La salvadoreña Elizza Jurado lucha por encarcelados “olvidados” en EEUU

Foto: Salvador Melendez / AP

Por Claudia Torrens y Marcos Alemán

AP. San Salvador, El Salvador. 31 de julio de 2019.- Carlos pasó más de dos décadas en una prisión de California pensando que jamás saldría de allí tras haber sido sentenciado en 1993 a 45 años de cárcel por asesinato.

Sin embargo, el salvadoreño recuperó la esperanza tras conocer a Elizza Jurado, una compatriota suya que viaja a cárceles de Estados Unidos con frecuencia y ayuda a otros como él a salir de prisión. Para lograrlo, esta socióloga de 62 años trabaja con la familia del preso en El Salvador y demuestra a las autoridades estadounidenses que éste podrá salir adelante en el país centroamericano porque está arropado por sus parientes.

“(Ella) fue una luz al final del túnel. Me dijo que no todo estaba perdido”, dice Carlos, quien prefiere no dar su apellido por razones de seguridad.

Tras pasar más de dos décadas en la cárcel, el hombre de 50 años fue liberado en febrero y deportado a su país. Ahora repara muebles y hace jardinería en casa de su hermana –también su hogar– en su pueblo natal en el norte de El Salvador.

Elizza piensa que las docenas de salvadoreños “olvidados” a quienes auxilia pueden salir adelante con ayuda de sus familias a pesar de que su país se vea azotado por la pobreza y la violencia. Se pregunta, sin embargo, por cuánto tiempo más podrá ayudarles. Por un lado, su labor depende en gran medida de la caridad de los parientes de los presos; por otro, ella no tiene a nadie dispuesto a seguir el proyecto cuando ya no tenga fuerzas para continuar.

Según la salvadoreña, los presos a los que ayuda no son peligrosos. Muchos tienen una edad avanzada, o están enfermos, o cometieron su crimen cuando eran menores de edad. Otros, tras años en prisión, se dedican a obtener títulos de estudios o a aprender oficios.

La activista dice que ha ayudado a liberar al menos a 200 hombres desde empezó a ayudarles hace 14 años. Deben mostrar arrepentimiento y buen comportamiento en la cárcel. Desde que los conoce y hasta que son liberados puede pasar una media de siete años, aunque a veces puede lograrlo en menos tiempo, como ocurrió con Carlos.

“Les digo que si pierden el tiempo en prisión no encontrarán un empleo”, asegura. “Muchos de ellos aprenden inglés. Eso puede ayudarles mucho en El Salvador. No desperdiciemos toda la gente que viene deportada, ya sea que vienen de prisiones o no”.

A pesar de que la situación ha mejorado, El Salvador, con una población de 6,5 millones de habitantes, es uno de los países más violentos del mundo. En 2015, el año más sangriento en su historia reciente, 6.425 personas murieron en el país de forma violenta. El año pasado fueron 3.340, según datos oficiales. Sin embargo, las pandillas, presentes en muchas zonas, siguen involucradas en el tráfico de drogas, el crimen organizado y la extorsión.

El criminólogo salvadoreño Ricardo Sosa cree que tener un historial criminal en Estados Unidos no impide necesariamente que estos deportados encuentren trabajo en El Salvador, pero el país no está listo para recibirlos.

Sus familias es posible que lo estén.

“El acompañamiento, el apoyo de la familia es fundamental”, dice Sosa. “Es fundamental para que sean ellos quienes les busquen las oportunidades o ellos mismos puedan de alguna manera, en primer lugar, tenderles la mano, dándoles un lugar a donde llegar a vivir y buscarles la oportunidad de trabajar”.

Dos de las pandillas más grandes en El Salvador, Barrio 18 y La Mara Salvatrucha, o MS13, nacieron en California. Desde allí, los presos que oyen hablar de Jurado le escriben cartas. Entonces ella se acerca a sus familias en El Salvador y ambas partes montan un paquete que incluye fotos de la casa familiar, invitaciones a grupos de Alcohólicos Anónimos y oportunidades laborales que el preso –una vez liberado– podría tener en el país centroamericano.

