Jaime Reyes: de la poesía testimonial al barroco en la vecindad

Por Víctor M. Navarro

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 08 de diciembre de 2022.- “En la tierra baldía se ha instalado una colonia popular, y sus habitantes decoran con maleza y círculos de inacabamiento las casas que lentamente van surgiendo, con imágenes restallantes, recuerdo de escenas que de tanto repetirse nunca son las mismas, agua sucia y torrentes de agua ígnea, video-clips de violencia y domesticidad, escenas de la calle atisbadas en el televisor de los recuerdos cancelados, ecos de César Vallejo, voces fragmentarias que ahorran toda la vida para comprar un boleto de Metro, frases que ni empiezan ni terminan y que florecen en el lote desértico de los amaneceres y los ocasos”.

Los espacios del poeta, las etapas del poeta, Jaime tiene veinte años, está sentado escribiendo sobre la mesita que tiene en su recámara/ cocina en aquel departamento del vetusto edificio de la calle General José Morán # 218 ahora en ese sitio se encuentra la Corporación Mexicana de impresión.

En ese 1967 la colonia Daniel Garza era sencillamente Tacubaya, el anillo periférico a dos cuadras una vía rápida y transitable, frente al edificio estaba la fonda de la abuela Isidora, al lado una vecindad de bullicio y tíbiri los sábados, calle de vecindades laberínticas y ambiente popular. Paralelas a Morán las calles Sóstenes Rocha, Rincón Gallardo y la emblemática Barranquilla y su ciudad perdida, casas de lámina y teja donde moraban rateros, pamboleros de domingo y una de las bandas más rijosas del barrio.

Muchos de los poemas de Jaime Reyes me remiten a esa ciudad destruida, cito del poema un fragmento:

He vivido en distintas partes de aquí de México, y hasta este momento,

pues yo he vivido aquí, me gustaba y me gusta todavía.

Siempre he trabajado lo que puedo decir haciendo la lucha.

Mi hermano me enseñó a pararme y se acabó y yo lo seguí.

Una vez me perdí en la noche y fue mi madre y me pescó en la mañana.

Quiero jugar contigo le dije: Mira yo no puedo jugar.

Había que salir tirando golpes. Salí tirando golpes.

Quiero la revancha.

Llevo las manos todavía encogidas, así los brazos.

Dice Monsiváis: “Para ser fiel a su mundo poético -el viaje de los matices en la ciudad agreste-, Jaime Reyes se atiene a su idea de lo urbano como la explosión de los mundos de  los mundos desconocidos, donde todo se contempla a través de cicatrices y hendeduras. La fidelidad a las atmósferas formativas es manifiesta, pero Reyes ya descree del impulso épico o antiépico de su primera etapa, tan colmada de hermosos homenajes a la imprecación como tormenta lírica…el ritmo poético se articula y se desarticula, la fe y las canciones se emparejan, en el fondo del abismo siempre se recomienza”.

Estoy seguro que en aquellas tardes de 1967/ 68, fines de los sesenta, principios de los setenta, Jaime escribía los versos del Salgo del oscuro, en ese cuarto del pequeño apartamento en Morán, en esa cocina optimizada como recamar por el poeta, allí vi por primera vez libro y libros apilados en el lavadero, en al cornisa de la ventana, de cierto poesía de Vallejo, Gonzalo Rojas, novelas de Revueltas, allí por primera vez me asomé a las páginas de William Blake, libro que Jaime me dio a leer para que lo dejara seguir ensimismado escribiendo:

DE LOS ESTERILES

Para reconocer tu olvido, Circe,

quiero ser maniatado.

Que me encierren aquí,

en este u otro cuarto,

no importa.

De cualquier manera, estaré libre

para saber que en realidad nunca te tuve,

que esto fue sólo un mito en el que jamás creímos.

Pues el amor fue para nosotros un continuo devorarse

sin jamás hallar la paz n la tregua ni la entrega.

Dice Adolfo Castañón: “De un lado comprometida con el abismo y su luz inquietante; del otro animada por una vocación poética exigente y rigurosa hasta el sacrificio, impulsada por una sed de perfección ética y estética, la palabra poética de Jaime Reyes iba desvelada y adolorida por el filo cortante de una vocación que no podía -ni sabía- negociar sus intereses, mucho menos sus pasiones; era un artesano tenaz que sabía labrar la evasiva sustancia de las palabras. Escritura y reescritura tramaban en su telar motivos y cronotopos en un solo movimiento”.

