AP. Ciudad de México. 03 de enero de 2021.- Érase una vez un pez pequeño y poco llamativo, el picote tequila o “zoogoneticus tequila”, que solía nadar en un río del oeste de México y que se extinguió a finales del siglo XX… o eso parecía. Sin embargo, el trabajo de científicos y el apoyo de los pobladores consiguió lo que raramente se logra: que una especie extinta en la naturaleza —pero conservada en cautividad— volviera a su hábitat.
Lo hizo, además, convertida en símbolo de identidad local y ejemplo internacional de buenas prácticas.
Todo comenzó hace más de dos décadas en Teuchitlán, un pueblo cerca del volcán de Tequila (que dio nombre al pez), en el estado mexicano de Jalisco. Media decena de estudiantes, entre ellos Omar Domínguez, empezaron a preocuparse por ese pececillo que cabe en la palma de la mano (mide unos 7 cm) y que había desparecido del río local, una zona de manantiales de donde es autóctono, aparentemente debido a la contaminación, las actividades humanas y la introducción de especies foráneas.
Domínguez, ahora de 47 años e investigador de la Universidad Michoacana, cuenta que entonces sólo los más ancianos recordaban esa especie, a la que llamaban “gallito” por el color anaranjado de su cola.
En 1998, varios conservacionistas del zoológico de Chester (Inglaterra) y de otras instituciones europeas llegaron a México para ayudar a instalar un laboratorio de conservación de peces mexicanos y trajeron varias parejas del picote tequila que habían pervivido en acuarios gracias a los coleccionistas, explicó el investigador.
Los peces comenzaron a reproducirse en los acuarios y en pocos años Domínguez y sus colegas apostaron por reintroducirlos al lugar de donde eran originarios, el río del pueblo, de menos de un kilómetro de longitud, pero de gran riqueza ecológica. “Nos decían que era imposible, (que) cuando los regresáramos iban a morir”.
Entonces buscaron opciones. Crearon un estanque artificial para tener una fase de semi-cautividad y en 2012 pusieron ahí 40 parejas en condiciones incluso peores que las naturales.
Dos años más tarde había unos 10.000 peces que garantizaron la llegada de fondos —no solo del zoo de Chester sino de una decena de organizaciones europeas, estadounidenses y de Emiratos Árabes— para continuar con el experimento ya en el río.
Ahí lo estudiaron todo —parásitos, microorganismos del agua, interacción con los depredadores, competencia con otros peces— y luego metieron a los peces en unas jaulas flotantes. El objetivo era reinstalar el frágil equilibrio que el ser humano había roto y evitar que volviera a quebrarse. Y ahí la clave no eran sólo los científicos, sino los pobladores.
“Cuando empecé el programa educación ambiental pensé que nos iban a tirar de locos (…) y así pasó al principio”, recuerda el investigador que no olvida lo complicado y lento que fue todo el proceso de sensibilización.
Lograron calar en la población a base de paciencia y años de títeres, juegos y explicaciones sobre el valor ecológico y médico del “Zoogoneticus tequila”, pues estos peces mantienen a raya la población de mosquitos que transmiten dengue.
Parte de los pobladores se enamoraron del pececito, decidieron su nuevo nombre, Zoogy, hicieron caricaturas con él y se creó un orgulloso grupo de “guardianes del río”, en su mayoría niños, para cuidar del entorno. Con su nuevo pez-mascota como emblema, comenzaron a recoger basura, limpiarlo y retirar plantas invasoras bajo la tutela de los biólogos.
Domínguez reconoce que es difícil saber si la calidad del agua ha mejorado porque no tienen datos antiguos para compararla, pero asegura que el hábitat en general sí lo ha hecho desde que el proyecto comenzó: el río está más limpio, se han reducido las especies introducidas de forma artificial y el ganado ya no se acerca a ciertos lugares.
Los peces se reprodujeron con rapidez en las jaulas flotantes, con lo que llegó la hora de la verdad: marcarles, para poder darles seguimiento, y dejarles en libertad. Era finales de 2017 y a los seis meses había un 55% de nuevos individuos.
El mes pasado descubrieron, además, que los peces se habían expandido a otra zona del río.
La reintroducción de especies extinguidas en su hábitat es un proceso complejo, costoso y tardado. Alguno de los casos de éxito más reconocidos han sido el caballo Przewalski o el oryx de Arabia. Esta semana el zoológico de Chester anunció en un comunicado la incorporación del picote tequila a esa lista.
“El proyecto ha sido citado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como un caso de estudio de reintroducciones exitosas con datos científicos recientes que confirman que los peces prosperan y ya se reproducen en el río”, afirmó la nota.
“Este un momento importante en la lucha por la conservación”, afirmó Gerardo García, un científico del zoo inglés citado en el comunicado. A su juicio, el éxito radicó en la combinación de destreza científica, fondos y el compromiso de las comunidades, pero además ha demostrado la importancia de los zoológicos para conservar especies que, en el futuro, pueden ser devueltas a su hábitat y evitar que se pierdan para siempre.
La UICN, que se encarga de monitorear las especies amenazadas, considera ahora al zoogoneticus tequila como un pez “en peligro” de extinción. Más de un tercio de las 536 especies de peces de agua dulce de México están en esa situación, según un informe de 2020 de la UICN y el ABQ BioPark de Estados Unidos.
En México, Domínguez y su equipo ya trabajan para la introducción de otro pez extinto en la naturaleza: la “Skiffia francesae” o skiffia dorada que, si hay suerte, volverá al río Teuchitlán para nadar con Zoogy.