Por Jorge Meléndez Preciado
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 22 de enero de 2024.- Por “El Capitán Lujuria” o el “Águila Negra”, registrado como René Avilés Fabila, y Gerardo de la Torre, que fue cuñado del hoy rememorado escritor, tuve relación con José Agustín.
Con René y Gerardo participé en muchas cuestiones, incluida la militancia en el desaparecido Partido Comunista Mexicano (PCM).
Aunque a José, como le decíamos, lo traté infinidad de veces por las razones más diversas.
En este texto, únicamente abordaré algunas cuestiones de amistad con el genial y desafiante escritor que le abrió el camino al lenguaje novedoso, la independencia literaria y política y la incorporación de la música a las letras y la vida misma.
- Cuando empecé a realizar una sección cultural para la revista Oposición del PCM, le pedí que escribiera un texto semanal para el impreso. De inmediato me dijo que sí.
Yo llegaba los lunes a su casa de Gabriel Mancera, un edificio adelante de la funeraria Gayosso, a las 11 en punto. José ya estaba trabajando pero no había elaborado el artículo. Me pedía que me sentara para realizarlo. Para mi sorpresa, se ponía la mano izquierda en la espalda y con el dedo índice de la mano derecha tecleaba a una velocidad increíble. A los diez o quince minutos me entregaba dos cuartillas impecables. Yo receloso, pensaba que habría algunos errores gramaticales o de “dedo”, como se dice en el argot periodístico. Pero no, todo era perfecto, lo que me sorprendió porque nunca había conocido alguien con esa capacidad de llevar a cabo esa complicada tarea.
En ocasiones mientras tecleaba, se fumaba un cigarro de mota, lo que muestra que la yerba hoy ya legalizada pero no totalmente comercializada, es buena para la lucidez.
- Fuimos rumbo a Colima, en algún año, a una plática en la Universidad de la entidad. Éramos René, Joel Ortega, José Agustín y yo. Realmente el ídolo fue el sobrino del autor guerrerense José Agustín Ramírez, creador, entre otras piezas, de por: Los caminos del sur. Ni duda cabía de su importancia y trascendencia.
- En cierta ocasión lo visité en su casa de Las Brisas Cuautla. Afortunadamente, ya había un mercado cerca y pude comprar comida y bebida. El autor de la novela más importante para mí: Se está haciendo tarde (final en laguna) me recibió con su esposa Margarita y charlamos amplio y tendido. Entonces conocí a su hermano Augusto, el pintor, motejado: El Zoom.
Vivía modestamente, de sus regalías y su asombrosa capacidad para hacer obras de teatro, guiones de cine, dirigir películas, escribir cuentos, novelas, hacer prólogos de libros (me lo confirmaron Magú y Rocha) y ayudar a todo el que lo necesitaba, algo que es poco común en alguien que era y es un ídolo de la juventud de antes y de ahora como lo señala la estupenda escritora Fernanda Melchor (Tiempo de huracanes).
- En su trilogía: Tragicomedia mexicana (en poder de mi compañera Rosa Roveglia), que abarca los sexenios de 1940 a 1994, hace un balance terrible y fatídico de lo que fueron las administraciones hasta Carlos Salinas, quien en la portada aparece en un bote de basura rodeado de ratas.
Lo que muestra, claramente, que no obstante ser un literato reconocido, era un crítico de los abusos que ha cometido ese partido hoy liderado por el famoso Alito, que nos pide el voto para Xóchitl Gálvez.
El tomo primero, me lo dedica así: “Para el gran Jorge Meléndez, con un abrazote de tu cuate que te quiere a la buena”. El año es 1991.
- Mi hijo Alejandro Meléndez tiene en su biblioteca un ejemplar de: La Tumba, con la inscripción siguiente: “Para Ángeles (mi esposa fallecida) y Jorge: Espero que este libro lleno de barros…pueda en verdad manifestar el aprecio y la gratitud de José Agustín”.
- Poco se ha dicho que las mafias despreciaban al chavo que a los 16 años hizo el libro citado anteriormente, ya que la escritura era original, juvenil, desmadrosa, única y burlándose de todos incluso de él mismo.
- Algunos lerdos señalaban que no sabía escribir. Entonces hizo un cuento: Lluvia, con el lenguaje de los rucos, el cual fue adaptado para una película española poco difundida. Pero ello posibilitó que jamás le volvieran a señalar como alguien sin conocimiento pleno del lenguaje.
- Sus grandes aportaciones para que los muchachos que estuvieron en los movimientos del 66, el 68 y los demás lo tuvieran como un ídolo que les decía la neta y los mandaba a mundos sicodélicos y musicales.
- Cuando fue a Puebla, en abril de 2009, yo pensé que su literatura ya no era tan vibrante para los jóvenes, pero me equivoqué. Llenó el auditorio y al estar autografiando libros la multitud lo llevó hasta el borde y cayó en el foso de la orquesta, lo que le ocasionó que se fracturara el cráneo y varias costillas. Estuvo meses en el hospital pero salió con graves problemas y eso le impidió seguir tecleando a ritmo de rock, estimulantes y haciendo vitales desmadres, pero continuó siendo el maestro de varias generaciones y estar presente en las rupturas que todavía se dan.
- Unos compañeros poblanos, antropólogos muy reconocidos, le llevaron a una chamana para tratar de levantarlo de la cama y que saliera del encierro mental que vivía. No funcionó el remedio, pero quien era practicante del I Ching y demás esoterismos, lo vio como algo importante.
- Bien que se le hagan los homenajes pertinentes; mejor que se ayude a la cultura y los escritores en lugar de escatimar dineros que son indispensables para el cambio social, ya que hay muchos tecleadores sin ayudas de ningún tipo, menos tienen posibilidades de jubilarse, ahora que se pone el acento en ello, ya que ni siquiera perciben lo indispensable para vivir.
- Súper amigo de Parménides García Saldaña (Pasto Verde, El rey Criollo, et al), quien hizo un libro de poemas llamado: Mediodía, el cual también fue denostado por los críticos pero avalado por el Gran Cocodrilo, Efraín Huerta, José Agustín decía que “El Par” era el mejor escritor de rock; aunque luego llegaría Jesús Luis Benítez, “El Booker”, con su novela, A control remoto y otros rollos (manuscrito en la casa de Lucía Meléndez Ortiz).
- José Agustín fue un rupturista en todo, incluso en el trato siempre alegre y sin atavismos. Mostró que en la vida se puede trascender sin padrinos, grupúsculos o ataduras. Saludos a sus hijos: Andrés, Augusto y José Agustín y a su esposa, Margarita.