Atisbo
Ahora lo sé;
una casa es raíz arrancada; puño con tierra.
Entro descalza, siento los latidos de ese cuerpo.
Por ahora, mi casa, es una entraña vacía,
una fila de reflejos que siempre miran un mismo lado,
una sombra como un hueco en la pared.
Por más que llueva, no se limpian los muros,
pero se destiñen las voces en los patios;
ahora sé como respira su sombra,
como los cuerpos desnudos se agonizan,
se van secando, son un puñado de tierra,
son de raíz arrancada.
Corazonada
Un faro encendido aguarda,
tiene el brillo a destierro.
Pólvora cargada de astucia incandescente.
En mi tierra, desnuda, llegan sus albores.
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Hay un estandarte en su voz de conquista,
en su placer que dirige el caudal de mis soles.
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En estas calles huecas,
pavimentadas con gotas de resurrección,
—me digo— no importaría morir.
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Pero el capricho tiene un rincón oscuro,
y los campos de sus ojos se vistieron
de atardecer;
los siguientes meses fueron, extrañamente,
de pájaros silentes.
Para ahuyentarlos,
quise ser jardín en su reposo.
En la corazonada cruzo los dedos
—pienso—
ojalá, no se desplome la noche,
ni nos aprisione,
pues nunca sentí esta soledad
como un vacío tan hueco.
◊