A un año de la elección… + Fotogalería

Fotografías: Luis Enrique Olivares

Por Humberto Musacchio

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 05 de julio de 2019.- Andrés Manuel celebró su triunfo de hace un año con un baile y un discurso. En el Zócalo, donde se congregó una multitud, el mandatario emitió su mensaje, mismo que constituye un anticipo del informe formal que deberá rendir el próximo primero de septiembre ante el Congreso, ya sea mediante la entrega de un documento que lo contenga, o bien, de manera personal y verbal, si nuestros parlamentarios deciden revivir lo que durante la era priista fue “el día del Presidente”.

Por lo pronto, lo dado a conocer fue aquello que AMLO considera informable y, debidamente aderezado, lo que, siendo negativo ante la ciudadanía, le parece positivo al informante, pues, como suele repetirlo, él tiene otros datos. De cualquier manera, lo dicho es de interés público porque permite advertir o suponer hacia dónde vamos o, más precisamente, hacia dónde nos llevan.

A siete meses de asumir el poder, López Obrador se muestra optimista pese a la dureza de sus críticos, dureza que, hay que decirlo, nunca padecieron los mandatarios priistas y panistas. Como resulta obvio, AMLO no es monedita de oro y sí tiene no pocos malquerientes, en cambio, disfruta del apoyo militante de la mayoría de la población.

Para juzgar lo ocurrido en los últimos siete meses es indispensable situar el desempeño presidencial en su debido contexto. Para empezar, el tabasqueño llegó al poder cuando el viejo régimen era poco menos que un cascarón vacío, un fangal de corrupción e ineficiencia que amenazaba —y amenaza— con desfondar al país en su conjunto. El desastre electoral de los partidos tradicionales, incapaces de responder a las expectativas de la población y de satisfacer sus necesidades más apremiantes, exhibió con crudeza los alcances de la crisis.

El arribo de AMLO a la Presidencia se produjo en un momento en que las formas de gobierno, las constitucionales y las otras, ya no eran capaces de mantener el indispensable orden que requieren la economía y otras actividades, pues el Estado mexicano ya no cumplía con la condición mínima de garantizar vida y propiedades de la gente.

A partir de ahí hay que tratar de explicarse lo ocurrido en estos siete meses, en los cuales subsiste la terrible inseguridad que viene asolando al país desde hace varios sexenios y que ahora parece incrementarse debido, entre otros motivos, a que las mafias y los funcionarios públicos ligados a ellas —policías, agentes del Ministerio Público y jueces— pretenden imponer condiciones al nuevo gobierno.

La crisis de las instituciones —educación, salud, etcétera— sigue presente y hasta ahora lo que hemos visto es la aplicación de cataplasmas, no remedios que ataquen los males a fondo. Como es obvio, el gobernante trata de ganar tiempo para operar desde mejores condiciones un cambio en la organización del Estado. Ojalá pueda hacerlo.

En el plano internacional nos llevamos una tremenda derrota. El muy oneroso “arreglo” logrado por Marcelo Ebrard ha convertido a México en policía de fronteras, pero ésa es la condición para no desatar una guerra de aranceles donde nuestro país llevaría la peor parte, sobre todo por la debilidad de la economía nacional. Por supuesto, las concesiones, lejos de tranquilizar a la bestia, la han envalentonado y amenaza con imponer nuevas y más costosas condiciones en cuestión de días. Todo según los vientos electorales que soplen en Estados Unidos.

Hasta ahora, la mayoría que respalda a López Obrador sigue siendo determinante, pero el mandatario parece olvidar algunos principios elementales de la gestión pública, como aquel según el cual “lo que parece, es”. Pues sí, porque la política es una ensalada que se compone de promesas y realizaciones, pero también de apariencias.

La guerra declarada contra periódicos y periodistas críticos, más temprano que tarde, resultará contraproducente, porque lo hecho no será suficiente para mantener el amplio apoyo social y, sobre todo, porque en lo presupuestario se ha optado por ahorcar a los medios públicos, que son precisamente los que mejor pueden generar y proyectar esas realidades aparentes que necesita todo gobierno.

En medio de todo, esperemos que el sexenio encuentre rutas exitosas. Sin opciones en el horizonte, el fracaso de López Obrador sería desastroso para México.

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