Tercera chiripa de Súper Ratones Verdes en Copa Oro: 1-0 a Haití
Foto: Rick Scuteri / AP
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 03 de julio de 2019.- Mientras la prensa deportiva mexicana exigía una goleada la víspera –incluso en portadas de diarios–, luego de dos victorias de chiripa —sobre Costa Rica y Martinica — los Ratones Verdes, con la soga al cuello, necesitaron de tiempo extra y un penalti –rigorista– para vencer 1-0 a Haití – obra de Raúl Jiménez, al minuto 93 del primer tiempo extra–, y avanzar a la final de la Copa Oro.
Su rival saldrá este miércoles del duelo entre Jamaica y Estados Unidos.
La oncena caribeña –que nunca ha derrotado a México en selecciones mayores– amenazaba con romper su racha de nueve juegos consecutivos sin derrota – ocho victorias y un empate del Tri–, bajo la dirección de Gerardo Martino que no estuvo en el banquillo, por un juego de suspensión.
Poco más de 73 mil aficionados asistieron al partido en el estadio State Farm de Phoenix. Y, como siempre, hace más de 15 años, no dejaron de corear el inefable “¡ehhhhhhhhhh, puuuuuuutooooooo!”, en los despejes del portero Johnny Placide –quien, sin equipo profesional, juega cáscaras en su país nata,l para mantenerse en forma–.
De principio a fin, el duelo en el estadio de la Universidad de Phoenix fue un dolor de cabeza para los mexicanos. Que, seguro, recordaron con nostalgia cuando les llamaban el Gigante de Concacaf. Cada vez se empequeñece más.
Ni asomo de aquel apodo.
Antes del inicio del encuentro, acaparó la atención una manta en la tribuna con una peculiar leyenda: Somos Pancho Villa. El llamado Centauro del Norte, fue héroe de la Revolución mexicana. Reconocido, entre otras cosas, porque es el único en la historia que ha osado invadido el suelo de Estados Unidos. Lo hizo con un puñado de sus temidos Dorados.
Una leyenda asegura que, en venganza, su cabeza se encuentra, conservada en formol, en una universidad estadounidense.
Haití, país caribeño –uno de los más pobres del mundo– asolado por el hambre, la pobreza y la desgracia, fue un rival incómodo para el tricolor en las semifinales del torneo. Sin grandes proezas futbolísticas, más coraje y músculo que toques, dieron la batalla. Eso sí, eran más verticales, con un juego práctico, sin florituras, en sus ataques que sus rivales. Aunque pocas veces, llegaban con más peligro de gol.
Se ceñía sobre la cabeza de los roedores el recuerdo de la única derrota sufrida ante su rival, en un torneo preolímpico, donde fueron eliminados.
Eso sí, México se plantó en el terreno de juego con un estilo definido de juego. Pero ineficaz en el último tercio de la cancha. Tuvo posesión del balón –alrededor del 70 por ciento, buscando dominar el partido y establecerse en el terreno de juego. Aunque era espejismo. Haití lucía más efectivo en la cancha.
Desesperado por el accionar de sus roedores en la cancha, a Tata Martino se miraba desencajado, a través del ventanal en uno de los palcos, acompañado por uno de sus auxiliares, Noberto Scopponi. Manoteaba y se quejaba. A veces del árbitro y en otras de sus jugadores.
La Decepción Nacional llegó con la idea de que avanzar a la final era una obligación, los caribeños estuvieron motivados por la experiencia de que esta es la primera vez que lograban una semifinal en este torneo.
Los haitianos saltaron doblemente asaeteados en la cancha. Además de la motivación de vencer al Tri requieren del patrocinio de una empresa colombiana para tener uniformes. Por eso soñaban con hacer historia y de paso mantener la publicidad que les permiten tener camisetas.
El primer minuto y hubo un tiro de Frantzdy Pierrot, quien aprovechó un descuido en la zaga mexicana y se atrevió a mandar una pelota al arco, pero que se fue desviada. Susto, pero también una advertencia para el Tritanic de que no sería el delicioso flan que se creía.
Era notoria, en la zona técnica, la ausencia del Tata, simbólica y real. En su lugar, uno de sus hombres de confianza, Jorge Theiler, se hacía cargo de dar indicaciones y pegar gritos para que espabilaran los tricolores.
Rodolfo Pizarro –único digno de destacar entre sus compañeros, con un futbol práctico, como sugiere el librito— tuvo una llegada que prometía. Se acercó amenazante al área. Envió una diagonal, pero el portero haitiano saltó a tiempo para atrapar la pelota y ahuyentar el peligro.
Poco después Roberto Alvarado remató un balón. Pero se fue desviado. Más tarde Raúl Jiménez cabeceó una buena pelota, pero de nuevo el portero haitiano interrumpió el centro y canceló toda posibilidad de abrir el marcador.
