Trump cierra puerta a inmigrantes; otros se las abren
Foto: Bebeto Matthews / AP
Por Claudia Torrens y Gisela Salomón
AP. Nueva York, Estados Unidos. 19 de septiembre de 2019.- Las noticias de padres inmigrantes separados de sus hijos en la frontera resonaban en la radio y cubrían las portadas de los diarios. Vivien Tartter las leía y escuchaba frustrada.
Así que en el verano del 2018 esta profesora de psicología de 67 años decidió hacer algo: abrió las puertas de su apartamento en Manhattan a una familia guatemalteca de tres que había sido separada en un centro de detención en Colorado y reunida tres meses después en Nueva York, aunque sin un lugar donde dormir.
“Quería ayudar y sabía que podía hacer esto”, dijo Tartter, quien vive sola tras haberse divorciado y tiene dos hijos adultos que residen en otros lugares. La profesora alojó a la familia durante un año.
Tartter es un ejemplo de un creciente número de estadounidenses que en el último año han recogido a inmigrantes de centros de detención, les han llevado en sus vehículos a estaciones de autobús y a citas médicas, han compartido comidas con ellos o les han alojado en sus casas, a veces una noche, a veces por un año.
En un momento en el que Estados Unidos parece intensamente dividido a la hora de decidir qué extranjeros se quedan y cuáles se van, estos anfitriones dicen que quieren ofrecer a inmigrantes, en muchos casos solicitantes de asilo o refugiados, un lugar seguro. También buscan dar su propia respuesta a las políticas de mano dura hacia los inmigrantes promovidas por el presidente Donald Trump.
Hay numerosos ejemplos.
Cuando crearon el grupo en 2018 poco después que estalló la crisis de separación familiar en la frontera, los miembros del Asylum Seekers Sponsorship Project -que se encuentran en todo el país- creyeron que sólo aparecería un puñado de personas dispuestas a abrir sus casas a extraños. Se sorprendieron al ver cerca de 100 voluntarios interesados en los primeros dos días. En poco más de un año más de 2.000 estadounidenses se han inscrito en las páginas de internet de la organización expresando su interés en acoger a inmigrantes en sus hogares; y cerca de 200 ya han recibido a personas que han pedido asilo.
“Cada vez que la administración Trump arremete contra los inmigrantes, contra los migrantes y personas que buscan asilo, vemos más estadounidenses indignados por eso, buscando la forma de aliviar la situación”, dijo Heather Cronk, una de las líderes del grupo que vive en el área de Washington DC.
No son los únicos. Cerca de 800 estadounidenses se ofrecieron como voluntarios para recibir a inmigrantes en sus casas poco después que la organización Freedom for Immigrants lanzó su programa de anfitriones en 2018, expresó Christina Fialho, directora ejecutiva del grupo y una de sus fundadoras. Ahora, cerca de 2.000 personas se han inscrito, dijo.
La organización -cuya sede está en California y tiene oficinas en Nueva York, Washington DC, y Texas- ha recibido donaciones equivalentes a 1,1 millón de dólares para pagar las fianzas de unos 230 inmigrantes y sacarlos de detención para que puedan vivir con patrocinadores, familiares o amigos.
En Nueva York, el grupo Immigrant Families Together conectó a Tartter con la guatemalteca Rosayra Pablo Cruz.
La estadounidense colocó a Pablo Cruz, de 36 años, y a sus hijos de seis y 17 años, en dos habitaciones que tiene en el piso de abajo de su dúplex. Tartter pasó de vivir sola con su gato a escuchar la voz, las risas y el murmullo de niños jugando, algo que describió como “maravilloso”. El aroma del pepián, un guiso de carnes y verduras, a veces se olía en la casa.
“No sé si ellos me dieron más de lo que yo les di”, dice Tartter.
Immigrant Families Together pagó la comida y el transporte de la familia inmigrante mientras estaba bajo el techo de Tartter.
First Friends, una organización con sede en Nueva Jersey, también ofrece comida y transporte a inmigrantes a través de sus voluntarios. Estos los visitan en centros de detención y les ofrecen a veces su casa para una noche o dos. Antes de que Trump llegara a la Casa Blanca, el grupo contaba con 50 o 60 voluntarios. Ahora tiene unos 120, aseguró Rosa Santana, la directora de programas del grupo.
La administración de Trump ha enfrentado una cantidad sin precedentes de pedidos de asilo de familias centroamericanas.
