Violencia, el octavo pasajero

Foto: Margarito Pérez Retana / Cuartoscuro

Por Gregorio Ortega

Periodistas Unidoss. Ciudad de México. 14 de agosto de 2019.- El terrorismo está sujeto a una lógica religiosa o de ideología política, como la guerrilla. Las guerras actuales -como lo fueron las dos mundiales-, las de la supuesta independencia del colonialismo norafricano y oriental, obedecen a la economía, el comercio y la expansión territorial. Son fuerzas que pueden combatirse.

La violencia desorbitada de los cárteles colombianos tuvo una razón ideológico-política: impedir la extradición, con todo lo que ésta significa en el orden diplomático del mundo.

La que hoy padecemos los mexicanos, no tiene origen ni destino, es idéntica a esa violencia intrafamiliar que imponen en sus hogares los alcohólicos o narcodependientes. Imposible determinar cuándo inicia y cómo se acaba. Suponer que es el dinero de la delincuencia organizada el que nos hace vivir con el Jesús en la boca, porque nunca sabemos quiénes van a dar con sus huesos en las fosas clandestinas, o diluir sus identidades a cambio de un número en los servicios forenses, o perderse en la urdimbre del tráfico de órganos o las diversas tratas, es una ingenuidad.

Sugiero la lectura de Violencia y terror. Hallazgos sobre fosas clandestinas en México 2006-2017, elaborado por el Programa de Derechos Humanos de la Ibero, La Comisión Mexicana para la Defensa y Promoción de los Derechos Humanos en México y Artículo 19, y completar esa información con el estudio del ensayo de Hannah Arendt, La condición humana, para comprender las razones por las cuales la violencia derriba gobiernos y destruye al Estado.

Los administradores políticos del PAN y el PRI se mostraron incapaces de comprender que esa violencia que combatieron con las Fuerzas Armadas en las calles, fue la que propició la codicia entre ellos y su derrota ética y moral para gobernar, precisamente porque aferrarse a la muy elemental idea de que las cabezas cercenadas que aparecieron en una disco en Apatzingán hace 12 años, fueron para imponer miedo, para asegurar fuerza y presencia por el terror. ¿A quién desean controlar los narcotraficantes, con esa barbarie que carece de lógica, si no es la de la embriaguez de la razón, de la ética y moral elementales?

La información es precisa: “Un promedio de 113 homicidios diarios en 2019, una nueva cifra récord para México. Los registros oficiales de asesinatos en el país arrojan números sin precedentes para el primer semestre de este año, con un total de 20.688 casos abiertos por homicidios hasta junio”.

¿A quién tratan de intimidar los que propician esas muertes? ¿Acaso se tiene la identidad de los asesinos? ¿Han logrado establecer una lógica sobre cómo y por qué proceden así los integrantes armados de los diversos cárteles? ¿Cuándo reconocerán que la delincuencia organizada tiene más efectivos que las Fuerzas Armadas?

La estrategia ha de ser otra. En ella deben prevalecer los derechos humanos de los familiares de las víctimas, y también de las futuras víctimas, por sobre los de los delincuentes, que matan sin orden ni concierto.

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