Último gol de la muerte

Foto: Especial

Por Jesús Yañez Orozco

  • Cimbra al mundo, simbólica anotación contra impunidad policíaca en México
  • En su funeral, sus compañeros colocaron su féretro en la cancha para despedirlo, simulando el tanto
  • Alexander Martínez, 16 años de edad, acariciaba el sueño de ser futbolista profesional
  • “Si un día no vuelvo, sal a la calle y grita mi nombre”, publicó Alexis en Facebook , a nombre de su hermano

Ciudad de México, 14 de junio (BALÓN CUADRADO).– Desde la matanza del 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco, ser joven en México es eufemismo de muerte. La policía suele asesinarlos en la piedra de los sacrificios de la impunidad.

A los 16 años acariciaba el sueño de ser futbolista profesional. Como muchos jóvenes de su edad, atesoraba quimeras. Pero una bala policíaca segó su vida y su tierno romance con el balón. Ahora descansa su ataúd sobre el frío cemento de una cancha de futbol rápido. En la esquina, un imberbe jugador, la pelota a sus pies, se seca las lágrimas de niño con el cuello de su playera. Sirve el pase, en una jugada de ‘pared’.

Otro de sus compañeros, también enfundado en playera rayada, recibe. Rebota el esférico anaranjado con vivos negros a un costado de la caja de madera caoba –la Virgen de Guadalupe laqueada en la tapa, con herrajes dorados–, hace el resto. Mientras el portero, en una pantomima, lanzándose hacia su costado izquierdo, permite que su arco sea vencido.

Y el muerto anota el tanto.

“¡Chánder!”, gritan sus compañeros, ha marcado el insólito gol. Quizá sueñan que están en la cancha del emblemático Estadio Azteca.

Imagen que ha dado la vuelta al mundo. Convertida en estruendoso silencio de dolor, impotencia, desamparo, orfandad… vacío. Así vive este país.

En el frontis de la portería se lee una leyenda política que se convierte en afrenta:

“Un gobierno para todos”.

Sus amigos han querido con esta escena dolorosamente bella –que retuerce el corazón, la entraña y hace aflorar la lágrima–, despedirse así de él en su funeral. Que el ataúd marcara el último gol, rodearlo entre abrazos y porras, sollozos y llanto. Gritos apagados en reclamo de justicia. Aunque esa aciaga noche hubieran perdido mucho más que a un compañero… Tal vez la esperanza.

Su hermano, Alexis, publicó un texto en Facebook en su nombre, pero también en el de muchos otros jóvenes asediados por la violencia e impunidad policial de México:

“Si un día no vuelvo, sal a la calle y grita mi nombre. Grita por mí y por todos. Grita por el dolor de los que ya no están. Grita por los que quedan».

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(Alexader Martínez, 16 años, otro de tantos jóvenes víctima en la piedra de los sacrificios de la brutalidad policíaca)

Jugaba para el equipo Académicos de la Tercera División Profesional de la Universidad del Golfo de México.  Era uno de los más destacados. Había madera de crak en él. Tenía nacionalidad estadounidense. Sus padres han pedido la embajada su intervención para esclarecer el artero crimen.

Pero el partido, todos lo saben, lo han ganado otros, la impunidad que reina en un país, acostumbrado desayuno amargo, cotidiano: una noticia más cruel que la anterior.  El terror de un joven de 16 años asesinado por la policía cuando iba a comprar refrescos.

“El juego lo han ganado los de siempre, los que han acabado de un balazo con la infancia y la inocencia de este equipo de futbol de un pueblo rural de Oaxaca”, narra en su crónica la reportera Elena Reina para el diario español El País.

El cadáver, de 16 años, es Alexander Martínez —Chánder, le llamaban sus amigos—, asesinado de un tiro en la cabeza por un policía de ese Estado del sur de México el martes por la noche.

Había salido a comprar a la tienda con unos amigos en su pueblo Acatlán de Pérez Figueroa. Iban a comer unas pizzas a su casa. Las autoridades alegan que lo confundieron con un delincuente. No preguntaron. Hay rincones en México donde primero se dispara y luego se investiga.

Reglas que la violencia impone en este juego macabro que parece imposible de exorcizar:

“Primero matas y luego viriguas”, lema desde la revolución mexicana.

La Fiscalía estatal ha concluido lo que todos ya sabían desde aquella noche. Los agentes “dispararon a matar”. No se había tratado de un accidente, como declararon en un principio. Hay ya un policía imputado por este homicidio calificado.

¿Pero qué tiene que suceder para que ningún oficial en este país pueda disparar a bocajarro a un grupo de jóvenes que van a comprar una Coca-Cola?

El caso de Chánder no es el único en México.

Y lamentablemente el escándalo y la presión mediática no hubiera sido tal si a unos 900 kilómetros al norte la violencia e impunidad policial no se hubiera ensañado con otro hombre, Giovanni López, detenido por la policía municipal de un pueblo de Jalisco en mayo y asesinado a golpes en un calabozo. Ejercía el oficio de albañil.

(Último adiós a una ilusión)

El caso estalló hace una semana, un mes después de que sucediera, en un momento clave, en medio de la ira global contra el racismo y abuso de las autoridades en el caso de George Floyd, en Estados Unidos.

“¡Mi hijo tenía un sueño, esos hijos de su puta madre se lo han truncado. Me lo mataron, ya lo vi. Pero quiero que todos se levanten, que no se dejen. Luchen, porque esto se lo pueden hacer a cualquiera de ustedes!”, gritaba la madre de Alexander en la puerta de la clínica la noche en que lo asesinaron ante una multitud perpleja.

Con esa misma voz desgarrada de miles de madres en México a las que les han arrebatado todo, de un plomazo en una oscura noche, con esas armas que escupen muerte..

Su sueño era ser jugador profesional de futbol.  Ella lo llevaba cada tarde a entrenar a Orizaba (Veracruz). El club Rayados de Monterrey lo había fichado en su filial veracruzana y lo incorporó en su plantilla de tercera división. El equipo lamentó en sus redes sociales el asesinato:

“A nuestro alumno le arrebataron la vida y sus sueños de ser jugador profesional las mismas autoridades que nos deben de dar paz y seguridad.”

¡Gritemos por los que quedan!

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