A 10 años del estallido del movimiento #YoSoy132

Por Mariana Favela

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 11 de mayo de 2022.- Hoy hace 10 años, Enrique Peña Nieto, el candidato del partido que gobernó México por más de setenta años, tuvo que esconderse en los baños y huir de un foro organizado en la Universidad Iberoamericana, tras una protesta estudiantil que le reclamaba haber reprimido, durante su ejercicio como gobernador del estado de México, a la población de San Salvador Atenco, un pueblo campesino que se opuso a la expropiación de sus tierras para la construcción de un aeropuerto.

La protesta en la Universidad Iberoamericana fue transmitida por quienes participaban, casi en tiempo real, a través de redes sociales como Twitter y Facebook, y replicada con una intensidad nunca antes vista en México. Había pasado escaso un año de las revueltas en los países árabes, de la acampada Occupy Wall Street, de los indignados del 15-M, y de las protestas estudiantiles que agitaron a Chile. Estas insurgencias desbordaban los marcos de la política tradicional y de su sistema de partidos, ensayaban un lenguaje propio, más cercano al arte y al humor, que a la pausada y vacía retórica de los políticos tradicionales. A pesar de la distancia geográfica, las insurgencias desbordadas de la segunda década del siglo XXI compartían ciertos elementos como el uso estratégico de las redes sociales para la organización política, una crítica al sistema capitalista y sus consecuencias. Compartían la tendencia a organizarse de forma dispersa y no centralizada, la crítica a las nociones tradicionales de liderazgo, y defendían un carácter apartidista. Eran tremendamente heterogéneas y fue gracias y no a pesar de esa diversidad, que cobraron potencia.
Todos esos rasgos les hicieron inhaprensibles desde la lógica de la política autoritaria y centralizada que caracteriza a las sociedades modernas y a quienes, sin ser necesariamente parte de los gobiernos o beneficiarse de estos, comparten la incapacidad de reconocer las formas de organización y de poder que se articulan sin tener al estado como centro, referente o aspiración.
La miopía que impide reconocer la existencia de formas organizativas que no replican la lógica dominante, es la que está obsesionada con medir el éxito o fracaso de los movimientos en función de la capacidad de sus integrantes para colarse en los espacios del poder establecido. No es casual que estas fechas se usen como pretexto para preguntarse por el papel que juegan personas particulares, de ahí el montón de sesudos analistas haciendo recuento de quienes han logrado llegar al gobierno a pesar de que se les dijo, cantó, bailó y dibujó, de mil y un formas, que esa no era la aspiración.
Los ejercicios de balance que centran la atención en la capacidad de los movimientos de llegar al poder son prueba, no del fracaso de las insurgencias, sino del carácter obsoleto y conservador de quienes todavía controlan los medios de comunicación, incluso aquellos que se asumen como críticos.
Quienes alegaban que #yosoy132 buscaba favorecer a uno u otro partido no son distintos de quienes esperaban que buscáramos espacios de gobierno. No se cansan de centrar la atención en el par de oportunistas que alegarán representar a la incontenible marea que entonces desbordó las calles.
Por fortuna la cultura política dominante no es absoluta y a pesar de todo las insurgencias desbordadas sí lograron amasar una complicidad que dio pie a una generación, aquella que se nace un sentido de lo común. Un sentido común que en lugar de encasillarse y coorporativizarse, ensaya formas de organización descentralizadas y dispersas, sin liderazgos y cuyo propósito es el mantenimiento y la defensa de la vida.
Una de las manifestaciones más potentes de esas formas de organización son las diferentes luchas antipatriarcales, feministas y de mujeres que agitan no sólo a México. No es casual que éstas incomoden a gobiernos de todos los partidos y geografías, e incluso a organizaciones y movimientos populares. Este abigarrado e inasible amasijo de formas organizativas y de lucha, son la oposición más potente pues en ellas se gesta otra forma de concebir el poder y la política, pero también, y sobre todo, la posibilidad de la defensa de la vida.
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