Un adiós a Quino, el padre de la irreverente Mafalda
Foto: Eduardo Di Baia / AP
Por Almudena Calatrava y Daniel Zadunaisky
AP. Buenos Aires. Argentina. 30 de septiembre de 2020.- En 1963 apareció en Buenos Aires un libro de humor gráfico cuyo autor era poco conocido fuera de un círculo reducido de cultores del género. “Mundo Quino”, tal era su título, fue el lanzamiento del dibujante argentino creador de la irreverente Mafalda y sus amigos.
El historietista se catapultó a la fama con la niña contestataria de seis años a la que dio vida en 1964. Sin embargo, su obra va mucho más allá, tal como quedó patente en los libros de humor que produjo a lo largo de su vida.
Quino, quien falleció al miércoles a los 88 años, combinó magistralmente la ironía, la acidez y la ternura en su vasta obra como humorista.
Sus personajes eran personas normales y corrientes: niños, amas de casa, empleados explotados por sus jefes, víctimas del absurdo, el autoritarismo y sus propias limitaciones.
Cada chiste gráfico era una pequeña historia, desopilante y a veces de una tristeza desgarradora.
”¡Ufa! ¡Otra vez! ¡Te dije que de una semillita que tu papá me puso en la barriguita!”, dice una mujer que parece tener 90 años a otra que parece de 70.
Como dijo el humorista y crítico Miguel Brascó en el prólogo de “Mundo Quino”, “Quino dibuja pequeños y patéticos poemas sobre la especie humana”.
El espíritu crítico siempre impregnó su obra. “Es increíble cómo el mundo repite siempre los mismos errores”, dijo al inaugurar en 2014 la Feria del Libro de Buenos Aires.
Quino, más bien parco a la hora de hablar en público, se consideró en esa ocasión un humorista “político” y señaló que cuando dibujaba quería que el mundo “cambie para el lado bueno, el de los Beatles, el de Lennon”.
“Pero lamentablemente no fue así, porque el sistema se ocupó de elevarlos y de hundirlos luego”, sostuvo.
La mirada crítica sobre el poder sobrevuela la obra de este humorista. “Se ejerce en ámbitos que uno no se imagina. Siempre dibujé restaurantes porque me parece un terreno político comparable con la sociedad: la gente va queriendo comer, que es lo que quieren los pueblos, pero hay que someterse a lo que te diga el chef, que no tienen, que no hay, que te lo hacen mal… y encima hay que pagar”, dijo.
Mafalda, la niña de seis años que ama a los Beatles, defiende los derechos humanos y odia la sopa, sigue siendo famosa en los países de habla hispana y otros como Francia e Italia, donde se publicaron sus tiras, que han sido reeditadas en numerosas ocasiones y traducidas a más de una docena de idiomas.
Los personajes que la rodean, el materialista Manolito con sus sueños de llegar a ser “Roque Féler”, Susanita que sólo piensa en casarse con un hombre rico y ser madre (”¿Futuro perfecto de amar? ¡Hijitos!”), el apocado Felipe (“¿Justo a mí me tenía que tocar ser como yo?”), el filosófico Miguelito (“Trabajar para ganarse la vida está bien, pero por qué esa vida que uno se gana trabajando tiene que desperdiciarla trabajando para ganarse la vida”) y la diminuta rebelde Libertad (”¿Sacaste ya tu conclusión estúpida? Todo el mundo saca su conclusión estúpida cuando me conoce”), representan a su vez las distintas facetas del ser humano.
Mafalda llegó a Europa en 1969, al año siguiente del Mayo Francés y otras grandes movilizaciones juveniles que sacudieron el continente, en una edición italiana preparada y con prólogo de Umberto Eco.
“Mafalda es un héroe de nuestro tiempo”, escribió el semiólogo. “Y como nuestros hijos están a punto de convertirse, por elección nuestra, en muchas Mafaldas, no es imprudente tratar a ésta con el respeto que merece un personaje real”.
Con Mafalda y sus amigos, Quino pudo reflexionar sobre el mundo de los adultos, la política, la economía, el racismo, la guerra de Vietnam, Brigitte Bardot, los Beatles, los árabes e israelíes, las orquestas o los sueños de una clase media argentina que mitiga sus tensiones con el remedio “Nervocalm”. (“Estoy empezando a notar que juego un papel importante en el metabolismo de esta familia”, reflexiona un farmacéutico en la tira).
En los 80 y nuevamente en los 90 se produjeron varios episodios de Mafalda en dibujos animados que fueron difundidos en Italia y Argentina. No tuvieron éxito en el país de Quino, aunque repetían los mismos chistes y reflexiones que las tiras gráficas, quizás porque el lector que ama a un personaje acaba por dotarlo en su mente de una voz que nunca va a coincidir con la del dibujo animado.
Joaquín Lavado, o Quino como lo llamaba la familia para distinguirlo de su tío Joaquín Tejón, un diseñador gráfico andaluz que influyó decisivamente en el nacimiento de su vocación como dibujante, nació en la provincia argentina de Mendoza el 17 de julio de 1932, en una familia de inmigrantes españoles. A los 13 años ingresó en una escuela de bellas artes. Pero en 1949, “cansado de dibujar ánforas y yesos”, la abandonó y se abocó a formarse como dibujante de historietas de humor.