Ken Cuccinelli, director interino de los Servicios de Inmigración y Ciudadanía de Estados Unidos, dijo en una entrevista reciente con la AP que existe un atraso inmenso en el procesamiento de unos 335.000 casos de asilo y que más de la mitad tienen más de dos años.
Trump ha convertido el tema de inmigración en uno de los puntales de su gobierno, impulsando medidas para restringir los asilos y obstaculizar su obtención. Su política ha complacido a sus partidarios y ha generado más solidaridad hacia los inmigrantes entre los críticos de la administración.
Una encuesta del Pew Research Center encontró que seis de cada 10 estadounidenses (el 62%) consideran que los inmigrantes fortalecen al país “por su trabajo duro y su talento”, mientras que poco más que la cuarta parte (el 28%) dice que los inmigrantes son una carga para el país porque buscan trabajo, vivienda y atención médica. La encuesta telefónica fue realizada a mediados de enero entre 1.505 adultos de diferentes áreas de la nación. El margen de error fue de más menos tres puntos porcentuales.
Albergar a un inmigrante en casa conlleva a veces problemas de comunicación porque no todos los estadounidenses que los reciben hablan español, francés o las lenguas nativas de estas personas.
El proceso de selección de los anfitriones, asimismo, suele ser riguroso. La organización internacional World Relief, por ejemplo, efectúa una evaluación exhaustiva de las personas que reciben a inmigrantes en sus casas, que incluye averiguación de antecedentes, visitas al hogar y entrenamiento.
Muchos de los anfitriones son jubilados, personas que viven solas o que tienen tiempo y espacio en sus casas.
Y algunos de los albergados, como la inmigrante apátrida Dulce Rivera, tienen una orden de deportación pendiente.
Rivera, una gitana transgénero que asegura no tener certificado de nacimiento ni documentos de identificación, vive desde hace cinco meses en la casa del estado de Nuevo México de Jan Thompson, una exdirectora de un sindicato de docentes universitarios de 76 años.
“Es un asunto humanitario. Lo haces porque es lo correcto”, manifestó Thompson, quien conoció a Rivera mientras estaba detenida en un centro de inmigrantes. Rivera fue expulsada de su casa cuando era niña y asegura que no sabe dónde nació. Vivió en España, Uruguay, Honduras y México antes de llegar a Estados Unidos.
Este movimiento de grupos que alientan a estadounidenses a albergar a extranjeros enfurece a quienes están en favor de restringir la inmigración.
William Gheen, presidente de Americans for Legal Immigration PAC, considera que abrir la casa a inmigrantes es incorrecto porque las leyes estadounidenses indican que “los ilegales deben ser deportados y no se debe darles ayuda o empleos”.
“Los ciudadanos estadounidenses y grupos nacionales no deberían estar ayudando a personas que reclaman de manera falsa asilo para entrar o permanecer en Estados Unidos con el objetivo de inclinar las elecciones hacia la izquierda, utilizando votantes ilegales demócratas que no son ciudadanos y que se oponen a Trump para contrarrestar a los republicanos”, manifestó Gheen en una declaración escrita a la AP.
Muchos de los inmigrantes que piden asilo han recibido un permiso temporal para permanecer en territorio estadounidense.
En Los Ángeles, Mila Marvizon y su esposo respondieron a una solicitud en las redes sociales para alojar a un inmigrante. El abogado del inmigrante les dijo que éste no saldría del centro de detención a menos que tuviera un patrocinador.
“Así que dije ‘bueno pues yo seré la patrocinadora’”, dijo Marvizon, una exproductora de documentales de televisión de 57 años que ahora tiene una tienda de eBay. “Tuvimos que demostrar que éramos ciudadanos estadounidenses, que financieramente podíamos mantener a alguien y que nos aseguraríamos de que él llegara a sus citas oficiales, citas en la corte, con ICE (Servicios de Inmigración y de Control de Aduanas), y todo el resto”.
Ahora, después de tres meses alojando al inmigrante hondureño de 18 años, que lleva una tobillera electrónica, Marvizon habla con tono maternal.
“Él es muy alegre, pero le veo en su habitación, hora tras hora tras hora, con la puerta cerrada, las ventanas cerradas”, dijo. “Estará mejor cuando reciba su permiso de trabajo. Entonces estará ocupado y estará contento de nuevo”.
