Sandro Cohen: en memoria
Foto: Especial
Por Óscar Wong
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 06 de noviembre de 2020.- Recuerdo, vagamente, el frío circundando nuestros cuerpos y los corderos negros en los pastizales al atardecer. Bajaba la neblina y aún seguíamos disfrutando del paseo. Y las risas, por supuesto. Y el peculiar acento del español estadounidense del amigo Sandro, acompañado de Josefina. San Cristóbal de las Casas, allá en los Altos de Chiapas, nos recibió con la generosidad de siempre. Ignoro los motivos de esa visita, pero la imagen aún prevalece en la memoria.
Durante un tiempo, el rostro barbado de Sandro fue cotidiano. Ya había publicado «Palabra nueva: dos décadas de poesía en México» (Premiá Edit., 1981), donde había recuperado la obra de una cincuentena de autores, entre ellos este tecleador. Creo que ese fue el mecanismo que dispararó nuestra amistad.
Evoco una mesa de lectura en honor a Rubén Bonifaz Nuño. El Palacio de Bellas Artes acogía a los jóvenes autores que leíamos para el maestro homenajeado. Compartimos la mesa con el amigo Sandro y otros poetas.
También me acercó a la amiga Adela Salinas, quien ya había publicado un libro de entrevistas con el tema «Dios y los escritores mexicanos». La editorial Colibrí, del poeta desaparecido, prolongó el éxito de esta obra y continuó con una nueva, denominada «Primero Dios», creo que en 1999, donde me tocó compartir el espacio con Juan Villoro, Carmen Boullosa, María Luisa Puga, Dolores Castro y Agustín Monsreal, entre otros.
Con ese pretexto tuvimos varias charlas telefónicas. Acucioso como era, Sandro solicitó los permisos a la en ese entonces Dirección de Literatura del INBA para utilizar las fotos destinadas al libro en cuestión. Luego, en algunas ocasiones, lo visité en la Editorial Patria.
Sin embargo, desde la viudez, en 1986, me volví muy poco sociable: por eso casi siempre permanezco distante, prácticamente al margen de la actividad literaria y de los amigos. Pese a todo, seguí conservando su amistad, enviando recuerdos cariñosos de cuando en cuando, a través de amigos y alumnos comunes.
En cierta ocasión, invitado por Sócrates Campos Lemus, el famoso líder estudiantil del 68, caminábamos por el centro de la capital oaxaqueña. Llegamos a un recinto universitario. Sandro Cohen impartía una conferencia magistral. Fue agradable escucharlo, acompañarlo y, después, colarnos a la cena que le ofrecieron los organizadores.
A cuenta gotas la memoria me entrega flashazos de imágenes. «Redacción sin dolor», por ejemplo, otro éxito suyo, fue un buen pretexto para enviarle saludos a través de amistades que se incorporaron a sus cursos.
Las redes sociales permitieron continuar, de cuando en cuando, el deambular de Sandro Cohen (Nueva Jersey, 1953-Cdmx, 2020). Sus recorridos en bicicleta y sus desayunos se volvieron legendarios en Facebook. Y de súbito, la noticia de su contagio. Ignoro por qué, pero me dio mucha ira saberlo intubado. Acaso porque Sandro se mostraba y se demostraba alegre, vital, pleno.
Y ahora la oquedad crece por su desaparición física. Duele lo que acontece en estos tiempos. El vacío continúa acechando. En menos de ocho días parten varios amigos y conocidos, como Francisco Conde Ortega. Y los recuerdos prosiguen aferrándose a lo inesperado e inevitable.
Las tinieblas pretenden envolvernos, aunque de cuando en cuando la luz relampaguea, como una foto en las redes que muestra un festejo donde Arturo Trejo Villafuerte, también desaparecido este año, sonríe al lado de Sandro, acompañado de Josefina Estrada. Su luminosa juventud me devuelve a los tiempos iniciales de la búsqueda, acaso inocente, de la literatura. Y celebro que en algunos tramos de su existencia hayamos coincidido.