Migrantes muertos: La angustiosa espera de identificaciones

Por Alba Alemán, Delmer Martínez y Christopher Sherman

AP. San Marcos Atexquilpan, México. 01 de julio de 2022.- Aferrados a sus rosarios, los residentes de esta localidad montañosa observaron las fotos de tres de los suyos encima del altar de una iglesia local, rezando para que los adolescentes Jair, Yovani y Misael no figurasen entre los 53 migrantes que fallecieron en un camión abandonado en Texas.

La espera por la confirmación de si sus seres queridos están entre las víctimas ha sido angustiosa para numerosas familias de México y Honduras. Ahora se conformarían con recibir noticias que otrora hubieran resultado desalentadoras: que fueron detenidos por la Patrulla Fronteriza o incluso que están hospitalizados. Cualquier cosa menos la confirmación de que fallecieron.

Incluso esa noticia, no obstante, cerraría el círculo de incertidumbre. Ya sabrían lo que pasó.

Por ahora, los padres leen y vuelven a leer los últimos mensajes, revisan fotos, esperan una llamada telefónica y rezan.

No muy lejos de la iglesia, frente a la casa de dos pisos de la familia Olivares, se instaló el jueves un toldo negro para dar sombra a las decenas de personas que llegan todos los días para acompañar a los padres de los hermanos Yovani y Jair Valencia Olivares, y a la madre de su primo, Misael Olivarse Monterde, de 16 años.

El toldo negro es una costumbre típica de los velorios cuando no se puede acomodar a todas las personas que llegan para acompañar las familias.

En este caso no se trata de un velorio, sino de una vigilia en la que los residentes de este pueblo de 3.000 habitantes dan aliento a la familia, rezan y cuentan historias de los muchachos.

Teófilo Valencia, padre de Jair, de 19 años, y de Yovani, de 16, estaba sentado mirando su teléfono, leyendo los últimos mensajes enviados por sus hijos.

“Pa´, ahora sí ya nos vamos para San Antonio”, escribió Yovani a las 11.16 de la mañana del lunes. Media hora después, su hermano le escribió a su padre que estaban listos para trabajar duro y pagar por todo.

Luego de pocas horas circuló la noticia del hallazgo de un camión abandonado junto a unas vías férreas en las afuera de esa ciudad del sur de Texas. Decenas de personas fueron halladas muertas.

Los primos habían partido el 21 de junio. Yolanda Olivares Ruiz, la madre de los dos hermanos, se aseguró de que Yovani llevaba su carnet escolar para identificarse y les puso tres mudas de ropa en las mochilas, junto con los números de teléfonos de parientes en Estados Unidos y en México.

Hermelinda Monterde Jiménez se pasó la noche previa a su partida hablando con su hijo Misael.

“Me dijo ‘mamá, me despiertas’, y yo por un momento pensé en no hacerlo para que no se fuera, pero ya era su decisión y su propio sueño”, narró la señora.

Los padres sacaron préstamos, ofreciendo su casa como garantía para cubrir los 10.000 dólares que los traficantes les cobraban por cada primo.

Dieron un adelanto y debían pagar el resto cuando los muchachos llegasen a su destino.

Los jóvenes querían trabajar, ahorrar dinero y volver a su tierra para abrir una tienda de ropa y zapatos. Se dieron cuatro años para conseguir su propósito.

El viernes 24 de junio se encontraban en Laredo (Texas).

Les dijeron a sus padres que, pasado el fin de semana, los llevarían a su destino final, Austin, donde los esperaba un primo que había llegado allí hacía algunos meses.

En la última semana una veintena de lugareños partieron rumbo a Estados Unidos.

La familia se enteró de la tragedia del camión recién el martes. Trataron de ponerse en contacto con los chicos, sin éxito. Ese mismo día fueron a dependencias del gobierno y suministraron toda información que pudiese ayudar en la búsqueda.

El miércoles el cónsul de México en San Antonio confirmó que había residentes del estado de Veracruz –donde se encuentra San Marcos– entre las 27 víctimas mexicanas. El jueves, abogados del estado viajaron a San Antonio para colaborar con las identificaciones.

La familia Olivares, mientras tanto, seguía esperando noticias y rezando.

La espera terminó el jueves para la familia de Jazmín Nayarith Bueso Núñez, de El Progreso, en Honduras. Sus oraciones no bastaron. Se confirmó que era una de las personas muertas en San Antonio.

Bueso Núñez sufría de lupus, un trastorno inmunológico que le costó su trabajo en una planta de ensamblaje y cuyo tratamiento es costoso, según dijo su familia.

Un amigo de la familia había ofrecido ayudarla a llegar a Estados Unidos, donde esperaba encontrar un trabajo que pagase mejor y le permitiese mantener a un hijo de 15 años que dejó con sus padres y encontrar tratamiento para su enfermedad.

Antes de partir el 3 de junio, esta mujer de 37 años le informó a su padre que pensaba emigrar.

“Vengo a despedirme”, le dijo, según cuenta el padre, José Santos Bueso. “Me voy para el norte”.

El padre trató de convencerla de que no lo hiciese, de que era muy peligroso.

“No, papá, que es un vieje muy especial”, le respondió ella.

“Yo anduve allá, hija. Ya no hay viajes especiales”, insistió el padre, agregando que el único viaje especial era por avión, con una visa.

El coyote que la llevaba “está ganando unos 15.000 dólares, dice que me va a llevar tranquilo”, le dijo la hija.

Estaba en Laredo la última vez que habló con su padre. Le dijo que los coyotes les iban a sacar los teléfonos, por lo que no podría comunicarse con él por un tiempo.

El jueves, un pariente que vive en Estados Unidos y que había estado colaborando con las autoridades en la identificación de las víctimas les informó la triste verdad, según su hermano Eric Josué Rodríguez.

“La situación económica y social que se vive en nuestro país es muy, muy difícil”, expresó. “Es la razón por la que vemos día a día, mes a mes, caravanas de migrantes. Es porque la gente tiene sueños y no hay oportunidades”.

De vuelta en San Marcos Atexquilapan, en México, las hermanas Hermelinda y Yolanda fueron a la iglesia el jueves por la noche, llevando fotografías de sus hijos. Las acompañaron mujeres con velas.

Adentro de la iglesia, las madres se sentaron en la primera fila mientras el cura pedía a la gente que rezase.

“No son delincuentes”, dijo el sacerdote. “Iban en busca de su pan de cada día”.

Los demás rezaban.

“Te pedimos por estos muchachos, que soñaban con una vida mejor”, expresó el sacerdote. “Dales ese consuelo, ese alivio donde ellos están, Señor. Que den respuestas porque estas familias están sufriendo, tienen un corazón angustiado”.

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