Las noticias de padres inmigrantes separados de sus hijos en la frontera resonaban en la radio y cubrían las portadas de los diarios. Vivien Tartter las leía y escuchaba frustrada.
Así que en el verano del 2018 esta profesora de psicología de 67 años decidió hacer algo: abrió las puertas de su apartamento en Manhattan a una familia guatemalteca de tres que había sido separada en un centro de detención en Colorado y reunida tres meses después en Nueva York, aunque sin un lugar donde dormir.
“Quería ayudar y sabía que podía hacer esto”, dijo Tartter, quien vive sola tras haberse divorciado y tiene dos hijos adultos que residen en otros lugares. La profesora alojó a la familia durante un año.
Tartter es un ejemplo de un creciente número de estadounidenses que en el último año han recogido a inmigrantes de centros de detención, les han llevado en sus vehículos a estaciones de autobús y a citas médicas, han compartido comidas con ellos o les han alojado en sus casas, a veces una noche, a veces por un año.
En un momento en el que Estados Unidos parece intensamente dividido a la hora de decidir qué extranjeros se quedan y cuáles se van, estos anfitriones dicen que quieren ofrecer a inmigrantes, en muchos casos solicitantes de asilo o refugiados, un lugar seguro. También buscan dar su propia respuesta a las políticas de mano dura hacia los inmigrantes promovidas por el presidente Donald Trump.
Hay numerosos ejemplos.
Cuando crearon el grupo en 2018 poco después que estalló la crisis de separación familiar en la frontera, los miembros del Asylum Seekers Sponsorship Project -que se encuentran en todo el país- creyeron que sólo aparecería un puñado de personas dispuestas a abrir sus casas a extraños. Se sorprendieron al ver cerca de 100 voluntarios interesados en los primeros dos días. En poco más de un año más de 2.000 estadounidenses se han inscrito en las páginas de internet de la organización expresando su interés en acoger a inmigrantes en sus hogares; y cerca de 200 ya han recibido a personas que han pedido asilo.
“Cada vez que la administración Trump arremete contra los inmigrantes, contra los migrantes y personas que buscan asilo, vemos más estadounidenses indignados por eso, buscando la forma de aliviar la situación”, dijo Heather Cronk, una de las líderes del grupo que vive en el área de Washington DC.
No son los únicos. Cerca de 800 estadounidenses se ofrecieron como voluntarios para recibir a inmigrantes en sus casas poco después que la organización Freedom for Immigrants lanzó su programa de anfitriones en 2018, expresó Christina Fialho, directora ejecutiva del grupo y una de sus fundadoras. Ahora, cerca de 2.000 personas se han inscrito, dijo.
La organización -cuya sede está en California y tiene oficinas en Nueva York, Washington DC, y Texas- ha recibido donaciones equivalentes a 1,1 millón de dólares para pagar las fianzas de unos 230 inmigrantes y sacarlos de detención para que puedan vivir con patrocinadores, familiares o amigos.
En Nueva York, el grupo Immigrant Families Together conectó a Tartter con la guatemalteca Rosayra Pablo Cruz.
La estadounidense colocó a Pablo Cruz, de 36 años, y a sus hijos de seis y 17 años, en dos habitaciones que tiene en el piso de abajo de su dúplex. Tartter pasó de vivir sola con su gato a escuchar la voz, las risas y el murmullo de niños jugando, algo que describió como “maravilloso”. El aroma del pepián, un guiso de carnes y verduras, a veces se olía en la casa.
“No sé si ellos me dieron más de lo que yo les di”, dice Tartter.
Immigrant Families Together pagó la comida y el transporte de la familia inmigrante mientras estaba bajo el techo de Tartter.
First Friends, una organización con sede en Nueva Jersey, también ofrece comida y transporte a inmigrantes a través de sus voluntarios. Estos los visitan en centros de detención y les ofrecen a veces su casa para una noche o dos. Antes de que Trump llegara a la Casa Blanca, el grupo contaba con 50 o 60 voluntarios. Ahora tiene unos 120, aseguró Rosa Santana, la directora de programas del grupo.
La administración de Trump ha enfrentado una cantidad sin precedentes de pedidos de asilo de familias centroamericanas.
Ken Cuccinelli, director interino de los Servicios de Inmigración y Ciudadanía de Estados Unidos, dijo en una entrevista reciente con la AP que existe un atraso inmenso en el procesamiento de unos 335.000 casos de asilo y que más de la mitad tienen más de dos años.
