Indígenas luchan con plantas contra coronavirus en Lima tras huir de la violencia en la selva
Foto: Ernesto Benavides / AFP
Por Jesús Olarte y Carlos Mandujano
AFP. Lima, Perú. 19 de junio de 2020.- Inhalando vapores de plantas medicinales, unos 2.000 indígenas amazónicos afincados en Lima luchan contra una pandemia que ha dejado decenas de enfermos y tres muertos entre ellos, además de privarlos de ingresos.
En la comunidad ‘Cantagallo’, al pie del cerro San Cristóbal de la capital peruana, viven 300 familias de la etnia Shipibo Conibo, quienes escaparon de la violencia guerrillera en la selva hace tres décadas.
“Ha sido fuerte el golpe y complicado para la comunidad. La situación es crítica”, dice a la AFP Vladimir Inuma, uno de los líderes de esta comunidad que, sin ingresos por la pandemia del nuevo coronavirus, sobrevive con donaciones de particulares y canastas de víveres entregados por el gobierno.
Habitan en precarias casas de madera que ellos mismos construyeron, sin agua potable ni alcantarillado.
Los Shipibo Conibo son una etnia de la Amazonía peruana que se distribuye en 153 aldeas a lo largo del río Ucayali, en la selva central del país. Las familias de Cantagallo emigraron a Lima en 1990, huyendo de la guerrilla maoísta Sendero Luminoso y de la castrista MRTA.
Por décadas se ganaron la vida como pintores muralistas, artesanos, músicos y vendedores de medicinas naturales. Pero súbitamente la pandemia y la orden de confinamiento obligatorio, en vigor desde el 16 de marzo en todo el país, les impidió seguir trabajando.
Con 33 millones de habitantes, Perú registra 244.388 casos confirmados de coronavirus (casi la misma cifra que España) y 7.461 decesos. El país andino es segundo en América Latina en casos de covid-19 detrás de Brasil y tercero en muertos, después del gigante sudamericano y México.
La comunidad ‘Cantagallo’ fue puesta bajo cuarentena obligatoria a fines de mayo, con vigilancia perimetral del Ejército y la Policía, después de que 475 pobladores dieran positivo a pruebas rápidas de covid-19.
Los enfermos de coronavirus “no podían ni respirar y eso era muy preocupante para nosotros, desesperante, muy terrible. Hemos pasado una situación muy crítica en esas dos semanas”, narra Inuma, de 34 años.
Las casas de Cantagallo fueron fumigadas por la Municipalidad de Lima, que además instaló baños portátiles. Los ministerios de Cultura y Salud proporcionaron atención médica y repartieron mascarillas, de uso obligatorio en Perú.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) había expresado en mayo su preocupación por la crítica situación de Cantagallo y pidió al gobierno peruano que atendiera a estas 300 familias amazónicas afincadas en Lima.
“Estaba a punto de morirme”
La cuarentena fue levantada y un equipo de la AFP pudo visitar la comunidad, donde encontró a sus sacrificados moradores vestidos con trajes típicos y usando medicinas naturales ancestrales para protegerse del coronavirus.
Los pobladores inhalan vapores de infusiones de eucalipto, kión (jengibre), cebolla y limón hervidas en ollas. Lo hacen de manera ritual, entonando cánticos tradicionales y fumando un ‘mapacho’ (cigarro de tabaco negro).
“Más que todo con mis plantas vegetales [me curé del coronavirus] y algunos medicamentos también”, dice a la AFP Yonel Canayo, de 43 años, quien tiene en las paredes de su casa un cuadro de mariposas y peces disecados de la Amazonía.
El eucalipto es muy preciado por la comunidad. Sus hojas también son quemadas en el caparazón de una tortuga para fumigar las casas y ahuyentar el virus.
“Tengo que hervir eucalipto en una bolsita y con eso me estoy sobando, con eso me estoy pasando también por la calentura”, indica Miguel Ángel López, de 32 años.
“Estaba a punto de morirme también, no sentía vivir, estaba en la última ya”, agrega a la AFP.
Pero sus recetas naturales y ruegos no han impedido que decenas de pobladores de Cantagallo contrajeran el coronavirus. Tres han muerto y otros 20 se encuentran graves, según las autoridades.
“Me estaban saunando [dando vapor] con plantas, y [brebajes de] plantas preparadas me daban a cada rato”,cuenta Helena Valera, de 47 años.
“Estaba en cama y era para mí una angustia muy tremenda”.