El paquete se envía a la Junta de Libertad Condicional del Departamento de Prisiones y Rehabilitación de California. Elizza viaja a Estados Unidos cada año para reunirse con funcionarios allí y repasar listas de presos y sus fechas de audiencias de libertad provisional. Si los funcionarios de la junta aprueban la liberación de un preso después de una audiencia y el gobernador del estado apoya esa decisión, el preso es liberado y puede ser deportado.

“Muchos de ellos vienen de hogares desintegrados. Fueron niños que recibieron maltrato”, dice la salvadoreña. “Yo siento que este proyecto, si se viene abajo, va a ser un golpe para ellos. ¿Quién va a velar por ellos?”.

Una portavoz del Departamento de Prisiones y Rehabilitación de California dijo que el departamento colabora con Elizza pero que no puede hablar de ella porque debe mantenerse imparcial ante todos los activistas con los que colabora.

La activista salvadoreña, quien tiene experiencia en rehabilitación social, paga sus facturas trabajando para un productor de café.

En el 2005 creó la Asociación Salvadoreña de Apoyo a Privados de Libertad en el Exterior, más conocida como Asaple. El grupo está formado por parientes de presos y con los años también ha ayudado a mexicanos, guatemaltecos y hondureños presos no sólo en Estados Unidos sino también en México.

El gobierno de Mauricio Funes (2009-2014) le ayudó ofreciéndole transporte de cárcel a cárcel y acompañándola con funcionarios de consulados locales, explicó la mujer. En ese momento, ella viajaba con una visa del gobierno. La ayuda, sin embargo, terminó debido a la falta de entendimiento entre Asaple y el gobierno de Salvador Sánchez Cerén, cuyos funcionarios pidieron al grupo listas de presos liberados, una información que Asaple considera confidencial.

Elizza viaja ahora con una visa de turista y asegura que su trabajo es cada vez más difícil: los parientes de presos no pueden apoyarla mucho debido a sus pocas ganancias. También busca apoyo de otros grupos en la región que trabajan en la defensa de derechos de presos.

Ella afirma que presentó una carta de Asaple al nuevo gobierno del presidente Nayib Bukele para pedir que prosiga la colaboración. Portavoces de la cancillería dijeron a la AP que no tienen conocimiento de haber recibido ninguna carta.

Hoy en día, los parientes de presos en Los Ángeles recaudan dinero para financiar los vuelos de Elizza Jurado a Estados Unidos y Homies Unidos, un grupo estadounidense que ayuda a jóvenes, apoya a la activista con transporte, alojamiento y comida en California y otros estados. En septiembre, la salvadoreña planea ver a casi 100 presos en California y Arizona, asegura.

Uno de ellos es José Guillén, un salvadoreño de 28 años que lleva una década en la prisión estatal de California por asesinato.

Elizza quiere pedir una revisión de su caso porque José cometió su delito antes de los 18 años. Ella es la única esperanza para su familia, que mantiene una pequeña tienda en la zona rural de El Paisnal.

“Yo tengo fe en Dios, que con el trabajo que está realizando la niña Elizza, esta institución pues, nos ha llenado mucho de alegría”, dice María Sara Guillén, la madre de José, a quien le caen las lágrimas cuando se le pregunta por su hijo. “Vemos varios casos que los condenaron de por vida y están saliendo, así que nosotros nos mantenemos con una fe viva. Primero Dios, digo. Dios tiene la última palabra”.

Luis Ortiz es otro salvadoreño a quien Elizza también ayudó a liberar. Él, quien pasó 25 años en prisión por intento de homicidio y robo a mano armada, fue deportado en 2015 pero sólo duró unos meses en El Salvador: dice que huyó a México tras ser amenazado por pandillas. Ahora es miembro de la policía auxiliar en Rosarito.

“Ella se pelea por uno”, asegura por teléfono. “Yo salí gracias a ella. Todos los que hemos salido allá estuviéramos si no fuera por ella”.

Portavoces de la cancillería salvadoreña dijeron a la AP que no tienen información sobre cuántos salvadoreños hay presos en Estados Unidos. En 2014, cuando el gobierno colaboraba con Asaple, anunció que 1.112 de ellos estaban en prisiones fuera del país, la mayoría en Estados Unidos.

Cifras como esa impulsan a Elizza a seguir adelante, a pesar de la falta de fondos, asegura.

“Dios sabe por qué me escogió para este camino tan escabroso y tan complejo”, dice la salvadoreña. “Él sabe porque me puso acá”.

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