiempo se tornó borroso y deformado.

“No podía verlo”, contó.

 

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Durante los entrenamientos con Wolverhampton, Raúl Jiménez se siente como Messi 

 

Como Messi

Cuando terminó la cirugía por la fractura de cráneo, dejaron que lo viera, pero solo por un par de minutos. Todavía estaba sedado.

Le dijeron que había salido bien.

Pero debido a la covid, no pudo quedarse con él. Cuando Basso y su hija llegaron a un hotel, a las 8:00 a. m., del día siguiente, Arya finalmente se quedó dormida.

Jiménez estuvo una semana en el hospital, aunque recuerda poco de esos días. Su contacto con Basso y Arya, debido a las restricciones por la pandemia de coronavirus, fue a través de videollamadas.

Nadie podía verlo.

“Hablamos con él solo para decirle que estábamos cerca. Así sabía que no estaba solo”.

Verlo caminando, sin ayuda, afuera del hospital el viernes siguiente fue “lo mejor, finalmente estaba con nosotros”, expresó.

Para Jiménez, las semanas siguientes transcurrieron con lentitud. Sus médicos le advirtieron que se lo tomara con calma. Le dijeron que podría tardar un tiempo en recuperar el equilibrio. Se cansaba rápidamente y admite que se tomaba “un par de siestas al día”.

Tuvo que visitar el hospital para hacerse exámenes, verificar si había inflamación en el cerebro y asegurarse de que se estaba sanando la fractura en su cráneo.

Aparte de eso, todo lo que podía hacer era esperar.

Mortales segundos, minutos, horas, días…

A Basso, por otro lado, le sorprendió la velocidad con que se fue el tiempo.

“Fue difícil esa primera semana, pero la semana siguiente fue impresionante”, aceptó.

“A mí me habría tomado cinco meses recuperarme. Pero él empezó a mejorar muy rápido”.

Se pregunta si el hecho de que sea un atleta ayudó a acelerar su recuperación.

Apenas tres semanas después de la cirugía, Jiménez regresó a las instalaciones del equipo, solo para volver a sentir el césped bajo sus pies y reconectarse con sus compañeros. En un mes, estaba dando sus primeros pasos para volver a jugar: primero en el gimnasio, trabajando en su movilidad, su coordinación, y su equilibrio.

Unas semanas más tarde regresó al campo, primero para correr y luego, a principios de marzo, para entrenar. No se sabe cuándo volverá a jugar.

Jiménez, de 30 años, espera poder regresar esta temporada o disputar algunos compromisos internacionales con México este verano. Pero no hay un calendario definitivo.

Sin embargo, el hecho de volver a sentirse como un futbolista es un gran triunfo para él.

“Te sientes parte del equipo de nuevo”, reconoció.

Continuó:

“Estás entrenando con ellos. Cumples el mismo horario. Al principio, llegaba yo a entrenar y, cuando había terminado, prácticamente todos ya se han ido. Es difícil al principio. Cuando vas entrenando más con el grupo es cuando te empiezas a sentir otra vez parte”.

Su participación se rige por reglas estrictas. Le han dicho que no puede cabecear el balón, al menos no todavía. Es uno de los puntos fuertes de su juego, una de las cosas que más le gusta hacer.

Cuando finalmente vuelva a cabecear, comenzará con una pelota más suave y más pequeña para ayudar a que su cráneo desarrolle resistencia.

Sin embargo, hay beneficios.

“Le dijeron a mis compañeros que fueran cuidadosos conmigo”, dijo.

Remató con una pátina de sorna:

“Es extraño para ellos y para mí. Agarro el balón y nadie puede tocarme. Es como si fuera Messi”.

(Con información del diario The New York Times)

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