Muerte y angustia en frontera de África y Europa
AP. Ceuta, España. 23 de mayo de 2021.- El joven llevaba unas zapatillas de suelas rojas y blancas para lo que resultó ser su último viaje. Aún llevaba las zapatillas cuando los rescatistas españoles sacaron su cuerpo inerte de las olas del Mediterráneo y lo envolvieron en una manta térmica.
Colocaron piedras en los bordes para evitar que el viento se llevara la brillante cobertura dorada. Después llegaron dos hombres corpulentos, con trajes blancos y un ataúd de plástico. Sus botas hacían crujir los guijarros de la playa mientras se llevaban el cadáver: otro cuerpo más, recogido de otra orilla europea.
Tras las escenas en playas de Grecia, Italia y otros lugares, un pequeño territorio español en la costa norteafricana añadió esta semana otro capítulo mortal en la historia de la lucha europea por combatir los flujos migratorios desde regiones desfavorecidas del mundo afectadas por el conflicto, la pobreza y otras miserias.
En una crisis sin precedentes que sobrepasó con rapidez a las autoridades españolas, más de 8.000 personas treparon cercas fronterizas y nadaron desde Marruecos al enclave español de Ceuta en un espacio de 48 horas.
Las autoridades españolas recuperaron del agua los cadáveres de dos varones marroquíes jóvenes.
Algunos de los que salieron a nado se arrodillaron para rezar antes de internarse en el Mediterráneo, con la esperanza de llegar a Ceuta y, desde allí, labrarse una nueva vida en la Europa continental.
Algunos nadaron cargando con paquetes con algunas pertenencias. Los nadadores menos hábiles tuvieron problemas para luchar con las olas y las corrientes. Un rictus de dolor marcaba el rostro de un joven migrante en los últimos metros (yardas) hasta la costa.
Un nadador descalzo llegó a Ceuta, aparentemente tan exhausto que en un primer momento no podía salir del agua. Se quedó tumbado boca abajo, aferrando la arena húmeda con la mano derecha. Más tarde el hombre se abrazó con desesperación a una trabajadora de Cruz Roja Española que le consolaba, con una mano amable apoyada en la cabeza del hombre.
Otros migrantes llegaron en embarcaciones endebles. Una pequeña balsa con 14 jóvenes hacinados flotaba peligrosamente baja. Utilizaban botellas vacías para achicar el agua. Otro hombre nadaba al lado, aferrado a la borda.
Para sellar la porosa frontera, las autoridades españolas enviaron a toda prisa militares con chalecos antibalas y porras, que rodearon a los jóvenes con pantalones cortos y camisetas de fútbol con los nombres de grandes estrellas.
Los soldados corrían por la playa pedregosa persiguiendo a los migrantes con sandalias y zapatos finos. Por la noche, en los callejones de Ceuta se oían los pasos apresurados de migrantes que corrían y se ocultaban.
En el lado marroquí, algunos jóvenes salían hacia el enclave sobre caminos muy transitados entre los arbustos en flor.
Desplegados junto a la alta cerca, soldados españoles miraban a través de la alambrada mientras los migrantes se reunían al otro lado, en un rompeolas y sobre las áridas colinas que se alzan junto a Ceuta.
Las fuerzas españolas arrojaron latas de gas lacrimógeno a la creciente multitud, y el humo formaba nubes blancas.
Vehículos blindados españoles se quedaron estacionados junto a la playa, con las ruedas sobre un bote tirado entre ropas abandonadas y otros objetos dejados por los que llegaron nadando para eludir la cerca.
Para la gran mayoría, la playa fue lo más cerca que estuvieron de la posibilidad de una nueva vida en Europa.
Más de 7.000 personas fueron enviadas de vuelta con rapidez. Los soldados los escoltaron hasta una puerta en la cerca fronteriza y los expulsaron a Marruecos.
Pero, ¿cuánto tiempo pasará hasta que las aguas vuelvan a atraerles?
Ceuta, una ciudad española de 85.000 personas en el norte de África, afronta una crisis humanitaria después de que miles de personas aprovecharan la apertura del control de fronteras en Marruecos para llegar a territorio europeo.