‘Pistache’ Torres: ser del Atlas, un orgullo que dolía… y hoy es alegría

Periodistas Unidos/Balón Cuadrado. Ciudad de México, 14 de diciembre de 2021.- Alfredo Pistache Torres no pudo dormir la madrugada de ayer. No fue por achaques de sus 84 años de vida. Tampoco dolencias repentinas del cuerpo y el alma. Sino por esa emoción irremediablemente infantil que produce un balón de futbol. El ruido y la alegría se llevaron, en la brillante oscuridad de la noche, su endemoniado sueño.

Unas horas antes, Atlas, el club rojinegro de sus amores, salió por fin campeón, tras siete décadas de amargos desengaños.

Logro que lo rejuveneció.

Desde el domingo por la noche en que Julio Furch metió el 4-3 que dio el campeonato del balompié mexicano al Atlas para vencer a León en serie de penales, el festejo ha sido imparable: cena fiesta privada por la noche dominical, misa en la Catedral metropolitana, un desfile por puntos emblemáticos de la ciudad y una concentración con miles de aficionados en la glorieta de los Niños Héroes.

Apenas ganó en la final contra el León en el estadio Jalisco, ante 60 mil aficionados, el domingo por la noche, hordas de fanáticos rojinegros, fieles como ninguno, se amotinaron afuera de la casa del Pistache en La Experiencia, en el municipio de Zapopan.

Era el homenaje por la resistencia y la lealtad por décadas de una afición inquebrantable que hacía también justicia a un hombre que se convirtió en emblema del orgullo atlista.

“Cómo ocurren las cosas”, se pregunta sorprendido.

Recuerda con una pátina de nostalgia en su voz:

“Por una cuestión de tiempo no fui Chiva. El día que me vieron jugar, un domingo de 1951, llegó primero la gente de Atlas y cinco minutos más tarde los del Rebaño; por eso me hice rojinegro para toda la vida”.

El Pistache Torres ha estado un poco enfermo y está limitado a permanecer en casa. Desde ahí se comunica con ese furor que sólo entienden los que comparten una desgracia o una pasión… o ambas.

Está cansado este lunes a mediodía, pero exultante. No tanto por que vinieran a homenajearlo, o sí, también por eso.

Porque dice sin pátina de duda que el origen de ese mitin espontáneo fue lo que todos los rojinegros anhelaban de manera muy profunda y casi secreta: ver otra vez campeón al Atlas.

“Cuando llegué al Atlas yo tenía 16 años y ellos apenas habían salido campeones, recuerda el Pistache; nunca me tocó ser campeón con Atlas, ni como jugador ni como entrenador, bueno, ni como aficionado, como todos los que hemos seguido a este equipo sabemos”.

Lo que sí compartió fue la pena y el honor. La desgracia de perder la categoría en 1954, cuando era jugador, pero un año después contribuyó a regresar a Primera División. Eso fue su primera demostración de coraje y lealtad al rojinegro.

Esa misma misión la tuvo como entrenador cuando ocupó el banquillo para subir de nuevo al Atlas a Primera en 1972 y 1979. Cuando los Zorros estaban en situación comprometida, llamaban a la apuesta segura, el Bombero Rojinegro, recuerda entre risas.

“Me llamaron esas dos ocasiones como entrenador para sacar la papa caliente y afortunadamente lo hicimos, con equipos que decían que eran de Primera jugando en Segunda”, rememora.

En el libro Boquita, que el argentino Martín Caparrós dedica a su amado Boca Juniors, confiesa que en lo único que un padre debe influir en la crianza de un hijo o hija es en el amor al club de futbol. Ese sentimiento los unirá para siempre. Por eso, Pistache reconoce esa herencia dolorosa que significaba enseñar a querer al Atlas.

Era una herencia que a veces dolía, admite el Pistache; antes de ayer el amor al Atlas era también una herencia que dolía, hoy también es de alegría y de orgullo de campeón.

Festejo imparable

La afición tampoco ha parado de celebrar, primero con una larguísima caravana que tras el partido salió en vehículos desde el estadio Jalisco y se paseó por toda la ciudad hasta bien entrada la madrugada haciendo sonar el claxon tanto en Guadalajara como en Zapopan, donde concentraron el recorrido, mientras en diversos puntos de la metrópoli hacían tronar pirotecnia.

Al grado que ayer la ciudad amaneció con una pésima calidad de aire.

El baño de pueblo y paseo de la copa obtenida fue sin duda la parte central de la celebración e inició en la Catedral, en el centro de Guadalajara, donde jugadores, cuerpo técnico, directivos y miembros del club Atlas acudieron a dar las gracias, mientras a las afueras del antiguo y majestuoso inmueble cientos de aficionados se arremolinaron contenidos por cercas metálicas y vigilantes policías para evitar que el tumulto ingresara a la sede católica.

Después inició el desfile, a bordo de un autobús de doble piso y descapotado, en el cual los jugadores fueron trasladados por avenida Hidalgo, luego por Federalismo y en la recta final por Niños Héroes hacia la glorieta en honor a estos últimos, donde fue montado un escenario y se dispuso música de fiesta para que ahí el equipo mostrara la copa a la afición en un ambiente de algarabía incesante.

La gente aplaudía y vitoreaba a futbolistas como Camilo Vargas, Julio Furch y el capitán Aldo Rocha, quienes obtuvieron más menciones por su contribución al triunfo que terminó con una amarga sequía de 70 años sin un título.

Datos de Protección Civil de Jalisco señalan que a lo largo del recorrido y durante la concentración en la glorieta estuvieron alrededor de 25 mil personas, coreando y cantando sin que ocurriera ningún incidente, pese al fervor y la evidente emoción de unos fanáticos que tienen fama de pendencieros.

Sin embargo, al filo de las 6 de la tarde de ayer, un grupo de hombres armados persiguió sobre avenida de La Paz a un sujeto, quien en su huida ingresó al restaurante Suheiro –ubicado a unos 800 metros de donde se realizaba el festejo atlista– y fue acribillado.

Durante la persecución, muchos transeúntes y personas que se dirigían a la glorieta de los Niños Héroes al festejo también corrieron asustadas por los disparos, aunque, salvo la víctima que murió, hasta ahora no se han reportado más personas heridas ni detenidas.

(Con información del diario La Jornada)

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