Balseros, transportadores de esperanzas

Foto: Alejandro Meléndez

Por Mariangel Calderón

Notimex. Tecún Umán, Guatemala, 20 de enero de 2019.- Le llaman “el Pichi”, pero se llama Ulises y transporta sueños, personas que atraviesan el Río Suchiate y todo lo que haya que mover por las aguas cambiantes de este afluente; tiene menos de 30 años y cambió su escritorio y oficina por una balsa.

Es licenciado en administración de empresas y el título está colgado en algún lugar de su casa, pues gana más aquí que tramitando créditos en el banco en el que trabajaba; al final siguió los pasos de su padre, que desde siempre se dedicó a transportar personas por el Suchiate y le heredó la plaza de dueño de turno.

Con los ojos puestos en las aguas del río explicó que no le rinde cuentas a nadie. Puede ir y venir en este trabajo para ver a sus tres hijos y esposa a la hora que sea. Su trabajo de balsero le permite atender sus asuntos familiares y disfrutar de los vaivenes del río, a diferencia de los horarios de trabajo de oficina, que eran estricos de nueve de la mañana a nueve de la noche.

El padre fue quien heredó a Ulises la tradición de balsero, que se negaba a aceptar hasta que vio que podía ganar más y disfrutar del clima familiar que se respira entre las personas que trabajan en el puerto, donde con cámaras de llanta y tablones de madera trasladan a personas, insumos alimenticios y lo que haya que mover por unos 10 pesos mexicanos.

Los trabajadores de este lugar deben entregar una cuota de 150 quetzales, es decir unos 300 pesos mexicanos, porque están organizados en una especie de Unión; luego de reunir esa cuenta, lo que reste es para ellos.

“Gano más del sueldo base que te dan en un banco o en cualquier empresa”, además de que ahí tenía que estar sujeto a un horario y sueldo determinado, ahora sólo trabaja 15 días al mes en esta balsa para trasladar personas y productos.

En entrevista, detalló que en ese punto del río hay 21 balsas que operan personas guatemaltecas y mexicanas, un día los primeros y el día siguiente los segundos, por ello los guatemaltecos se distribuyen el trabajo por numeración.

Entonces cada uno espera su turno para trasladar personas, desde migrantes que buscan mejores oportunidades de vida hasta madres de familia que por ahorrarse un dinero compran sus despensas en tierra mexicana, ya que les rinde más porque es más barato que en Guatemala.

Además de trasladar a personas migrantes también moviliza los sueños de éstas. A diferencia de las caravanas que llegaron en meses pasados ahora el movimiento es más tranquilo, desde poco antes de las seis de la madrugada que es la hora en que comienza a trabajar.

Los compañeros llegan a barrer el puerto, a verificar que las balsas cuenten las condiciones necesarias para trasladar despensas, personas que van y vienen entre Guatemala y México de manera natural y cotidiana hasta las esperanzas de un puñado de migrantes centroamericanos que atraviesan la frontera en busca de mejores oportunidades de vida.

Ulises es jefe de turno, aunque hay otros que sólo trabajan ahí como chalanes, pero hasta ellos cuentan con las prestaciones laborales necesarias para desempeñar su trabajo. La Unión es la que verifica que todos los compañeros trabajen con sus documentos en regla.

Tras seis años trabajando en el pequeño puerto ya conoce los movimientos del río, sus humores y cauces, en su otro trabajo sólo miraba hacia la calle por una pequeña ventana. Lo que más le gusta de ser balsero es la especie de familia que forman quienes se dedican a trasladar personas.

Las balsas no son de nadie, los turnos sí, explicó al señalar que las 21 balsas que atraviesan el Suchiate son operadas por turnos entre mexicanos y guatemaltecos. Los turnos se pueden vender porque son como una especie de plazas que las personas compran. Cada turno puede llegar a costar unos cien mil quetzales, es decir un promedio de 230 mil pesos mexicanos.

“Los migrantes siempre están, sólo que ahora se juntaron. La primera caravana vino tranquila, la segunda ya era muy violenta“, expuso al recordar que por esos días el puerto estuvo cerrado, las autoridades habían acordonado el área. En esta última caravana parecían días normales y sólo habían trasladado a unos cuantos que no quisieron esperar para tramitar sus tarjetas de visita.

Explicó que su papá siempre fue balsero, pero recuerda poco de lo que le contaba porque sentía enojo debido a que maltrataba a su madre, “lo único que nos dejó fue los turnos de las balsas, fueron dos, uno para mi hermano y otro para mí”.

Los días no siempre son tranquilos, a veces hay accidentes y todos los balseros corren a ayudar. “Esto no es de valentía, es práctica, hay que tenerle miedo a la punta de la creciente, que por lo general es en invierno, ya que viene con olas y grandes remolinos”, destacó al señalar que no hay mujeres balseras.

Es más maña que fuerza, detalló, se trata de tener dirección en las caderas y un poco de fuerza en las piernas.

Cada año, en Semana Santa los balseros guatemaltecos tienen su fiesta, hacen concursos para llenar costales, incluso para ver quién llega más rápido del otro lado, “se pone buena”, recordó con una sonrisa.

Antes de movilizar las balsas hay que llegar a limpiar el pequeño puerto, verificar que todo esté en buenas condiciones para comenzar a trabajar. “Además de la libertad, lo que me mueve es mi familia, no sólo la de mi casa sino la de acá”, agregó con los ojos puestos en la cristalina superficie del Suchiate.

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