Maestros se resisten a abandonar a sus alumnos en empobrecida región indígena de Guerrero
Foto: Pedro Pardo / AFP
Por Jean Luis Arce
AFP. Ciudad de México. 18 de septiembre de 2020.- «Me llamo Viridiana Roja’ Vásque’…». Derechita y seria, así se presenta esta menuda niña de cinco años que hace tareas escolares en una menesterosa vivienda en plena montaña de Guerrero a 3.000 metros de altitud, en el sur de México.
Hasta este lugar remoto llega no sin dificultad “Aprende en Casa”, un plan educativo emergente del gobierno, en una de las regiones más pobres del país.
Aunque la apuesta era ofrecer clases televisadas ante el distanciamiento impuesto por la pandemia, el programa aquí es inviable: no hay señal, mucho menos internet y, a veces, ni siquiera electricidad.
Afuera, el viento y los gruñidos de unos cerditos recién nacidos en casa de Natalia, su madre de 25 años, dulcifican la precariedad del lugar, que contrasta con el cielo nítido y el verde intenso de las montañas.
Natalia le dijo al oído cómo saludar en tu’un savi, su idioma natal y variante de la lengua indígena mixteca.
Viridiana, cuyo holgado vestido tradicional disimula su delgadez, se mueve inquieta en una silla que parece miniatura para colorear en las hojas que días atrás recibió de su profesor de la primaria indígena de San Miguel Amoltepec Viejo.
Desde la puerta el maestro Jaime Arriaga, de 33 años, observa atentamente las indicaciones que Natalia brinda a su hija. Luego se acerca, revisa los papeles, relee las instrucciones y nota que una de las hojas quedó mal compaginada.
“Vas a recortar esta y vas a formar una figura que tenga forma de barco. ¿Ya lo hiciste?”, le dice a la niña, que agranda los ojos ante el tono afectuoso pero inquisitivo del profesor.
La crisis del covid-19 y su impacto en la educación son solo un capítulo más del largo historial de marginación de esta región curtida por la pobreza.
“No tenemos otra forma”
Arriaga llega cada 15 días para traer material educativo, reunirse con los padres de familia y supervisar avances.
Cuando podía dictar clases presenciales se quedaba toda la semana y evitaba las dos horas y media de serpenteante camino, sin asfaltar en el último tramo, entre Tlapa -ciudad principal de la región- y San Miguel Amoltepec.
Hoy su salón, al que solían asistir 22 niños, sirve de almacén o improvisado comedor.
“No tenemos otra forma. Estamos probando, tratando de adecuar estos trabajos a las condiciones que tenemos”, explica Arriaga entre pupitres vacíos.
Celso Santiago, agricultor de 29 años y padre de tres niños, hará el esfuerzo pero lo ve difícil. “Tenemos trabajos y no puedo estarme ocupando en los niños”.
“Si antes no podían aprender mucho de lo que el maestro enseñaba, ahora vamos a estar peor con esto de la pandemia”, añade.
Arriaga recibía alumnos de cuarto a sexto año a la vez, esquema “multigrado” que responde a la escasa asistencia en comunidades pobres y casi despobladas como esta.
“Siempre los problemas sociales y otros influyen” entre la población indígena de México, 69,5% de la cual es pobre, añade.
En Cochoapa el Grande, donde queda San Miguel Amoltepec, 82% de los pobladores son indígenas y en promedio solo completan una cuarta parte de la educación básica.
“Área virgen”
En San Miguel viven unas 200 personas y numerosas viviendas están vacías porque muchos se marchan a buscar trabajo.
Viajan como jornaleros a plantaciones agroindustriales del norte o cruzan la frontera hasta Nueva York, destino habitual de la diáspora de Guerrero.
Los maestros explican que la primaria es el último retén para muchos niños que desertan sin terminarla, huyendo con sus familias de la pobreza.
Paradójicamente, el despoblamiento y la incomunicación parecen haber librado, por ahora, de la epidemia a esta zona, muy vulnerable por la carencia de centros médicos y servicios básicos.
Cochoapa el Grande registra solo dos casos de covid-19 y ninguna defunción, según cifras oficiales. Tlapa, en cambio, suma 293 confirmados y 44 muertes.
En todo México, 8.563 indígenas se infectaron y 1.249 han fallecido, informó el gobierno la semana pasada.
“A lo mejor esta área se mantiene virgen, no hay contagios”, dice Martiniano Pastrana, supervisor del plan educativo para estos pueblos.
Pero Pastrana se empeña en advertirles que el covid-19 es real. Su suegro y un cuñado enfermaron.
Los de la montaña “resistimos más”, afirma Celso Santiago, argumentando que poseen “defensas altas” porque consumen lo que cultivan y no “enlatados y químicos” como en las ciudades.
“Aquí no hay coronavirus”, concluye rotundamente.