Carta a Damian Mendoza

Por Temoris Grecko

Quiero morir cuando decline el día,

en alta mar y con la cara al cielo,

donde parezca sueño la agonía

y el alma un ave que remonta el vuelo.

Manuel Gutiérrez Nájera

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 15 de julio de 2023.- 50 años y 20 días. Nunca fueron tus paseos, tus errancias ni tus proezas tan eufónicamente redondas como la duración de tu paso por la Tierra. A alguno lograrás confundir, como broma amistosa y póstuma. Y te escucharemos carcajearte.

Creo que tu hermana, Ednna, sintió tu partida. Nunca antes me había llamado para preguntar por ti, ni para nada más. Al colgar con ella, marqué de inmediato tu número telefónico. No envidio a Jerónimo, el amigo desconocido que tuvo el valor de contestar el teléfono y darme la noticia. Pero lo agradezco tanto.

Quería que me dijera cualquier otra cosa. Que habías protestado ante la policía municipal por abusar de alguna persona en problemas y ahora había que ir a Zihuatanejo por ti para sacarte de la cárcel. Que te habías comido seis kilos de ostiones y en la clínica local habían agotado los medicamentos sin aliviarte la indigestión, y que tenerte ocupando tres camas dejaba a otros pacientes en el piso. Que el pueblo amenazaba con recurrir a los ajos y las antorchas porque se creía que de noche trashumabas de bar en bar buscando sangre fresca.

Me dio, no obstante, la peor noticia, que siempre es aquella en la que ya no se puede hacer nada, ni pagar la fianza, ni darte un apretón de panza ni invitarles los mezcales a los pobladores para convencerlos de que en realidad eres Damiancín, el vampirito amistoso.

Pienso en Sarah. La heroica. Nadaban juntos en mar abierto, tratando de alcanzar aquella isla, cuando te escuchó gritar. Inconforme ante los constantes excesos -y sobre todo ante este exceso-, tu corazón había declarado la cesación definitiva. El paro final. Ya no respirabas ni te movías cuando ella llegó a ti. Que fortaleza de carácter. Si le hubiera concedido paso al pánico, quizás ella misma hubiera fallecido. Su energía y su determinación se impusieron a tus dimensiones cetáceas. Apenas imagino todo lo que pasó ahí, el movimiento de las aguas, la respiración de la mujer, la tensión de los músculos forzados al extremo… el cansancio… el agotamiento… la angustia de saber que te le escapabas, que llevarte a la orilla no era salvarte porque no había nadie que los pudiera ayudar, estaban en un lugar desolado. Era todo lo que podía hacer y lo consiguió.

Pienso en Ednna. Me tocó llamarla. Decirle eso que nunca se puede decir de la mejor manera. Entender que no entendía. Pedirle que se comunicara con Jerónimo. Y recibir minutos más tarde su llamada, ahora sí, empezando a tomar conciencia de tu partida. El dolor…

Y en tus padres y tíos, a quienes hace solo unas semanas conocí en Yautepec, para celebrar tu medio siglo. No se vale que los hijos se marchen primero.

Los conocí hace tan poco… conociéndote por tanto tiempo. Entraste a Comunicación en la UAM-X cuando tus compañeros mayores ya teníamos dos años rifando antropaquetes, publicando El Kommunal, organizando eventos de la carrera y oponiéndonos a decisiones de las autoridades. Compartimos el movimiento de aquel otoño del 93, en el que supimos detectar la manipulación de quienes apuestan a eternizar los conflictos para ganancias ajenas y pactamos una victoria sin maximalismos. Xochimilco rompió con el grupito violento que había secuestrado Azcapotzalco, y ganó la comunidad.

Salió mi generación. Luego la tuya. Nos perdimos por dos décadas hasta que Ayotzinapa nos reunió. Nos reunificó. Tuvimos un extraño encuentro en Casa Azul, tras el que te incorporaste a Ojos de Perro. Y desde entonces, por casi nueve años, volvimos a caminar juntos. Como cuando cada día nos peleábamos a muerte, encerrados por semanas en el estudio durante la edición maratónica de “MirarMorir. El Ejército en la noche de Iguala”, que hizo crisis y alcanzó el cielo en la legendaria proyección del estacionamiento 4 del Centro Cultural Universitario, en octubre de 2015, ante 2,100 asistentes. La que Jorge Ayala Blanco aplaudió sentado por tres horas en el duro y frío pavimento.

Vinieron más docus, proyectos, viajes. ¡Teníamos tantos compañeros de tu peso que ni el Jeep de Juanfe salió indemne tras aquella función en Ayotzi!

Y la vez en que te rompieron la cabeza, con un botellazo por la espalda, cuando tratabas de impedir la violencia en el Zócalo (https://bit.ly/46GB331).

Sarah fue heroica porque tú también fuiste siempre heroico. Profundamente solidario y comprometido; valiente hasta una imprudencia que tal vez te costó la vida pero siempre estuvo del lado del vulnerable, de la justicia, de la digna rabia; jodón y divertido; coherente, a veces pesimista pero siempre entusiasta; cariñoso, amoroso, gran, grande amigo.

Eras feliz en estos tiempos, mi hermano Nosfe. Enamorado, clavado en “Este arte que abraza”, editando ficciones, regresando a la playa después de 13 años.

Te fuiste como quiso irse Gutiérrez Nájera, en el siglo XIX. En alta mar. Con la cara al cielo. Te ahorraste las largas, temibles agonías.

Y te perdiste tanto, tanto que nos falta por hacer, Damianosaurio.

Que en Ojos de Perro haremos en tu memoria y en la de Armando, nuestros dogos vagabundos.

50 años y 20 días suena demasiado redondo para ser el número de tu presencia en el Anáhuac.

Tendremos que descomponerlo en cifras heroicamente caóticas, como tú. 1 por Camila; 7 por Tlanixco; 13 por Pacheco, Moisés, Regina, Javier, Miroslava, el Choco, el Gato, Blancornelas, Rubén, Nadia, Alejandra, Mile, Yesenia y tantas y tantos más; 43 por Ayotzi; y miles y miles por nuestra gente desaparecida.

Por ellas y ellos, y por ti y Armando, no nos rendiremos Damián. Seguiremos investigando, produciendo, denunciando y exigiendo verdad y justicia, frente a quien sea que se imponga la toga de la autoridad.

Ave, Damianus. Los que van a vivir para seguir adelante, te saludan.

Por siempre, Témoris.

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