Sociología cómo llenar el abismal vacío sin deporte
Foto: Especial
Por Jesús Yañez Orozco
- Impredecible crisis del entretenimiento por el pandémico coronavirus
- Filósofos, sociólogos, historiadores economistas, psicólogos y aficionados examinan los efectos de una interrupción
- Que no causaron ni los peores conflictos del siglo XX
- “El mono” de los hinchas “está ahí”
Periodistas Unidos. Ciudad de México, 24 de marzo de 2020.- Diego Torres y Alejandro Ciriza escriben para el diario El País, España, sobre la fenomenología social del deporte en tiempos del coronavirus y sus impredecibles consecuencias. Lo que sucede en la nación ibérica puede aplicarse a la mayoría de los pueblos, en mayor o menor medida. Porque el ser humano sufre el mismo vacío. Teme a la nada. Al frágil rebaño de la aldea global sólo llena la televisión, plataformas y redes sociales. Pierde su sentimiento de pertenencia dentro y fuera de los estadios.
Reportaje sobre la industria del entretenimiento, a través del deporte, eficaz opio de la caverna terráquea. Donde lo que prima es la obsesión desmedida de dinero, futbol en particular. Jugadores que llegan a costar más de 300 millones de euros, por ejemplo.
Porque como ambos plantean en el último párrafo de su trabajo informativo, a la mortal sombra del pandémico Covid 19:
“El repentino vacío en el calendario de competiciones obliga a reflexionar sobre el papel del deporte en una sociedad que parecía obsesionada ante el carrusel de grandes estrellas. El coronavirus amenaza con reventar un modelo que parecía inagotable”.
Esta pandemia pinchó la burbuja.
La falta de espectáculos deportivos dejará a la mayor parte de la humanidad en la orfandad individual y colectiva, asaeteada por el coronavirus.
Escriben los reporteros:
Este viernes, 20 de marzo de 2020, se apagó la última luz en la constelación de una industria que parecía no tener límite. La suspensión de la liga turca de futbol dejó la agenda mundial de competiciones en una penumbra inconcebible hace solo dos semanas, cuando el ritmo de los torneos de balompié, baloncesto, futbol americano, beisbol, rugby, tenis, críquet, Fórmula 1, motos, rally, vela, gimnasia, golf, natación o esquí alpino, cubrían las plantillas que simbolizan lo más preciado e inefable que posee el ser humano: su tiempo.
Hasta hace una semana la oferta que abastecía a los consumidores de espectáculos deportivos era de tal magnitud que un individuo que dedicase las 24 horas de los 365 días del año a saltar de canal en canal sin detenerse a dormir ni a comer moriría de inanición antes de abarcarlo todo:
Liga, Champions, Premier, NBA, NFL, torneos de tenis, Eurocopa, Copa América, Juegos Olímpicos…
El coronavirus rompió la rueda del deporte profesional con el mismo golpe con el que deshizo el deporte aficionado. Lo que no consiguió la Segunda Guerra Mundial tras seis años de destrucción lo impuso un letal microbio en dos meses.
“Es previsible que se viva con un gran desasosiego, pero no me atrevería a ser pesimista ni optimista porque la sociedad tiene una gran capacidad de adaptación”, dice David Moscoso, profesor de sociología del Deporte en la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla.
Sostiene:
“Es como cuando estás viendo un canal de televisión, se corta la retransmisión e inmediatamente parece que entras en pánico. La sensación dura unos segundos. Aparentemente lo que la gente mira tiene un efecto muy importante en su vida, pero si de buenas a primeras le das otra cosa se adapta rápido.”
Reflexiona:
“Los espectadores necesitan llenar su mundo de las sensaciones que proporciona el deporte, pero si vienen de otra parte también lo consumen. Hoy esa audiencia de los espectáculos deportivos ha llenado el vacío viendo noticias del coronavirus. Podemos pensar que una industria que mueve decenas de miles de millones se fundamenta en impulsos muy superficiales.”
Acabar los campeonatos, sí o sí
Inmune a la crisis financiera de 2008, la industria del deporte de competición engordó –como quien devora comida chatarra– en todo el planeta.
Según el economista Victor Mathesson, de la Universidad de Massachusetts, en 2018, los siete deportes de equipo más populares en Estados Unidos (futbol, futbol americano, baloncesto, beisbol, hockey hielo, rugby y críquet) generaron 80 mil millones de euros anuales, básicamente derivados de la venta de derechos televisivos.
En la fuerza de la industria residía su debilidad.
Lo reconoció, lacónico, esta semana Christian Seifert, vicepresidente de la Bundesliga, tras una sola jornada de parón por la epidemia de coronavirus:
“Habíamos creado una burbuja; ahora hay clubes que pueden quebrar”.
“Parece que si no hay impacto comercial inmediato el deporte-espectáculo no puede funcionar”, lanza Moscoso.
“Es un modelo basado en la previsibilidad y no en circunstancias fortuitas como las actuales, que cuestionan la prioridad del negocio frente a los intereses de los ciudadanos”.
