Niños migrantes conservan sueños y esperanzas pese a la dura travesía a EEUU

Foto: Eric Gay / AP

Por Beatriz Limón

EFE. Phoenix, Estados Unidos. 30 de abril de 2019.- Pese a la dura y peligrosa travesía que tuvieron que afrontar para llegar a la frontera de Estado Unidos con México, el sueño de los niños migrantes continúa intacto y siguen convencidos de que este es el país donde quieren labrarse un mejor futuro.

Mientras espera en un albergue de Arizona por un plato caliente de comida, Sarai, de 5 años, dice a Efe que quiere ser pintora cuando sea mayor.

Del viaje de ocho días que realizó junto a su madre, Blanca, desde Guatemala a Arizona, la pequeña solo recuerda que sintió «mucho miedo al cruzar el agua del río».

Y lo hace mientras sostiene una muñeca a la que llama «Estrella» y que ha sido la única que le ha provocado una pequeña sonrisa desde su llegada a Estados Unidos.

Sarai es una de las decenas de personas provenientes de Guatemala, Salvador y Honduras que llegaron en el último grupo que las autoridades migratorias liberaron en el albergue de Montevista, en Phoenix (Arizona).

La mayoría de las familias venían con menores, algunos con apenas meses de nacidos, quienes tenían que ser atendidos por el personal médico por deshidratación o resfriado.

Después, los menores tuvieron una pequeña fiesta por el Día del Niño, que celebra este martes buena parte de la comunidad hispana en Estados Unidos.

Sarai es uno de los cerca de 9.000 menores que han sido detenidos por la Patrulla Fronteriza desde marzo pasado. Muchos de ellos son adolescentes, pero también hay menores de 12 años y muchas veces viajan con «coyotes» contratados o son llevados por grupos de desconocidos.

La pequeña Dina, de 5 años, no dejó de cascabelear (castañear) los dientes la noche que tuvieron que dormir en el monte, explica a Efe su madre, Leticia Guerra, después de que tuvieran que huir de los «coyotes» mexicanos cuando los perseguían.

«Fue un viaje donde corrimos un gran riesgo, pero lo más triste es ver que mandan a niños solos. Iban dos menores de 12 y 13 años, que tienen que vivir solas todo esto», lamenta la guatemalteca.

Apoyado en la pared y con la vista fija en el horizonte, el pequeño Marciano, de 2 años, cuenta que tuvo que cruzar el río en los hombros de su madre, Maribel.

El pequeño quedó enredado en los arbustos y su madre lo perdió por un momento en el río debido a la «confusión» reinante.

«Pobrecito lloraba tanto, pero está tan ilusionado de volver a ver su hermanita de 4 años y estar en este país, donde dice que hay muchos juguetes», dice Maribel.

No todos los rostros son tan serios como los de Marciano. Uno de ellos, Edwin Daniel, de 12 años, no para de sonreír mientras habla con Efe.

Daniel dice que venía a Estados Unidos porque quiere ser un gran doctor cuando sea mayor y aseguró sentirse feliz de haber llegado al país, aunque eso haya tenido que suponer el estar «tres días sin bañarme».

Del viaje recuerda el momento en que fueron abordados en el desierto de Altar, en el estado mexicano de Sonora, por personas que traían «unas pistolotas» y despojaron de todo su dinero a las personas que iban en el grupo de migrantes.

Justin, de 12 años, también se siente feliz de haber llegado a Estados Unidos y afirma que desde que los «agarró la ‘Migra’ (Inmigración) no había comido un plato de comida tan rico como el de esta iglesia».

Este adolescente de ojos grandes y sonrisa amplia tiene la meta de ser cirujano y asegura que piensa lograrlo, pues presume de que siempre fue el «abanderado» en su escuela de Guatemala.

Pero también los hay muy jóvenes, como el bebé de diez meses que sostiene su madre Biel, de 18 años, que recuerda que tuvo que pasarla por un agujero de tierra donde «casi pierde la vida» para cruzar la frontera.

Marisol, de 10 años, quien presentaba síntomas de fiebre y dolor de garganta por el frío pasado en las instalaciones donde estuvo detenida por las autoridades estadounidenses de inmigración, habla con soltura acerca de su experiencia por el mismo agujero.

«Cruzamos por un hoyo de tierra, como que lo habían escarbado, sentí miedo porque era de noche y el espacio muy pequeño, solo para la gente flaca», comenta.

Al igual que los otros menores, indica que apenas había probado bocado desde que llegó a Estados Unidos, porque la comida que le dieron en el centro de detención no era de su agrado.

«Nos daban un burrito al día y no nos gustaba. Voy a extrañar la comida de Guatemala, así como a mis dos hermanos, que se quedaron allá, pero estoy feliz de ya estar aquí», dice esta niña que sueña con ser secretaria en Estados Unidos.

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