Medallista ciego que canta en el Metro, personifica al deporte mexicano

Foto: Especial

Por Jesús Yáñez Orozco

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 04 de septiembre de 2019.- Paradojas de la vida: cuando miraba estaba ciego. Mas, al perder la vista, miró la luz, convirtiéndose en milagro de sí mismo. Con ocho medallas internacionales –la última de bronce, conseguida en los Juegos Panamericanos de Lima 2019 y más de 40 nacionales–, Alejandro Pacheco es la personificación involuntaria del deporte nacional: carece de apoyo oficial, pese a sus logros.

Es atleta ciego que canta en el Metro de la Ciudad de México. Bastón de aluminio en su mano derecha, osa desafiar ese temible monstruo subterráneo sin temor alguno. Lo hace a cambio de 300 pesos diarios –unos 15 dólares— poco menos de tres salarios mínimos. Sólo así puede costearse ropa, entrenamientos y viajes dentro y fuera del país.

Es ejemplo, también de la cultura del esfuerzo, que caracteriza a un ejército de deportistas –incluidos los llamados convencionales– y dan lustre al nombre de una nación hecha jirones hace décadas.

O como se dice, popularmente, es garbanzo de libra.

El pasado miércoles 28 de agosto, Pacheco –deportista mexicano invidente–, acarició la gloria deportiva: ganó la medalla de bronce en la prueba de los 1,500 metros T11, en la categoría de Ciegos y Débiles Visuales de Perú. Aunque ansiaba oro. Pero sabe que algún día lo alcanzará.

Iba junto a su guía, Fidel Reyes, Pacheco cronometró 4 minutos 26 segundos 64 centésimas. Su mejor marca en la temporada.

Alejandro perdió la vista cuando tenía 19 años. Parece haber dejado atrás el amargo recuerdo cómo, una sobredosis de droga, atrofió el nervio óptico de sus ojos. Afortunadamente pudo encontrar otro propósito en la vida. Convirtió el deporte en su luz.

Fue cuando una maestra de nombre Maria Rosa Montalvo Sánchez lo invitó a formar parte de su equipo de atletismo para ciegos. Desde los 22 años de edad se ha dedicado a correr sin pausa alguna.

Tiene un recuerdo cincelado en el pensamiento,  el más representativo en su memoria: Sao Paulo, Brasil. Ese día escuchó, henchida la piel y lágrimas, el himno nacional, mientras él se encontraba en la cima del podio, con la medalla de oro brillante en el pecho.

Imaginaba, henchido, la bandera de México izada en lo alto del asta, bajo el inconmensurable cielo brasileño con olor a mar.

Como reportó Plumas Atómicas –en un interesante vídeo en YouTube, de casi cuatro minutos– ante la falta de apoyo Pacheco tuvo que cantar en el Metro para seguir entrenando y poder costear sus viajes a las competencias deportivas. Vívida y vivida su historia. En las imágenes se observa con ambos brazos tatuados.

Piel como lienzo.

Mochila a la espalda, cachucha encasquetada, bocina en mano izquierda –a manera de karaoke– y un vaso de plástico azul en la derecha –para recoger las monedas—afina la garganta. Y en compañía de su amigo Mario abordan, desafiantes, los vagones del metro de la ciudad de México –poco más de 226 kilómetros en 195 estaciones–.

A diario, el atleta paralímpico recorre la línea tres a cambio de 300 pesos en promedio –poco menos de tres salarios mínimos–. Antes de comenzar con las rolas se presenta: es Alejandro Pacheco. Es  y, explica, busca ganarse unos pesos para costear sus competencias.

Esto también le ha significado problemas. Por ejemplo, el año pasado tuvo conflictos con llamados ‘vagoneros’ –mafia de vendedores ambulantes que pululan en el metro, al amparo de la autoridad del gobierno de la Ciudad de México– que le reclamaban su “territorio”.

