La necesidad empuja a los mexicanos a la calle, pese a mortal rebrote de covid-19

Foto: Pedro Pardo / AFP

Por Yussel González 

Las muertes diarias por covid-19 se vienen contando por miles en México y los llamados a quedarse en casa se multiplican. Pero Gerardo Acevedo, que siempre se ganó la vida en la calle, no tiene más opción que arriesgarlo todo.

Acevedo se cuenta entre la marea de vendedores ambulantes de Ciudad de México, donde la suspensión de actividades esenciales vigente desde el 18 de diciembre no impide que negocios de toda clase sigan abiertos, ni las aglomeraciones en el transporte público.

“Nos dicen que nos quedemos y no salgamos, pero ¿qué llevamos para comer?”, dice a la AFP Acevedo, de 52 años, en su puesto de calcetines del centro de la capital. “Tengo que apoyar a mis hijos, a los yernos, a los nietos”.

Acevedo también tuvo que trabajar el año pasado cuando cerraron los comercios no esenciales, y lo hace ahora que algunos locales del centro reabrieron con la obligación de atender de puertas para afuera.

“Nos ha ido muy mal”, asegura.

Ciudad de México acumula casi 31.000 defunciones por la pandemia. En todo el país, de 126 millones de habitantes, se cuentan 166.200 muertes y 1,9 millones de contagios.

Dura realidad

Cerca del puesto de Acevedo, decenas de personas esperan frente a locales de perfumería, ropa o herramientas, pues allí se abastecen muchos comerciantes del área metropolitana del Valle de México, que abarca la capital y reúne a 22 millones de habitantes.

De fondo se escuchan los pregones de los vendedores callejeros: “¿Qué buscabas?”, “¡para la gente que le gusta lo bueno, que le gusta la calidad!” o “¡pastillas para esa garganta irritada!”.

Ellos son parte de los 29,5 millones de trabajadores informales que contabiliza el instituto mexicano de estadísticas, el INEGI.

Ese sector representa casi una cuarta parte de la economía mexicana -la segunda más grande de Latinoamérica después de Brasil-, que en 2020 cayó un 8,5%.

Aunque se han recuperado miles de puestos, hasta diciembre pasado había 2,1 millones de desempleados, un 3,8% de la población económicamente activa.

“Hay indisciplina social, pero la realidad es que en esta ciudad muchos viven al día y tienen que salir a buscar su ingreso”, señala a la AFP César Salazar, del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

A raíz de la pandemia, la pobreza en México pudo haber aumentado a 62,2 millones de personas en 2020, frente a 52,4 millones de 2018, según una estimación del privado Consejo de Evaluación de la Política de Desarrollo Social.

“Falsa alarma”

Marisela Monzón cubre su carrito de tacos con una tela negra, anticipando la llegada de la policía para desalojarla de la vía pública.

Tiene que vender y “torear”, una práctica en que los comerciantes corren a esconderse cuando llega la autoridad.

La mujer, de 54 años, denuncia que el apoyo del gobierno local apenas llegó a una despensa (entrega de provisiones), por lo que debe trabajar toda la semana para mantener a cuatro hijos y un nieto.

“Imagínese, llega el de la renta y le digo ‘toma un kilo de frijoles’. Él no me va a aceptar eso. Si nos enfermamos, ¿voy a agarrar un kilo de arroz y decirle: ‘sabe qué doctor’, ahí le pago?’”, ironiza.

Monzón se comunica con sus colegas por radio para alertar sobre la presencia policial. Cuando eso ocurre, agarran como pueden la mercancía y se miran expectantes unos a otros.

De repente, uno de ellos dice “falsa alarma” y reacomodan los puestos.

Pese a que optó por una política de austeridad ante la crisis, el gobierno habilitó una línea de microcréditos para pequeños negocios que, según expertos, es insuficiente.

“Al gobierno no le vas a decir que te solvente tus gastos ni que te mantenga, pero (…) con el hecho de que nos tolerara sería un apoyo bastante bueno”, afirma Venancio Buenrostro, vendedor de helados de 44 años.

No solo estos vendedores desafían al virus. En las horas pico los autobuses o el metro de la capital transitan repletos de personas con cubrebocas.

“No podemos quedarnos en casa, tenemos que movernos”, justifica Brianda Romero, ingeniera de 27 años, en una estación capitalina.

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