Sin goles, se fueron al descanso y el Tridolor empezó a mostrar signos de mayor nerviosismo, porque la supuesta superioridad en la región no se percibía ante unos rivales que no ofrecían un juego muy fino. Aunque, sí, más efectivo.
Esa segunda parte, México empezó a perder la poca idea futbolística al ataque. Los toques se volvieron más vagos, predecibles. Ya no se percibía cuál era la apuesta ante un Haití que complicaba todas las evoluciones de los roedores.
El talismán del torneo de Tata, Uriel Antuna entró al minuto 68 por Alvarado. El panorama se aclaró un poco. Un trazo largo lo recibió el mediocampista, pero estaba en posición adelantada, aunque intentó terminar la jugada y el portero Placide salió a pelear ese balón.
El partido se acercaba al final y la desesperación fue una pésima consejera del Tri. Los pases eran precipitados, sin pensarlo demasiado, sin juego, pelotazo elevado al área donde la altura de los zagueros era más eficaz que el muro de Donald Trump en la frontera con México para impedir el paso de inmigrantes centroamericanos.
En la gradas podía verse a Tata llevarse las manos a la cabeza, mesándose el cabello.
Los haitianos, en cambio, con las manos juntas oraban por lo que consideraban un milagro: sacar un empate sin goles a pocos minutos del final. Acariciaban los penaltis.
A pesar de que tenían acorralado a Haití, e intentaron algunos contragolpes delirantes, sin sentido y que resolvían con pelotazos a ninguna parte o con caídas absurdas, los Ratones Verdes no podían imponer orden y menos culminar una jugada peligrosa.
Era el caos en el desorden.
El partido, contra lo pronosticado, fue un galimatías y terminó el tiempo reglamentario en empate sin goles. Se fue a 15 minutos extra.
En el inicio del alargue, los primeros movimientos derivaron en una entrada al área de Raúl Jiménez. Pero, a juicio del árbitro, un zaguero le cometió una falta, polémica. Decretó el penalti. El jugador del Wolverhampton inglés –quien falló un penal contra Costa Rica–, se aprestó para cobrarlo.
Con el gol en mente, midió. Calculó. Apenas tiro con suavidad con un ligero quiebre de cintura para, por fin, sólo así, meter la pelota en las redes al minuto 93.
El Gigante de Concacaf, cada vez más Ratón Verde, en Copa Oro.
Haití perdería uniformes
Según ESPN.com, Haití se jugó sus uniformes contra México. El rival de la de los Ratones Verdes utiliza playeras que son donadas por una marca deportiva colombiana, que ayuda al país caribeño desde el terremoto del 2010, y necesitan mantener los buenos resultados para continuar con el apoyo.
“Es un placer portar estas playeras, nuestro patrocinador nos apoya mucho. Tenemos la esperanza de estar en la final y que eso ayude a que se vendan más playeras”, cuenta Derrick Ettiene, jugador de la Selección de Haití y del New York Red Bulls.
El fabricante colombiano, Saeta, tiene un acuerdo con los caribeños desde el 2013, en el cual invierte alrededor de un millón de dólares en vestir a las selecciones del actual rival de México, apostándole a que las camisetas oficiales se vendan desde su web y la de la Federación.
Además que se donan tres dólares, de los 70 que vale cada playera vendida, a una fundación que apoya a los niños a través del futbol en el país caribeño.
El problema es que en promedio se venden 500 playeras en los años que no hay Copa Oro y alrededor de 1000 cuando se juega el torneo que organiza la Concacaf.
“Un patrocinio es costoso y nosotros somos una mediana empresa en Colombia, apenas tenemos 70 personas trabajando, y un equipo de futbol necesita mucho dinero”, confiesa Viviana Carrero, directora de innovación de Saeta, marca que está comprometida a cumplir sus acuerdos actuales con el equipo haitiano.
“Cuando no se venden muchas camisetas, esa inversión no se alcanza a recuperar, por eso hemos pensado en dejarlos de apoyar o reducir la inversión, para que haya algo de retorno para nosotros. Mientras más camisetas se vendan, más se puede justificar el gasto”, explica.
Hace nueve años y medio, en Haití no había apetito para nada. Un temblor asoló al país caribeño y sus habitantes salían a buscar el brazo del vecino para llorar lo que perdieron. En ese escenario se dio el primer contacto entre Saeta y el país que tiene a su selección en las semifinales de la Copa Oro.
La marca colombiana envió cientos de playeras del equipo de Millonarios de Colombia para apoyar a los habitantes que no tenían ni ropa.
Después, en el 2013, el fabricante colombiano se convirtió en el patrocinador de Haití, porque el equipo que ahora dirige Marc Collat estaba a punto de jugar un partido amistoso contra España, en Miami, y no tenían uniformes.
El fabricante sudamericano entró al rescate y en menos de 24 horas hizo llegar 11 cajas con las playeras de la selección caribeña.
En la Copa Oro, donde dice México que no se jugaba nada, Haití no sólo buscaba ganar el prestigio, sino mantener sus uniformes.