Incluso, fue agredido. Intentó denunciar ante la autoridad.  Pero no obtuvo la atención necesaria por parte del Ministerio Público. También recurrió a la Comisión de Derechos Humanos de la capital del país. Inútil.

Atrás quedaron excesos. El infierno de las drogas que vivió es sólo un recuerdo que lo dejó ciego. Que no lo mira como castigo divino. Sino una oportunidad para empezar de cero. Tal vez haya llegado a pensar que su invidencia es un paraíso en comparación con los demonios que bailaban en su pasado.

Platica sin pesar n i rubor alguno que, normalmente, era una persona con adicciones. Desde temprana edad comenzó a andar en la calle. A salir –de Ciudad de México— e irse a otros estados en pos de la aventura. No había un orden en su vida. Tampoco límites. Estuvo así muchos años.

Hasta que llegó lo que él llama “el límite”: sufrió una intoxicación neurocerebral causante de su ceguera. Que antes no causó su muerte.

Miraba, entonces, su drama –define–, como “un jalón de orejas” que le daba la vida: una nueva oportunidad para volver a empezar. Porque estaba convencido que no era tarde para reconstruirse por dentro y por fuera.

Comenzó sus entrenamientos a los 22 años. Con esa ilusión se preparaba todos los días y participaba en competencias nacionales.

El principal obstáculo no es su invidencia. Ni las adversidades que enfrenta cuando canta en el metro capitalino. Sino la carencia de apoyo por parte de las autoridades deportivas –Comisión Nacional del Deporte y Cultura Física, que encabeza la medallista olímpica, Ana Guevara, y la Federación Mexicana de Ciegos y Débiles VisuaIes—

La Conade –de acuerdo con Nelson Vargas Basáñez, director de dicha Comisión de 2000 a 2006, destinó un presupuesto de unos 63 mil millones de pesos al deporte de 2000 a 2018— fue fundada en 1988 por el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, y su primer director fue el ex marchista Raúl González Rodríguez.

Es, Conade, una suerte de jarrón chino, según analistas deportivos: sale cara y está de adorno desde hace tres décadas.

En una entrevista para el diario Récord, Pacheco rememoró que cuando logró ganar en Brasil se le dio un apoyo como talento deportivo. Consistía en dos mil pesos mensuales.

Después de eso únicamente se dedicaba a entrenar hasta que perdió un proceso selectivo para competencia internacional. En ese momento, lamentó, la Federación le quitó la beca.

Por lo tanto, si Alejandro quiere ir a competir a algún lugar de provincia a competir, todos los gastos correrán por su cuenta. Por eso censura el deporte institucional. Pues considera injusto porque vaya a representar a México sin respaldo alguno.

Porque, al final de cuentas, reflexiona, el trabajo de un atleta de alto rendimiento es entrenar y traer medallas. Lo que considera “externo” es responsabilidad de la Conade y la Federación.

Hace más de una década el atleta paralímpico vive en carne propia que el deporte es muy celoso. Entrena diario con ahínco y pasión. Y aparte es, asegura ufano, “mi trabajo y que me gusta hacer”.

Aparte si lo hace bien, analiza, lógicamente, debe haber una recompensa. Si no la hay, reflexiona,  recibir respaldo oficial, un impuso, para lograr un mejor nivel deportivo.

odos los días, Pacheco peina los vagones de la línea tres del metro que corre de Indios Verdes a Ciudad Universitaria. Al salir entrena de dos a tres horas.

Solo, su alma y su ceguera.

Antes de Lima 2019 anhelaba  reponer esos tiempos que traía de años atrás para colocarse en una posición mejor en el ranking de América. Porque cada minuto, segundo, que baja a su tiempo es logro enorme. Es cuando toma conciencia que rinde frutos su esfuerzo. Indicador, además, que va por bueno camino y motiva a trabajar más.

Alejandro Pacheco, huérfano de sus ojos que arrebataron las drogas, iluminado por el deporte.

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