Los patronos de LaLiga, la Premier, la Bundesliga y la Serie A advierten lo mismo: los torneos empezados deben acabar como sea.
Otra cosa significaría afrontar la ruina ante un acontecimiento para el que no existen precedentes en España, Inglaterra, Italia, Francia o Alemania.
“Hay un caso”, señala Xavier Pujadas, profesor de Historia del Deporte en la Universidad Ramón Llull, en Barcelona, “la liga de futbol en Polonia se interrumpió para siempre en la temporada 1939-1940, a causa de la ocupación alemana. En el momento de la invasión del ejército del III Reich, el equipo que encabezaba la liga era el Ruch de Chorzów”.
La epidemia no sólo genera lucro cesante.
Fernando Aguiar, miembro del Instituto de Filosofía del
El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CESIC), de España, y experto en ética experimental e identidad social, cree que sin futbol la comunidad pierde una referencia ética muy importante.
“La gente que llena un estadio los domingos y anima a su equipo, vuelve a casa feliz si gana y cabizbaja si pierde, es la misma que está haciendo frente a esta crisis solidariamente”, señala Aguiar.
“Quien hace dos semanas gritaba porque le habían pitado a su equipo un penalti injusto está hoy trabajando en un hospital, distribuyendo comida en los supermercados o patrullando las calles. No es cierto que sin futbol saldrá nuestro mejor yo”.
“El mono” de los hinchas “está ahí”
“Nuestra identidad moral”, reflexiona Aguiar, “el conjunto de valores que nos constituyen (el sentido de la justicia, el compañerismo y la solidaridad, la fraternidad, la cooperación, el compromiso, el valor del esfuerzo, el mérito) también se forja viendo deporte, viendo futbol, por su naturaleza ejemplarizante y su carácter de juego global.
“Nadie entiende que un jugador no eche la pelota fuera cuando un contrario cae lesionado; nos resultaría incomprensible que en lugar de Messi jugara el hijo de un directivo del Barça (a menos que fuera un Leo Messi), lo que es más habitual en otros ámbitos, en otras empresas, en muchos negocios.
Aguiar, concluye:
“Los deportistas suelen ser ejemplo de pundonor, de esfuerzo, de superación; y el público aplaude en muchas ocasiones al equipo contrario que gana justamente. Además, el futbol se ha convertido en un aliado del feminismo”.
Sin futbol, los aficionados más disciplinados describen algo parecido a la orfandad.
“Nosotros íbamos cada dos semanas al Bernabéu y también organizábamos desplazamientos cuando el equipo jugaba fuera”, cuenta José Emilio, miembro de la Peña Cinco Estrellas del Real Madrid. “Ahora mismo el futbol es secundario, porque la familia y la salud son lo primero, pero esto te cambia los hábitos”.
“El mono está ahí”, reconoce Pablo, socio del Madrid desde que nació, en 1998, y ferviente consumidor de los deportes a través de distintas plataformas. “Intentas compensarlo leyendo la prensa deportiva en Internet, enredando con Twitter o jugando al FIFA, y el otro día me entretuve viendo en la tele un especial de las Champions de Zidane”.
Moscoso apunta a una multitud que permanece en segundo plano.
“Quizás el problema más profundo de la cuarentena”, observa el sociólogo, “no lo experimentan las grandes audiencias del deporte de alta competición tanto como la mayoría social que en España, según la encuesta del INE de 2018, son los aproximadamente 19 millones que practican un deporte sin las consecuencias económicas que derivan del espectáculo. Solo el 1% de los encuestados responde que hace deporte para competir”.
Ver deporte, practicar deporte
“Un 40% de la población afirma que practica deporte”, continúa Moscoso, “de esos, solo 3,9 millones están federados; y únicamente compiten entre el 2% y el 5% del total. ¿Cuántos de ellos son deportistas de alto nivel? Al plan de financiación de deportistas olímpicos se acogen 400. Entre Primera y Segunda División hay unos 2 mil futbolistas. A lo mejor estamos hablando del 0,01 de la población deportiva. Y es curioso que las federaciones y los organismos oficiales no se manifiesten sobre la inmensa mayoría de la población, sino sobre las grandes competiciones”.
Dada la naturaleza del negocio, quienes en España empleaban su tiempo libre en mirar deporte —el 22% de la población según el INE— hacen tanto ruido que parecen tan perjudicados por la cuarentena como los practicantes —el 29%—.
Moscoso se asombra: “Muchos dicen: ‘Yo miro deporte por la tele pero a mí el deporte no me interesa’”.
“La alta competición”, reflexiona el sociólogo, “no da respuestas sociales más allá del entretenimiento. Y eso va en su contra porque no retorna deportistas tanto como consumidores. El 75% de las infraestructuras deportivas se hicieron antes de 1995. Después de la Ley del Deporte de 1990 se construyeron 16 Centros de Alto Rendimiento. Pero entre 1995 y 2015 en España no aumentó el número de deportistas a pesar de aumentar un tercio la población”.En resumen, aunque no lo dicen los dos periodistas de El País, hagamos deporte, no lo consumamos.