Crónica: El tibirí, la banda, señas de identidad

Foto: Víctor Navarro

Por Víctor M. Navarro

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 18 de noviembre de 2020.- Ubicado en lo más alto de una loma tacubayense veo desfilar el paisaje: árboles, todavía muchos árboles, el verde del recuerdo invade la avenida Parque lira desde el Chivatito, Los Pinos (años y décadas la casa presidencial, hoy museo de mucho oropel y poca monta), el cruce de Vicente Eguía donde se ubica la sede de los poderes locales, rimbombante alcaldía que transita de la demagogia a la rapaz propuesta de un gobierno más bien dictatorial y mentecato.

Sigo por la vereda y llego a un hermoso Parque Lira tan lleno de historia como de descuido, la Casa de la Bola, donde el viejo Antonio Hagenbeck vivía entre lujos históricos, perros, soledad y por las tarde salía a su portentoso jardín para solicitarle a los chavos mariguanos que ya saltaran la barda de regreso a  casa porque la noche caía.

Dos cuadras adelante pasando avenida Observatorio muy cerca del Viaducto Miguel Alemán arribo al epicentro de Tacubaya. Me detengo en plena Plaza Charles de Gaulle  (Cartagena) y dejo proyectar en sepia el flashback de una historia que me mantiene en pie.

Primero el viejo portal de Cartagena con su panadería, cantina, tienda casi de raya, abarrotes, piloncillo, frutas y legumbres. A su costado una mansión del siglo XIX convertida en vecindad multicolor, la fuente señorial utilizada como lavadero comunal, y donde después construirían el Cine Tacubaya/ Carrusel bulliciosa se encontraba la estación del tren que llegaba a La Venta en los lindes con Toluca.

Ahora todo es historia, acaso un folletín que ha cedido el paso a una inoperante urbanización con puentes, pasos a desnivel, escaleras peatonales, intrincados rincones vueltos basureros, la populosa estación del metro Tacubaya, la base del Metrobús y cerradas infames abiertas para la maña del chinero, el metemano y hábiles ladrones de toda laya.

Tacubaya ha pasado de ser aquella zona de casas señoriales, haciendas de descanso, lomerío frondoso rodeado de ríos, a convertirse en una zona depauperizada, pero rabiosamente orgullosa de su gente y de su historia.

He visto pasar unas siete administraciones delegacionales en este mi entorno de nacencia, como simple vecino opino igual que Juanito – Tacubaya cada vez está peor, todo nuevo delegado promete y la verdad no hacen nada, mucha verborrea pocas acciones efectivas-.

Como periodista he investigado, observado, analizado y concluyo: los vicios administrativos, las corruptelas, los intereses creados siguen y originan malversación e ineficiencia.

Recorro céntrica calle y me topo de frente, pomposo funcionario anuncia: -con las voluntades de vecinos y empresarios, con la aportación de los que tienen y de los que no tienen, hemos conformado la super estrategia a corto, mediano y largo plazo; todos ponen yo administro-. Plan maestro ejecutado desde siempre, Degenaración Tacubaya.

Sentado en la cornisa de un puesto del Mercado Cartagena me veo correr por sus pasillos con la pandilla infantil: el Borrego, el Piteco, Chencho, el Apache, el Chino, el Chillón, el Lagrimitas juegan a la pelota, van a la plaza donde el Merolico y el payaso callejero hacen la ronchita…” -a ver chimino, animal del demonio, asoma la cabeza para que nuestro público bonito te conozca-”, si es una tarde agraciada veremos al Gitano haciendo bailar al oso.

Camino por la orilla de la Alameda de Tacubaya y la escuela Justo Sierra  (esa que fue casa del prócer y de donde dicen se robaron todos los instrumentos de astronomía que coleccionó), emprendo la ruta  que me lleva desde la infancia por la pequeña calle Héroes de Churubusco lateral al viaducto (apenas dos cuadras de avenida Revolución a  la iglesia de San Juan en el barrio Becerra), llego a Carlos Lazo y Regina, sede del mercado y los negocios familiares, ubicados en aquellos brillos del inmueble comercial, antes que la  corrupción, la ambición y la ojetez de autoridades delegacionales y del gobierno central coludidos con empresarios de centros de autoservicio iniciaran la barbarie contra el pequeño comercio de la zona.

Así como vi desaparecer edificios y edificar trazos de un anodino entorno urbano, vi pasar a las dos bandas memorables de la Tacubaya brava, guerrosa y garrosa: los Sex Panchitos Punk y la Buk ( Banda Unida Kiss), aquellas batallas campales en callejones y avenidas, los madrazos y las patadas a flor de piel, el Hacha, el Andrés, el Niñote diestros con la cadena y los chacos, atracos en las tiendas de la colonia y tocadas los sábados en alguna bodega con la cinta sonora en vivo de los Dugs Dugs del Armando Nava, Mandril, el mismísimo Peace and Love y grupos locales.

En esta foto al pie de la crónica están esos cabrones que conocí en la primaria Costa Rica, en la Guillermo Prieto o en el Colegio Luz Saviñón. Épocas cuando caminaba de regreso al puesto surcando cual Odiseo de barrio las calles de General Cano, Vieyra, Veramendi otrora Tacubaya ahora ampulosa San Miguel Chapultepec, era el paso cotidiano acompañado por mi carnalito Óscar Navarro, antes de ingresar a la secundaria No. 21 Jovita A. Elguero en el aguerrido barrio de Bellavista (más vida, más historias), escuela donde trabé amistad con el Chabelo y el Zea, años después los más picudos en la venta de mota allá en las famosas islas de Ciudad Universitaria (otro capítulo fenomenal donde inicio la entrañable relación con mis hermanos periodistas, poetas y escritores del Taller de Poesía Sintética; Trejo, Vargas, Ortega, Buil, Monsalvo, Sanciprian, Assai, Figueroa, Pérez Cruz, Aguilar, Rubio, Domínguez, Córdova, Piedra).