Trump ha convertido el tema de inmigración en uno de los puntales de su gobierno, impulsando medidas para restringir los asilos y obstaculizar su obtención. Su política ha complacido a sus partidarios y ha generado más solidaridad hacia los inmigrantes entre los críticos de la administración.
Una encuesta del Pew Research Center encontró que seis de cada 10 estadounidenses (el 62%) consideran que los inmigrantes fortalecen al país “por su trabajo duro y su talento”, mientras que poco más que la cuarta parte (el 28%) dice que los inmigrantes son una carga para el país porque buscan trabajo, vivienda y atención médica. La encuesta telefónica fue realizada a mediados de enero entre 1.505 adultos de diferentes áreas de la nación. El margen de error fue de más menos tres puntos porcentuales.
Albergar a un inmigrante en casa conlleva a veces problemas de comunicación porque no todos los estadounidenses que los reciben hablan español, francés o las lenguas nativas de estas personas.
El proceso de selección de los anfitriones, asimismo, suele ser riguroso. La organización internacional World Relief, por ejemplo, efectúa una evaluación exhaustiva de las personas que reciben a inmigrantes en sus casas, que incluye averiguación de antecedentes, visitas al hogar y entrenamiento.
Muchos de los anfitriones son jubilados, personas que viven solas o que tienen tiempo y espacio en sus casas.
Y algunos de los albergados, como la inmigrante apátrida Dulce Rivera, tienen una orden de deportación pendiente.
Rivera, una gitana transgénero que asegura no tener certificado de nacimiento ni documentos de identificación, vive desde hace cinco meses en la casa del estado de Nuevo México de Jan Thompson, una exdirectora de un sindicato de docentes universitarios de 76 años.
“Es un asunto humanitario. Lo haces porque es lo correcto”, manifestó Thompson, quien conoció a Rivera mientras estaba detenida en un centro de inmigrantes. Rivera fue expulsada de su casa cuando era niña y asegura que no sabe dónde nació. Vivió en España, Uruguay, Honduras y México antes de llegar a Estados Unidos.
Este movimiento de grupos que alientan a estadounidenses a albergar a extranjeros enfurece a quienes están en favor de restringir la inmigración.
William Gheen, presidente de Americans for Legal Immigration PAC, considera que abrir la casa a inmigrantes es incorrecto porque las leyes estadounidenses indican que “los ilegales deben ser deportados y no se debe darles ayuda o empleos”.
“Los ciudadanos estadounidenses y grupos nacionales no deberían estar ayudando a personas que reclaman de manera falsa asilo para entrar o permanecer en Estados Unidos con el objetivo de inclinar las elecciones hacia la izquierda, utilizando votantes ilegales demócratas que no son ciudadanos y que se oponen a Trump para contrarrestar a los republicanos”, manifestó Gheen en una declaración escrita a la AP.
Muchos de los inmigrantes que piden asilo han recibido un permiso temporal para permanecer en territorio estadounidense.
En Los Ángeles, Mila Marvizon y su esposo respondieron a una solicitud en las redes sociales para alojar a un inmigrante. El abogado del inmigrante les dijo que éste no saldría del centro de detención a menos que tuviera un patrocinador.
“Así que dije ‘bueno pues yo seré la patrocinadora’”, dijo Marvizon, una exproductora de documentales de televisión de 57 años que ahora tiene una tienda de eBay. “Tuvimos que demostrar que éramos ciudadanos estadounidenses, que financieramente podíamos mantener a alguien y que nos aseguraríamos de que él llegara a sus citas oficiales, citas en la corte, con ICE (Servicios de Inmigración y de Control de Aduanas), y todo el resto”.
Ahora, después de tres meses alojando al inmigrante hondureño de 18 años, que lleva una tobillera electrónica, Marvizon habla con tono maternal.
“Él es muy alegre, pero le veo en su habitación, hora tras hora tras hora, con la puerta cerrada, las ventanas cerradas”, dijo. “Estará mejor cuando reciba su permiso de trabajo. Entonces estará ocupado y estará contento de nuevo”.
“Él es muy alegre, pero le veo en su habitación, hora tras hora tras hora, con la puerta cerrada, las ventanas cerradas”, dijo. “Estará mejor cuando reciba su permiso de trabajo. Entonces estará ocupado y estará contento de nuevo”.