Amor o herejía

Por Paloma Escoto

Por Paloma Escoto

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 19 de enero de 2024.- Crecí en un hogar religioso, con una abuelita que adoraba santos, imágenes de barro, cerámica u otros. Portaba un medallón gigante de oro puro con la imagen de la virgen de Guadalupe, y en toda su casa había cruces e imágenes colgadas. Asistía a misa todas las veces que se pudiera; mientras más, mejor. Cada vez que me veía, me pintaba una cruz en el rostro. No lo entendía…

Mi madre se convirtió en cristiana antes de que yo naciera, pero asume que su embarazo gemelar, del que fui parte, fue un milagro del «niño de las palomas» u obra del Espíritu Santo. Mi mami es una ferviente adoradora de Dios, alaba a Jesús el Cristo su Dios por sobre todas las cosas y en todos los tiempos. Entre alabanzas y sus estudios bíblicos, nueve de cada diez palabras eran y siguen siendo bendiciones referentes al amor y la gratitud a Dios, no lo entendía…

En algún momento, por ahí en la adolescencia, empecé a cuestionar todas las ideas y formas con las que había crecido con respecto a Dios y el resto de mi vida, mi estructura y mi dirección. A veces con mucha inconformidad, rebeldía e incomprensión, me fui saliendo «del carril», me fui a buscar otros caminos. En ese momento estaba segura de que mi sendero era otro; sin embargo, la semilla de creer en algo más grande que mi razón y mi propia fuerza existía. ¿Pero qué?, ¿pero cómo?, ¿pero dónde? y ¿para qué? No sabía nada, y tal vez siga sin saber «nada», pero en mi corazón estaba y sigue existiendo la certeza de la presencia de algo mayor. Había despotricado contra las religiones que conocía en ese momento. Todo me parecía falso, ambiguo, exagerado, estricto, aburrido, tedioso, abrumante, doloroso, purista, dogmático, un cruel negocio político que jugaba con la entrega y extravío o vacío de las personas de la peor manera, un estado de control y manipulación en su máxima potencia.

Intenté formar parte de manadas singulares, manadas rotas, otros, al igual que yo, vagabundos en la búsqueda, tribus en las que eventualmente también era expulsada o de las que también terminaba huyendo. Sabía que estaba equivocada, pero esa era la principal razón por la que buscaba a Dios, mi Dios entre todas las cosas y no sobre todas las cosas. Mientras me presentaban a su Dios o sus limitantes estructuras, me iba convenciendo, asumiendo que el mío era el amor en plena libertad, y que con sus sumas y restas dentro de una rígida estructura de control (la religión), su Dios también era amor, y es ese el resultado realmente relevante de entre tantas prácticas, formas y más. Pasaron años. Hoy lo entiendo con amor y respeto. Durante muchos años, hasta indignada, asumiendo como hipocresía su congregación, asumiendo sus formas arcaicas e incongruentes.

Agradecida por la consolidación del respeto en mí y la práctica amorosa que hoy transito, comprendo plenamente mi religión (EL AMOR). Y siendo parte de esa religión, no hay forma de practicar el juicio y mucho menos cuando se trata de la libertad de amar a Dios en todas sus formas. Y es que, qué difícil es describir a Dios, resumirlo o explicarlo… Comprendí que Dios es para cada quien su base, refugio, alimento, nutrición, motivo, razón, dirección, camino, principio o final, o ambas. Comprendí que no se trata de adoptar el Dios del otro sino abrazar al propio en un diálogo íntimo. Comprendí que cada quien construye su estructura y su libertad en su comprensión y comunión con lo que elige creer, y como decide practicarlo, en dónde decide practicar y con quienes decide compartirlo. Al final es el libre albedrío. Dentro de mi criterio, aprendí a ver a Dios en todas las cosas y en todas las formas.

Cuando era más joven, aplicaba un poco más el juicio y en el absurdo me sentía con la capacidad de evaluar, aprobar o reprobar algo que por supuesto, hoy sé, no debe ni siquiera cuestionarse. No a las creencias de los y las otras, si hay algo cuestionable, es lo que yo siembro en mí y lo que permito que se siembre en mí.

Aprendí del respeto hacia las diversas prácticas y formas de amar a Dios. Y también algo revelador, hermoso: abrazo la supremacía de este regalo. Aprendí a amar a Dios aún en templos de otros, aprendí a abrazar con este amor las prácticas y formas de otros, celebrando las afinidades y respetando las diferencias. El amor todo lo puede sobre todas las cosas. Si a algo vine también, es a compartir al Dios que habita en mí. Y en este viaje de transformación constante, aprendizaje y decreto evolución, transito con la certeza de que cada día y en cualquier momento y de cualquier forma, su presencia es permanente, sin forma, como el agua, el aire y de todas las formas visibles e invisibles.

Dispuesto Dios a elegirnos aún sin definir en nosotros el cómo elegirlo. No creo en la separación, ni en los favoritismos; las sectas me siguen pareciendo la arrogancia del hombre más egocéntrico en busca del poder que ya habita desde una gracia más armoniosa. No puedo separar la oscuridad de la luz de mi ser, no puedo decir que en la luz soy hija de Dios y que en la oscuridad dejo de serlo… Y carajo, mi oscuridad cuando se desata, no tiene crepúsculo, es oscura en su plenitud. ¿He ahí un abandono de Dios? ¿El demonio es quien adopta esa oscuridad cuando puede ser la debilidad más profunda disfrazada de ira? No lo creo, y no tiemblo frente a las inquisidoras opiniones puristas donde le dan espacio al creer que en la oscuridad conocemos “al diablo” y no al mismo Dios que prepara en ese tránsito profundo, una transformación que nos hará levitar en una nueva consciencia. Considero que sin transmutación no hay vida.

Es Dios el único que puede escudriñar nuestro corazón, es él el único que puede vernos frente al reflector y detrás de bambalinas. ¿Por qué jugar al juez? ¿Para qué? No tengo nada que confesar ante “la autoridad”, pues sé que mi transparencia es frente a él. No tengo de qué arrepentirme, pues en lo profundo como en la superficie transito descubriéndome, descubriéndolo en mi salvaje oleada como en mi lúcida morada… No hay separación, aunque existan jornadas de desesperanza y en donde mi fe arrastro como arrastro mis alas en temporada de huracanes… Para mí no existe un Dios que da la espalda, abandona y rechaza su creación. Sencillamente no me hace sentido. Pero es mi sentido y es mi opinión, y no la tuya. Y la tuya tiene mi respeto, sin separación, en un todo en completa dignidad.

Así es como me despido hoy, invitándote a la reflexión y al respeto por la otredad, enfatizando en el respeto de la creencia del otro, y que toda esa capacidad de cuestionamiento y juicio sirva para el trabajo personal que hacemos a diario en nosotros, nosotras mismas.

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