Esta Tacubaya tan cerca y tan lejos, cuna de historia y de historias, aquí se fundó esta ciudad antes de Tenochtitlan, aquí vivieron la bellíisima, memorable y cabronsísima Guera Rodriquez, Fidel Castro, José Martí, el Tigre de Santa Julia, Javier Solís, Dámaso Pérez Prado, Johnny Laboriel, Guillermo Prieto, el Zapo Mendiola, Fallo Hernández, Ricardo “finito” López, Los Brazos, los Mártires de Tacubaya, terruño de boxeadores, luchadores, futbolistas, tiras, poetas.

Cuando regresaba, años sesenta, de la secundaria 21 al mercado Cartagena, era paso obligado con los cuates la panadería Vista Hermosa, los tacos de suadero en el tendajón de la abuelita en la esquina de avenida Jalisco y Héroes de Padierna, muy cerca de una de las entradas a la CP (Ciudad Perdida), mítica y laberíntica vecindad, tantos vecinos que iban en mi salón de clases, las primeras novias, en su momento cuna de la venta en mota y coca, atardeceres donde tarde y amistad confluían con los fajes iniciales, convivencias en el solar entre lavaderos, tendederos y siempre los sábados terminaban a chingadazo limpio.

Camino cuesta abajo después de la calle Once de abril me encuentro en la  esquina con el altar a la virgen y al lado la vecindad donde vivía el Cremas (Jorge Rodríguez Macías qpd),  más abajo el inconmensurable 262, contra esquina de la pulcata, el edi, la maldita vecindad…la banda chida, tocada los sábados y putizas al amanecer. Al lado el 258 y aquí llueven los apodos que son  nombres: el Rabo, el Zaporo, el Cardiaco, el Kalimán, el Lechuga, el Nene, el Betingas, Jimy Joe, el Willy, el Fer, Los Galgos, el Loco, el Guazón, el Fello, el Chacal, el Rocky y la cuerda da para largo.

Paisaje y pasaje de vecindades, y así llego al Mercado Cartagena, bastión comercial de la zona, inmueble que desde inicios del siglo XXI ha caído en rotunda decadencia, pero el gremio comerciante, la estirpe del marchanteo sigue firme hasta las últimas consecuencias. Entre estas cortinas del mercado y el pequeño comercio vi pasar mis mejores años (lugar común que poco importa pero mucho aporta), en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta el apogeo comercial brillaba a todo dar, se crearon imperios y emporios, época feliz de la estirpe Macías (maestros de vida Pepe y Enrique), jarcierías al por mayor, juguetería, bonetería, mercería, los locales de ropa para toda la familia surtidos y engalanados ,los zapateros vendían al por mayor, Juan, Ernesto, Pepe, Domingo tablajeros exitosos, la nave central rebosante de colores, olores y el griterío de una efervescente historia del pequeño comercio. En este espacio cito, de qué se puede jactar un hombre sino de sus amigos, unos está otros también: el Bogio, Andrés y Javier Igarí, Tolán, Arturo Bam Bam, Roberto Soto, el Brujo, Efrén, Alicia, el Moy, Kiko Ramírez, Miguel, Javis, Jaime todos los Gutiérrez, el gallito Samuel, Pera, Edgar, el Abuelo…mosaico existencial, mis señas de identidad. Al igual que el Becerra el Mercado Cartagena vivió épocas de gloria y esplendor.

En el inter se me atravesó el CCH Naucalpan, otra coma de mi vida en Tacubaya, ya con la semilla sembrada por los maestros Felix (español) y Lara (música) en la secundaria, el bachillerato se convertiría en la plataforma para imbuirme en la literatura, el teatro, la música y mis primeras grandes amistades creativas; el grupo ProArte Diego Rivera, conformado por músicos, poetas y locos me dio la certidumbre del lenguaje y la escritura, de ese entonces mis primeros textos con olor y sabor a Tacubaya.

Aquí la vena de la crónica cede el paso a la siempre viva educación sentimental, Bonetería Rosita, los puestos de una de las fundadoras del mercado junto con Josefina Vázquez Vera (mi abuela) y Martita Bárcenas…sí!, doña Rosita Bárcenas, sin duda un referente en el comercio tacubayense durante varios años, gran vendedora y cultísima mujer, la primera en el mercado en vender uniformes escolares, viajera del mundo, sibarita, lectora voraz y amante de la música clásica; ejemplo para muchos comerciantes, maestra en el arte del marchanteo, en el 2004 murió y con ella la Bonetería, siguió para el negocio un periodo lamentable de decadencia, traición, ponzoña y baja moral; luego acaso un repunte medio surrealista y artistoso que originó la Boutique de discos y libros (Bonetería Rosita), local que sin duda ha de festejar la doña sonriente en su nube de bondad y tierna intermitencia celestial.

Épocas aquellas de los cuentos o historietas, los cuales como el Memín Pinguin o Rarotonga terminaban en continuará…

*Revista Generación Alternativa, edición TACUBAYA, # 156, octubre/ diciembre 2020

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