Muerte de ‘El Trinche, leyenda única, cimbra Argentina
Foto: Especial
Por Jesús Yañez Orozco
- Tomás Carlovich, Tomás Carlovich, mítico y desconcertante exfutbolista, de 74 años, nunca seducido por fama y dinero
- No sobrevive a un golpe en la cabeza, tras ser asaltado para robarle la bicicleta
- Admirado por Menotti, Pekerman y Bielsa, e idolatrado por Maradona
- Inspiró una obra de teatro, un libro e incontables leyendas
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 09 de mayo de 2020.- Admirado por César Luis Menotti, José Pekerman y Marcelo Bielsa, idolatrado por Maradona, Tomás El Trinche Carlovich, infaustamente, murió este viernes en la ciudad de Rosario. Allí nació, hace 74 años, igual que murió: en la pobreza. Considerado “el mejor jugador de la historia”, por algunos de quienes lo vieron en una cancha en el futbol argentino. Inspiró un libro y una obra de teatro.
El exfutbolista había sufrido un golpe en la cabeza después de que dos jóvenes le robaran la bicicleta el miércoles. El asalto ocurrió cerca de la casa humilde donde Carlovich nació y forjó su leyenda.
Tras un encuentro con Maradona, en febrero pasado, soltó cuatro palabras premonitorias, involuntario epitafio:
«Ahora puedo partir tranquilo»
Rosario quedó conmovida por la muerte de una figura que venera como parte de su mitología colectiva, un hombre reacio a las cámaras del que se narran gambetas prodigiosas y anécdotas increíbles, y sobre cuya figura se estrenó una obra de teatro en España.
(El Trinche, pinta de crack, dios del doble «caño» –túnel–)
Su muerte decantó el inconmensurable vacío que deja en el corazón de un pueblo profundamente conocedor de la entraña del futbol, bajo la piel del balón. No necesitaba la gloria de los demás. Porque le sobraba la propia sobre el sillín de su bicicleta. Por sus venas corría la sangre de un verdadero ídolo.
El Trinche Carlovich siempre escapó a la fama y, sobre todo, al dinero. Hijo de un fontanero croata, aún vivía en la casa donde se crió como el menor de siete hermanos. No hay registros fílmicos de sus hazañas con el cinco en la espalda y su leyenda depende del relato oral de aquellos pocos que lo vieron jugar.
Porque El Trinche tuvo 15 años de trayectoria discreta. Debutó en Rosario Central, en Primera, pero solo jugó un encuentro. Luego, su carrera se desarrolló en equipos de ligas locales, con un paso veloz por Colón, otro grande. Nunca despegó porque El Trinche prefería disfrutar de la vida a los entrenamientos y era común, incluso, que faltase a los partidos.https://www.facebook.com/movistarfutbol/videos/1604278336407899/UzpfSTEwMDAwMDQ3NjkwMjAzMTo0MzkzMjQxODY3MzY4MzMz/
En la memoria perdura un amistoso entre un combinado de jugadores de Rosario, entre los que estaba Carlovich, y la Selección Argentina que debía viajar al Mundial de 1974, más de 11 mil 500 kilómetros de distancia. Cuando los rosarinos vencían 3-0 a la comunión de estrellas albicelestes, cuenta la leyenda que alguien rogó que retiraran a ese desgarbado de cabellos largos que estaba derrumbando la moral de los chicos que tenían pasaje para Alemania.
Años más tarde, Cesar Luis Menotti, campeón del 78, lo convocó para el seleccionado. Pero Trinche no se presentó. Carlovich le contestó que se había ido a pescar porque “el río bajaba muy alto”.
Otra historia cuenta que un árbitro lo expulsó, pero tuvo que revocar su decisión ante la ira de ambas hinchadas, inflamadas por el deterioro del espectáculo.
“Vuelve al campo o me matan”, dicen que dijo el juez al Trinche.
Gracias a Andrés Asato, periodista argentino, autor de No Sabían que Somos Semillas –sobre 17 jóvenes desaparecidos durante la dictadura militar–, a través de redes sociales, Balón Cuadrado comparte el testimonio de un crack, Mario Zanabria, sobre Carlovich, el libro sobre El Trinche.
Fue la noche de futbol compartido, la del 17 de abril de 1974, cuando la selección de Rosario le ganó a la Selección Argentina.
(Gloria esférica de Tomás Carlovich)
Describe:
«Yo lo conocía de vista solamente, pero todo el mundo hablaba de él. Nos entendimos perfectamente aunque nunca habíamos jugado juntos. Era un tipo introvertido, serio. Casi no hablaba, pero no hizo falta.”
Recuerda que jugaba como si estuviera en el patio de la casa. Sin ninguna presión. Hacía lo que se le venía a la cabeza y esa noche jugó un partido increíble. A su manera se hacía dueño de la mitad de la cancha.
Sigue:
“Era chueco, desgarbado y un poco lento, pero tenía un gran dominio de la pelota y una pegada fantástica. Después de ese partido, que quedó en la memoria de tanta gente, nunca más lo vi. Fue la primera y única vez, no sólo que lo tuve de compañero, sino que lo vi jugar. Me pareció un crack.”
Los relatos populares son múltiples, pero ninguno ha perdurado tanto como aquel que atribuye a Carlovich la invención del doble caño, una finta que era la locura en las tribunas de tablones de madera. Consistía en tirar un caño, esperar al rival y tirarle otro en sentido contrario que completase la humillación.
“El doble caño es, sin duda, el epicentro de su leyenda”, escribe Alejandro Caravario, autor del mencionado libro El Trinche, un viaje a la leyenda del genio secreto del futbol. Esta biografía, un documental de Informe Robinson y una obra de teatro expusieron al Trinche a las nuevas generaciones.
Otros no lo olvidaron nunca.
Como Maradona.
(L
Mano de Dios y El Trinche, deidades del balón)
En febrero pasado, El 10 viajó a Rosario para dirigir a Gimnasia y Esgrima La Plata ante Rosario Central en la Superliga. El Trinche se acercó al hotel de Maradona convencido por dirigentes locales (“porque yo nunca le doy pelota a nadie”, contó más tarde) y se consumó el encuentro de planetas.
El rosarino reveló los detalles días después a una radio de su ciudad. Dijo que la seguridad lo estaba expulsando del hotel cuando apareció Maradona de frente y lo abrazó con fuerza.
“Me empezó a hablar al oído y no paraba. Hasta me firmó una camiseta y me puso: ‘Trinche, vos fuiste mejor que yo’. Lo único que le pude contestar es:
‘Diego, vos fuiste lo más grande que vi en mi vida. Ahora puedo partir tranquilo”.
Y, sí, murió con una pesada gloria marmórea a cuestas que lo olvidó.