La voz de Víctor Jara se une a cacerolazos para retar toque de queda en Chile
Foto: Colectivo Kintu
Por Alberto Peña
EFE. Santiago de Chile, 23 de octubre de 2019.- Cae la noche en Santiago de Chile y comienza a regir el cuarto toque de queda consecutivo mientras las cacerolas empiezan a repicar desde los balcones y la voz de Víctor Jara se abre paso en los barrios capitalinos al tiempo que se vacían las calles.
«El derecho de vivir en paz» (1971) se está convirtiendo de a poco, como ya lo fue durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), en una canción que expresa el descontento de la ciudadanía con la situación de desigualdad existente.
A cinco minutos de que el toque de queda entre en vigor en la capital chilena, y mientras miles de manifestantes ajenos a la hora se enfrentan a las Fuerzas Especiales de Carabineros en el centro de Santiago, los barrios residenciales se acallan.
Pero cuando el reloj marca la hora del inicio de la prohibición de las libertades personales de movimiento, este martes a las 20.00 hora local (23.00 GMT), las ventanas se abren y las cacerolas asoman en los edificios.
Cacerolas que a estas alturas de las protestas ya están deformadas de tantos golpes, porque mientras baja el sol y la ciudad se oscurece, el ruido metálico se apodera cada día desde el viernes de una ciudad fantasma que en las noches está repleta de militares.
Y entre medias del rechinar se escucha la melodía de una guitarra a través de los altavoces de algún vecino que decidió expresarse aunque no pudiera pisar la calle.
Incluso, más allá de los altavoces, en la noche del pasado lunes se escuchó una versión en opera de la canción de Víctor Jara desde el balcón de un edificio alto en el centro de Santiago.
Una mujer, decidió que la mejor manera de protestar era alzar su voz entre las cacerolas, «a capella», para entonar las frases del mítico cantautor chileno.
Las cacerolas se callaron y por un minuto todo el barrio, que durante el día había sido un caos de disturbios y disparos de perdigones y bombas de gas, se apaciguó para escuchar.
«La luna es una explosión que funde todo el clamor», dice la letra, un clamor que explotó, después de mucho tiempo latente, a causa del alza en el precio del pasaje del Metro de Santiago.
Desde el Teatro Municipal de Santiago, que ha visto en estas jornadas pasar frente a sus muros a miles de manifestantes exigiendo mejoras sociales, también salió la voz de Víctor Jara mientras todavía el humo de las barricadas ardiendo en la cercana Plaza Italia, empañaba los colores del atardecer santiaguino.
«El derecho de vivir en paz» es lo que muchos chilenos piden a estas alturas. En paz para que vuelva la normalidad a las calles de Chile después de cinco días de fuertes protestas, incendios y disturbios, que han dejado 15 fallecidos, entre ellos dos colombianos, un ecuatoriano y un peruano.
Pero también en paz por una vida digna y sin las desigualdades que existen en el país austral; sin militares en las calles.
Desde que Chile volvió a la democracia hace 29 años ésta es la primera vez que las medidas de excepción constitucional se aplican y las Fuerzas Armadas vuelven a tener el control de la seguridad, salvo contadas ocasiones por desastres naturales, como el terremoto de 2010.
Pero nunca por motivos de orden público, un hecho que a muchos les ha traído de vuelta los sucesos de los momentos más oscuros de la dictadura de Pinochet, cuando la canción de Víctor Jara era un himno por la libertad y el respeto de los derechos humanos.
Si la intención de las medidas excepcionales adoptadas por el Gobierno era evitar las multitudes en las calles, con el paso de los días ha causado el efecto contrario y las comunidades, los barrios e incluso las diferentes generaciones se unen en torno a conversaciones sobre lo que está ocurriendo.
Aunque la tensión está en la calle y a un nivel que no se recuerda en años, hay gestos o situación que llaman a la esperanza.
Soldados armados con fusiles y granadas empujando carritos de supermercados para ayudar a ancianos a cargar sus compras en medio de la aglomeración de gente a las puertas de los locales que quedaron sin incendiar para acopiar alimentos.
Carabineros llorando en el interior de sus cascos al ser abrazados por los propios manifestantes o vecinos agrupados para defender sus barrios de los maleantes y asaltantes son imágenes que se han diluido entre los desmanes y la violencia que se ha replicado en muchas partes de Chile.
Pero que dejan un resquicio a la reconciliación de una sociedad que se hartó de aguantar la situación y se ha unido al grito de «Chile despertó», en busca de vivir en paz.