A los 18 años se trasladó a Buenos Aires en busca de un editor dispuesto a publicar sus creaciones. Allí sufrió tres años de penurias económicas antes de ver cómo se publicaba en 1954 su primera página en el semanario “Esto es”, momento que definió como “el más feliz” de su vida.
Desde entonces comenzó a publicar en varios medios. Con el tiempo, su trabajo fue reproducido por muchos diarios y revistas de América Latina y Europa.
En 1960, cuando colaboraba con varias publicaciones, se casó con Alicia Colombo.
Su primer libro recopilatorio de historietas humorísticas, “Mundo Quino”, vio la luz en 1963, tras lo cual, gracias a Brascó, recibió un encargo para dibujar unas páginas para la campaña de publicidad de una empresa de electrodomésticos. Con ese fin creó el personaje de Mafalda. La campaña no llegó a realizarse, pero Quino se quedó con algunas tiras que le sirvieron años después.
Así, el 29 de septiembre de 1964, nació la pequeña porteña en el semanario Primera Plana de Buenos Aires. Un año después el diario El Mundo comenzó a publicar la tira de la niña que cuestiona al mundo adulto, tras lo cual el personaje cruzó las fronteras argentinas para conquistar América Latina y Europa.
La primera recopilación de tiras de Mafalda en un libro apareció en 1966. La edición se agotó en dos días.
Quino dejó de dibujar la tira de su personaje más conocido en 1973, cuando Mafalda se publicaba en el semanario “Siete días ilustrados”. En la edición del 18 de junio de 1973, apareció Susanita para decir: “Ustedes no digan nada que yo les dije, pero parece que por el preciso y exacto lapso de un tiempito los lectores que estén hartos de nosotros van a poder gozar de nuestra grata ausencia dentro de muy poco”.
Quino diría que se le habían agotado las ideas, algo difícil de creer por tratarse de una imaginación tan fecunda como la suya, y que seguiría produciendo humor gráfico del mejor por más de tres décadas. Tal vez era un presagio de lo que se venía en la Argentina: el gobierno peronista, con secuestros y asesinatos casi a diario, seguido por la feroz dictadura militar de 1976-83.
Una tira de esos tiempos que se hizo célebre muestra a Mafalda que señala el garrote de un policía y le dice a un desconcertado Manolito: “Este es el palito de abollar ideologías”. Un grupo de ultraderecha lo reprodujo en un cartel en el cual Manolito respondía: “Sí, Mafalda, por suerte para abollar ideologías foráneas y contrarias a nuestro modo de vida occidental y cristiano”. El cartel apareció junto a los cuerpos de tres sacerdotes y dos seminaristas palotinos, asesinados por los militares en julio de 1976.
Decididamente, en esa Argentina no había lugar para Mafalda y sus amigos.
Así se reconoció años después, en 2009, en la inauguración de una estatua de Mafalda en el barrio porteño de San Telmo, cerca de donde había vivido Quino. El humorista gráfico Hermenegildo Sábat dijo en la ocasión que Quino perteneció a “una generación donde el humor fue perseguido y encarcelado (…) cuando sonreír era una amenaza y reír abiertamente, un peligro”.
La estatua de la niña contestataria sentada en un banquito de plaza se ha convertido en un lugar de peregrinación, donde se forman largas filas para tomarse la foto.
En 1976, año del último golpe militar en Argentina, el autor se trasladó a Milán y continuó produciendo humor gráfico que se reunió en colecciones de libros.
De ese año son “Yo que usted” y “¡No me grite!”, editados en México y Portugal. Otras recopilaciones son “Ni arte ni parte” (1981), “Gente en su sitio” (1986), “Potentes, prepotentes e impotentes” (1989), “Yo no fui” (1994), “La aventura de comer” (2007) y “¿Quién anda ahí?” (2012).
Sin embargo, el interés por la pequeña Mafalda permaneció y sus libros continuaron imprimiéndose. Así, fue elegida para acompañar campañas de UNICEF, la Cruz Roja Española y la Cancillería argentina.
En 1984, Quino inició en Cuba una amistad con el director de cine de animación Juan Padrón y firmó un contrato con el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos que le condujeron a la realización de cortometrajes con sus páginas de humor. La serie se llamó “Quinoscopios”.
A los 81 años, Quino reconoció a medios de prensa que había dejado de dibujar por algunos problemas de su vista y puntualizó que estaba satisfecho porque había dicho “casi todo” lo que sintió a lo largo de su vida. Pese a ello, las tiras de sus historietas se siguieron publicando.
En 2014, cuando se cumplieron los 50 años de Mafalda, Quino recibió en marzo la Legión de Honor francesa. En medio de su felicidad al recibir tal distinción, se refirió una vez más a la pérdida de la vista. “Es muy feo, a uno se le va desapareciendo el mundo”, dijo al diario La Nación.
El dibujante recibió en mayo de ese año el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, uno de muchos reconocimientos en su carrera. El jurado destacó que “al cumplirse el 50 aniversario del nacimiento de Mafalda, los lúcidos mensajes de Quino siguen vigentes por haber combinado con sabiduría la simplicidad en el trazo del dibujo con la profundidad de su pensamiento”.
Ese año, varias exposiciones recordaron al entrañable personaje en varias partes del mundo.