AMEXI. Ciudad de México. 21 de abril de 2024.- El fallecimiento de un Papa marca un momento trascendental para la Iglesia Católica y para el mundo entero.
La silla de San Pedro queda vacante, dando inicio a un complejo y ancestral proceso conocido como sede vacante, que culmina con la elección de un nuevo Sumo Pontífice a través de un cónclave secreto.
Este ritual cargado de historia, simbolismo y profunda espiritualidad ha evolucionado a lo largo de los siglos, pero su esencia fundamental perdura.
Tras confirmarse el deceso del Papa, el cardenal camarlengo asume un papel central. Este alto prelado tiene la responsabilidad de certificar oficialmente la muerte, tradicionalmente golpeando suavemente la frente del Pontífice con un pequeño martillo de plata y llamándolo por su nombre de bautismo.
Una vez constatado el fallecimiento, se procede a la colocación de los sellos en el estudio y los aposentos papales, así como a la notificación formal a los cardenales y a los jefes de Estado.
Durante este periodo de sede vacante, el gobierno de la Iglesia Católica recae en el Colegio Cardenalicio, aunque con facultades limitadas.
No pueden tomar decisiones que excedan la administración ordinaria ni modificar las leyes fundamentales de la Iglesia. Se celebran misas diarias por el alma del Pontífice difunto, conocidas como «novendiales» (nueve días de luto).
El Llamado a Roma: Los Cardenales Electores
Una vez que se anuncia la muerte del Papa, los cardenales de todo el mundo son convocados a Roma. Solo aquellos cardenales menores de 80 años al momento de la muerte del Pontífice tienen derecho a participar en la elección, denominándose «cardenales electores».
Este límite de edad fue establecido por Pablo VI en 1970 con el fin de asegurar que los electores tuvieran la vitalidad necesaria para afrontar las exigencias del cónclave.
A su llegada a Roma, los cardenales se alojan en la Domus Sanctae Marthae, una residencia dentro del Vaticano.
Durante los días previos al cónclave, participan en las Congregaciones Generales, reuniones donde discuten la situación de la Iglesia, los desafíos que enfrenta y los perfiles de los posibles sucesores.
Estas reuniones son cruciales para que los cardenales se conozcan mejor, intercambien opiniones y discernan quién podría ser el nuevo líder de la Iglesia.
El Cónclave: Encerrados en Oración y Secreto
El momento culminante del proceso es el cónclave, una palabra que deriva del latín «cum clave» o con llave, reflejando el aislamiento al que se someten los cardenales electores.
Tradicionalmente, eran encerrados bajo llave para evitar influencias externas y asegurar la libertad de su elección.
Hoy en día, aunque no literalmente encerrados, se mantienen en un riguroso aislamiento del mundo exterior.
El cónclave se celebra en la Capilla Sixtina, un lugar emblemático adornado con las majestuosas obras de Miguel Ángel.
Antes de ingresar, los cardenales juran mantener el secreto absoluto sobre todo lo que ocurra dentro. Cualquier violación de este juramento conlleva severas sanciones eclesiásticas.
El Proceso de Votación: Humo Blanco, ¡Habemus Papam!
El proceso de votación es meticuloso y se repite varias veces al día. Cada cardenal elector escribe en una papeleta el nombre de su candidato.
Las papeletas se depositan en un cáliz y luego se cuentan. Para ser elegido Papa, se requiere una mayoría de dos tercios de los votos.
Una vez finalizado el escrutinio, las papeletas se queman. Si no se ha alcanzado la mayoría requerida, se añaden aditivos a la quema para producir humo negro o «fumata nera», indicando al mundo exterior que la elección aún no se ha concretado.
Esta señal genera expectación y oración entre los fieles congregados en la Plaza de San Pedro.
Cuando finalmente se alcanza la mayoría de dos tercios, las papeletas se queman sin aditivos, produciendo humo blanco o la «fumata bianca».
Este es el anuncio tan esperado: la Iglesia Católica tiene un nuevo Papa.
Tras la elección, el cardenal decano pregunta al electo si acepta su designación y con qué nombre desea ser conocido como Pontífice.
Una vez aceptado, el nuevo Papa es conducido a la «sala de las lágrimas», donde elige las vestiduras papales.
Finalmente, aparece en el balcón central de la Basílica de San Pedro, donde el cardenal protodiácono pronuncia la histórica frase: «Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam!» (Les anuncio una gran alegría: ¡Tenemos Papa!).
Historia y Evolución de un Ritual Milenario
El proceso de sucesión papal ha experimentado diversas transformaciones a lo largo de la historia.
En los primeros siglos, la elección del Obispo de Roma a menudo involucraba al clero y al pueblo de la ciudad.
Sin embargo, con el tiempo, y para evitar injerencias externas y facciones, se fue consolidando el papel del Colegio Cardenalicio como el cuerpo electoral exclusivo.
El cónclave en su forma más reconocible comenzó a definirse en el siglo XIII, con el objetivo de agilizar la elección y evitar largos periodos de sede vacante, que en ocasiones habían generado conflictos y divisiones dentro de la Iglesia.
La clausura de los cardenales durante la elección se formalizó para proteger la independencia del voto.
En la actualidad, el cónclave sigue siendo un evento profundamente espiritual y trascendente. Los cardenales electores se encomiendan al Espíritu Santo en busca de guía para elegir al pastor que guiará a la Iglesia Católica en los años venideros.
La elección de un nuevo Papa es un momento de renovación y esperanza para millones de católicos en todo el mundo, quienes aguardan con fe el nombre de aquel que tomará las riendas de la barca de Pedro.