Texto de la fotógrafa Patricia Aridjis para el homenaje a Eniac Martínez

Fotografías: Alejandro Meléndez

Por Patricia Aridjis

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 23 de agosto de 2019.- Esta ciudad nos devora. Nos cobija y nos separa.

Cuando Eniac me llamó para decirme que en marzo festejaría sus 60 años, habían pasado varios meses sin vernos. Después, por alguna razón, la celebración no se llevó a cabo. Y yo dejé transcurrir los días para llamarle y felicitarlo, ocupada en otros asuntos como estaba. Luego la muerte vino a recordarme que hay momentos que no vuelven.

Unos meses después, el pasado julio, lo vi en la presentación de su libro Basura. Esa sería la última ocasión en que podría abrazarlo. Hablaba con lentitud, probablemente debido a la enfermedad pero, como siempre, con mucha claridad e inteligencia. Afortunadamente le expresé cuánto lo quería y admiraba.

Y lo admiraré siempre. Me impresiona esa manera tan suya de mirar. Cómo podía ordenar elementos en una mirilla panorámica muy apaisada que él no usaba nada más porque sí. Lo hacía con consciencia y porque le venía muy bien a su visión también amplia y abierta.

Sobre todo, a su proyecto Camino Real de tierra adentro, obra maestra de la fotografía mexicana. El libro tiene una manufactura impecable: impresión, edición, composición, iluminación, compromiso. Compromiso era lo que Eniac le ponía a todo lo que hacía.

Desde ser un buen amigo hasta correr maratones lo hacía con pasión. Fue un hombre versátil y talentoso: músico, deportista, artista plástico, lector voraz, gran fotógrafo.

Y súper buen bailarín. Eso fue un divertido descubrimiento.

En el año 2005, coincidimos como jurados en un concurso de fotografía en San Luis Potosí. Fuimos invitados por Fernando Betancourt, y recuerdo que también participó la querida Lourdes Grobet. Después de un análisis concienzudo de las imágenes participantes y de elegir a los ganadores, nos fuimos a convivir a un lugar donde había música en vivo. Eniac no paró de bailar y qué bien lo hacía. Un punto más a su personalidad alegre.

Conocí la fotografía de Eniac, antes de conocerlo a él personalmente. El libro Mixtecos Norte- Sur es también una obra extraordinaria, cuyo acierto, creo yo es que su autor fotografió dos caras de una moneda: los migrantes y también sus orígenes; los mixtecos aquí y allá; en Estados Unidos y México. Los encuadres son osados, rupturistas, rítmicos, cercanos. Porque si algo tenía Eniac es que se acercaba, se acercaba mucho. Y no me refiero solo a la cercanía física, sino a su forma de escudriñar a sus personajes, de involucrarse con los temas que trataba, de conectarse con los objetos y sujetos de sus fotografías.

Se encontraba ahí, adentro, donde estaban pasando las cosas. Eniac tenía una manera de trabajar muy peculiar. Un día, durante una comida lo compartió con varios colegas. Libro en mano nos preguntó si pensábamos que las situaciones que sus imágenes mostraban, eran espontáneas. Una por una, nos fue contando cómo las “armó”.

Y así, generosamente, nos dejó vislumbrar su habilidad en el manejo de sus modelos y en la creación de bellos e incluso fantásticos escenarios, para que el espectador creyera que ese mundo de su invención, de su autoría, era real.  

De Eniac recibí las críticas más severas y alentadoras. Porque su atinada mirada más su boca franca, no se andaban con rodeos. El primer trabajo que le mostré fue una serie que había hecho en el Tianguis del Chopo (bastante floja e incipiente), a finales de los años 90. Vio mis fotos como si fueran estampitas e hizo mutis. Lo cual resultó para mí una crítica muy fuerte y elocuente. No valía la pena ni su opinión, y fue justo su silencio. En otras ocasiones, teniendo la fortuna de haberme convertido en colega y creo yo, en su amiga, recuerdo de Eniac observaciones puntuales, siempre atinadas y precisas, que fueron de gran ayuda en mi trayectoria como fotógrafa.

Años más tarde, cuando asistió a la inauguración de mi exposición Arrullo para otros, fotografías de niñeras al cuidado de los hijos de otras mujeres y en sus propios contextos familiares y sociales, sus comentarios fueron muy halagadores. Un honor viniendo de quien considero uno de los mejores fotógrafos de México.

Lo voy a extrañar. Y no seré la única. Deja un gran vacío en la fotografía mexicana porque creo que todavía tenía mucho por hacer y mostrar, muchas puestas en escena que armar, y como persona, muchos bailes por danzar, muchas risas que compartir con ése, su original sentido del humor.

Deja un legado muy importante. Sus imágenes son parte ya de la historia de la fotografía y de la historia de nuestro México.

La mayoría de las imágenes de Eniac tienen una fuerte carga social, muestran contrastes, problemáticas ambientales, vida cotidiana. Sin embargo, su fotografía tuvo también la función catártica del adiós. Cuando su padre murió, (a quién él admiraba profunda y abiertamente) Eniac se encontraba haciendo un recorrido por el norte de Marruecos y de Francia. Me parece que su libro más íntimo y personal Tanger a Calais surge de esa experiencia. En palabras de Óscar Colorado sobre Tanger a Calais dice: “Eniac llora desde el color, se refleja y reflexiona la pérdida, pero sin marcha fúnebre. El mismo año en que realizó estas fotos también falleció su madre. Así, más que llorar lo ido, pareciera que Eniac reflexiona lo vivido, lo recorrido. Una foto es particularmente importante: aquella con un camino, el vuelo de un pájaro y el atardecer.” Aquí termina la cita.

Paradojas de la vida: Eniac se despidió telefónicamente de su padre, sin poder estar en la ceremonia luctuosa. Curiosamente una de sus hijas tampoco pudo despedirse personalmente de Eniac, antes de que se fuera de este mundo. De cualquier forma, ninguna despedida es suficiente cuando se trata de no ver nunca más a un ser amado.

Estoy segura de que comparten mi sentir, y que junto conmigo querrán decir: Te vamos a extrañar Eniac Martínez, tus ocurrencias que causaban risa, tus apodos cariñosos para los demás, empezando por el «tigre» en que finalmente te convertiste para todos, tu música, tu generosidad, tus fotografías. Tus fotografías, Eniac, todas las que faltaron por hacer.

Hasta siempre, colega, amigo.  

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