Ahora, las fuerzas rusas se han retirado de Bucha tras un mes de ocupación y el padre de Vlad, Ivan Drahun, se arrodilló al pie de la tumba.
Extendió una mano y tocó la tierra próxima a los pies de su esposa Maryna. “Hola, ¿cómo estás?”, dijo durante una visita la semana pasada. “Te echo mucho de menos. Te fuiste muy pronto. Ni siquiera te despediste”.
El niño también visita la tumba y deja allí un bote de zumo y dos latas de frijoles cocidos. Con todo el estrés de la guerra, su madre apenas comía. La familia todavía no sabe qué enfermedad la mató. Ellos, como gran parte de su pueblo, apenas saben como seguir adelante.
Bucha ha sido testigo de algunas de las escenas más espantosas de la invasión rusa, y en sus silenciosas calles casi no se ven niños desde entonces. Los numerosos y coloridos parques infantiles de la popular comunidad, que contaba con buenas escuelas, a las afueras de la capital ucraniana, Kiev, están vacíos.
Los rusos utilizaron un campamento infantil en Bucha como campo de ejecuciones, y las manchas de sangre y los agujeros de bala siguen en el sótano. En una repisa próxima a la entrada, los soldados rusos dejaron un tanque de juguete. Parecía estar conectado a un hilo de pescar, una posible trampa en el lugar más vulnerable.
A unos pasos de la casa de Vlad, algunos rusos usaron un jardín de infantes como base, dejándolo intacto mientras otros edificios cercanos sufrieron daños. Los casquillos de los proyectiles de artillería usados estaban a lo largo de la cerca del patio. En un parque próximo, una cinta roja y blanca señalaba la presencia de munición sin detonar. Los estallidos provocados por las operaciones de desminado eran tan potentes que activaron las alarmas de los autos.
En el edificio de apartamentos donde viven Vlad, su hermano mayor, Vova, y su hermana, Sophia, alguien pintó la palabra “NIÑOS” con espray y letras enormes en un muro exterior. Debajo, una caja de madera para guardar munición contenía ahora un oso de felpa y otros juguetes.
Es ahí donde se aprecia la frágil renovación de Bucha.
Un pequeño grupo de niños del vecindario se reunió para distraerse de la guerra. Enfundados en abrigos de invierno, pateaban un balón de fútbol o paseaban con bolsas de comida repartidas por los voluntarios.
Sus padres, asimilando el débil calor de la primavera tras semanas en gélidos sótanos, reflexionaron sobre cómo trataban de proteger a sus niños. “Les cubrimos las orejas”, dijo Polina Shymanska acerca de bisnieto Nikita, de 7 años. “Lo abrazamos, lo besamos”. Trató de jugar al ajedrez y el niño la dejó ganar.
Escaleras arriba, en el departamento donde el padre de Vlad y un vecino han juntado a sus familias para cuidarlas, Vlad se acurrucó en una cama con otro niño y jugó a las cartas. El radiador no daba calor. Sigue sin haber gas, electricidad o agua corriente.
No todos en la familia de Vlad pueden soportar regresar a su propia casa cercana. Los recuerdos de Maryna están por todas partes, desde los botes de perfume en la mesa junto a la puerta principal a la silenciosa cocina.
En la sala, el tiempo se ha detenido: los globos colgaban de la lámpara del techo y en la pared estaba todavía la guirnalda de coloridas banderas con a una foto familiar en la que aparecen Ivan y Maryna con Vlad en brazos el día que nació. Celebraron su cumpleaños el 19 de febrero.
Cinco días después, comenzó la guerra. Y la vida familiar se redujo a una húmeda media habitación de concreto en el sótano, forrada con mantas y llena de dulces y juguetes. Hacía mucho, mucho frío, recordó Ivan. Él y Maryna hicieron todo lo que pudieron para amortiguar los sonidos de las bombas para Vlad y para que mantuviera la calma. Pero ellos también tenían miedo.
Hace dos semanas, Ivan llevó a Vlad al baño improvisado en el refugio y visitó a sus vecinos. Entonces regresó a donde estaba Maryna para avisarle que iba a salir a fuera. “Le toqué el hombro y estaba fría”, dijo. “Me di cuenta de que se había ido”.
Al principio, recordó, Vlad parecía no entender lo que había ocurrido. El niño dijo que su madre se había trasladado. Pero en el entierro, vio a Ivan arrodillarse y llorar, y ahora sabe lo que es la muerte.
La muerte es inseparable de Bucha. Las autoridades locales contaron a The Associated Press que entre los cientos de victimas mortales habría al menos 16 niños. Los que sobrevivieron se enfrentan a una larga recuperación.
“Se han dado cuenta de que ahora hay calma y tranquilidad”, señaló Ivan. “Pero, al mismo tiempo, los niños mayores entienden que esto no es el final. La guerra no ha terminado. Y es dificil explicarles a los más pequeños que la guerra sigue adelante”.
Los niños se están adaptando, apuntó. Han visto muchas cosas. Algunos han llegado a ver como se mataba a perros.
Ahora, la guerra se ha colado en sus juegos.
En un cajón de arena fuera del jardín de infantes, Vlad y un amigo se “bombardeaban” el uno al otro con puñados de arena.
“Soy Ucrania”, decía uno. “No, yo soy Ucrania”, dijo el otro.