Pasó el 68, pasó el 71, el movimiento estudiantil, el halconazo, sin duda esos movimientos sociales y políticos imbuyeron el ojo crítico; en la conciencia altiva del joven poeta Jaime Reyes. Ese poeta de amorosas raíces que se arrodillaba a media calle, en la ya mencionada José Morán, bajo la ventana de su musa amada y gritaba a voz de pecho su pasión, para escándalo y perplejidad de la tía Josefina y socarrona sonrisa de la abuela Isadora.

En las décadas 70/80 Jaime lucharía incansable en el Sindicato de la UNAM, juntas, manifiestos, panfletos, espacio donde la tía sindicalizada Lucía González, siempre apoyó a la familia. A la par del sindicato universitario, Jaime, cursaba en la FCPyS estudios de periodismo y comunicación. Con este bagaje y la seriedad que siempre caracterizó a Jaime, iniciaría sus colaboraciones de la época.

Grandes caminatas con el poeta, por las calles de nuestra urbe, de Ciudad Universitaria al departamento que ya habitaba en la calle Castañeda en una vecindad de los rumbos de Mixcoac, lugar donde dijo un día el poeta: “El lejano bullicio de los autos en la avenida Revolución se asemeja al murmullo del mar”.

Cito a Adolfo Castañón: “Jaime Reyes vivía con altiva modestia, en una vecindad de la calle de la Castañeda. Lo conocí con David Huerta de quien ambos éramos amigos y algunas veces nos reunimos en la casa de Eduardo Lizalde, anfitrión generoso de escritores y poetas jóvenes. Moreno y de ojos zarcos, Jaime Reyes me recordaba el aire aristocrático de los caudillos del sur, a un cierto personaje de Navidad en las Montañas de Ignacio M. Altamirano o a un lugar teniente de Vicente Guerrero o de Juan Álvarez y sus escuadras guerrilleras, acaso su sentido de la orientación en función de los grandes espacios, su aptitud para situarse en relación con la cuenta larga y el largo plazo, y para desprenderse de la pegajosa realidad, tengan algo que ver con su figura de montaraz errante.

A Jaime Reyes le interesaba la política -había sido compañero de José Revueltas, Roberto Escudero, Carlos Félix, entre otros-, pero lo que en realidad lo desvelaba y despertaba era el río subterráneo de la poesía”.

En 1976 aparece Isla de raíz amarga, insomne raíz. Este libro fue originalmente dado a luz por editorial Era y al año siguiente sería distinguido por el premio Xavier Villaurrutia, y la ruptura necesaria que impuso, le mereció un reconocimiento inmediato y un lugar aparte en la poesía mexicana moderna. La poesía de Jaime Reyes es una escritura implacable que no concede prórrogas. Abrir uno de sus libros. Leer cualquiera de sus páginas, es intervenir en el acto en un complot que sólo se organiza durante el lapso de su arremetida encarnizada contra las perezosas formas que elevan el estandarte de lo inerte.

La ceremonia de entrega del premio Villaurrutia se llevó a cabo en la Casa del Lago de la UNAM. Lugar donde trabajaba Jaime Reyes bajo la dirección del poeta Eduardo Lizalde, época de recitales, obras de teatro, música de jazz y tardes literarias en el bello recinto. Jaime alternaba su vida entre Mixcoac y una privada casi vecindad de la calle Ignacio Esteva, a unas cuadras de Tacubaya y el mercado, lugar donde vivía con la actriz de teatro Carlota Villagrán, hermana del pintor Armando, quien ilustraría portadas de los libros de Jaime, y cultivarían una honda amistad.

El mercado sin duda figura en el trasfondo de la poesía de Jaime, la familia González García, tías por vía materna del poeta, fue fundadora del mercado Cartagena, en la década de los 90, era frecuente ver a Jaime, en el 5to pasillo de ese inmueble comercial, platicando y conviviendo, entre puestos de ropa y bonetería o bien en aquellas pláticas infinitas con la tía Martha Bárcenas, en su puesto de telas y géneros.

“Habíamos perdido franja y territorios extensos nuestras frentes dejaban correr hilos de sangre para reforzar tu vestidura y dueña del mundo desechaste los azotes tranquilamente nos abandonaste creyendo que volvías. Tu separación era nuestro Dios. También las ruinas. Un día dejaste que llegaran los mercenarios y mi hábito en tu astío fluyó imperturbable durante todo el día. Atenidos al amor como sola posibilidad a tus ramas atamos nuestras horcas

Y perdimos, ilusoriamente perdimos, cada día, y mudaremos ahora no solo nuestra piel, cierto es no solo nuestra piel”.

Dice Castañón: Porque Jaime Reyes fue – ¿quién lo negaría? – un desterrado, si no un proscrito, si un ermitaño recluso en la modestia de su urbana espelunca. Cierto: respiraba a través de las letras, aunque no por su faz superficial, sino porque era raigambre, Dédalo cavando en el cuerpo de la tierra. Raíz oscura y vigilante, iba su palabra cundiendo, buscaba propagación y no maravilla que por ella corran aires de una épica lunar y que sus libros vayan narrando la tarea malograda de los héroes, agua fresca del manantial subterráneo en cantaros de oscuro, fulgurante barro. No, a Jaime Reyes la historia no lo ha dejado plantado. La ha esperado y desesperado más allá de toda puntualidad.

“Ocho, catorce días escondido en la punta del viento

he dormido yo en las cornisas del insomnio y me he quedado sin sueño.

Una muñeca bordando angustias bajo la cama, tirabuzón de los días evadiendo espantos en las aceras: los coches son rápidos y finísimos,

cortan en tijeretazos de colegialas las pieles resecas, las yodadas gargantas

de moribundos sin esperanza”.

En Isla de raíz amarga insomne raíz -escribe Eduardo Hurtado-, un título “todo él mejor”, según se dijo el año de su aparición 1976, Jaime Reyes inventa un lenguaje que rehúye cualquier noción preconcebida sobre lo poético y se atiende a la urgencia de los hechos: crónica excepcional de una época, este libro refiere las cotidianas hazañas de los hombres y las mujeres, que en la república del perpetuo despojo ejercen la lealtad a la resistencia. En versos que a menudo brillan, como máximas ardientes, el poeta consigue delinear autorretratos que son semblanzas generacionales: “Soy de los que no tienen paciencia y esperan”.

“Contigo el amor hago y rehago todos los lunes hasta el viernes en espera de ti.

Contigo estraigo en mis sombras fantasmas de la casa en que nadie dejó una esperanza de paz.

Este lunes y todos los días contigo, alaridos desnudándose en esa casa desnuda todas las noches.

Tritura ese morral de escombros que nos trae el viento, limpia en nombre del santo prepucio esa cañada en que has dejado pezones sembrando látigos.

Canta cerca de mi oído dulces canciones de amor insalvable, desgrana mis pies cielos teñidos de estropajo levantándose en las madrugadas…”

Solitario, pero no tanto retraído, pero no tanto, riguroso en su trabajo poético, exacto en su nombrar, la pasión, la reflexión, la mirada crítica y cáustica, Isla de raíz amarga, insomne raíz, es una puesta que concreta un discurso que irrumpe y asombra.

“Abiertos los pies el cauce abierto de piernas y mano abiertas me reí fui suficiente el que todo lo miraba sin escapar a su mirada. Todo lo entendí todo vino a mis manos a nada podré escapar me digo ésta es la peor de las cárceles, ninguna cárcel es peor si estoy amarrado por mis manos a mi cuerpo y esta historia es la misma nada sangra solo el cortejo de mis bienes…”

Quizá de las últimas imágenes que tengo de Jaime es la de una noche en el pequeño apartamento que compartía Mario Santiago con Carolina Estrada, en una vecindad del barrio de Tacubaya. Estas veladas al igual que las otras casi interminables, en el departamento de Ignacio Esteva, donde lo mismo llegaban poetas como Ricardo Castillo y Ricardo Yáñez, que amigos del barrio, como Juan Carlos, “El borrego”; escenarios de vida y poesía, que siempre estarán en mi valija de todos los viajes, de todas mis ciudades.

“Estoy donde quiera a la hora del desastre

Porque contigo estoy, porque sin ti no estuviera.

Nada más a ti te amo, no estoy para los demás, en nadie estoy si no estoy en ti,

Raíz del miedo, agua derramada.

Yo soy el hilo de agua que ata las esquinas, los rincones,

Las puertas de los quebabeantes han descubierto entre cuerpo y cuerpo

Pústulas enfebrecidas,

Lagos sangrientos, y han descubierto que atropellados estamos,

hermana,

muertos”.

Escribe Jaime Moreno Villarreal: “El poema, en la poética de Jaime Reyes, surge de una tradición que se manifiesta por medio de una desgarradura; de una garra que hiere las intenciones ocultas, los deseos, imponiendo su imperio, desmayando un lenguaje, librando una expresión que revolotee en la asunción de otro en mí. A esto me refiero cuando hablo de las líricas, mística y barroca de los siglos de oro en esta poética.

Jaime Reyes, a juicio de Carlos Monsiváis hace suya la tradición a manera de innovación. Característica ésta de la poesía iberoamericana. Baste recordar las vanguardias de principios de siglo o lo que se ha venido en llamar poesía neobarroca que cierra el 20 e inaugura la recién iniciada centuria.

 

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