Carta a Lilly Téllez

Por Francisco Javier Guerrero  

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 04 de junio de 2022.- Distinguida senadora: La política democrática es el arte de conciliar lo que parece inconciliable. Pero también hay que reconocer que los aspectos inconciliables pueden existir, así, por ejemplo, los marxistas y anarquistas que seguramente no son de su simpatía, plantean que no puede haber conciliación entre el capital y el trabajo y que el antagonismo entre ambos solo puede desaparecer con una revolución, pero en los tiempos actuales los procesos revolucionarios no están al orden del día.

En tales casos, en el marco de una política democrática de lo que se trata es de amortiguar los aspectos inconciliables y aún más: derivar provecho de ellos. Un ejemplo al respecto fueron los procesos dirigidos por el estado norteamericano de 1933 a 1945, en un gobierno encabezado por Franklin Delano Roosevelt. Ese estado fue prototípico de lo que se ha denominado estado del bienestar, un sistema político y social en el cual se presentaba un equilibrio de clases y la mayoría de estas resultaron beneficiadas en diversos grados, pese a sus diferencias en ocasiones muy sustanciales. En el caso de las naciones calificadas de socialistas, Yugoslavia bajo el comando de Josip Broz alias Tito tuvo un consenso considerable entre grupos étnicos y nacionalidades marcadamente distintivas. En particular nosotros los antropólogos hemos comprobado que incluso en las sociedades consideradas igualitarias existen diferencias por caudal de conocimientos, por posiciones en los procesos de producción, por edad, género y otros elementos. A medida que las sociedades han crecido en complejidad las diferencias entre sus miembros se han hecho mucho más notorias. México es una nación especialmente compleja por sus características multiculturales y pluriétnicas, porque en su seno existen diversas clases sociales con frecuencia enfrentadas entre sí, porque existen conflictos intergeneracionales, por las diferencias entre los roles de hombres y mujeres y por los variados tipos de relaciones con naciones extranjeras, especialmente con los Estados Unidos de América. En un marco así, es inevitable que surjan contradicciones de diferentes grados entre los grupos sociales, que haya colisiones y enfrentamientos, que se tengan que dirimir conflictos de indoles variadas; todo esto puede conducir a una conflictividad social de gran envergadura, lo cual se puede evitar mediante el establecimiento cotidiano de auténticos procesos de negociación democrática.

Es por ello que los Estados más democráticos y con mayor adhesión por parte de sus ciudadanos requieren de grupos y partidos de oposición. En primer lugar, los ciudadanos en particular o agrupados en instituciones de múltiples características, tienen derecho a presentar sus demandas y luchar por ellas. Por ejemplo, en este momento miembros del grupo étnico wixárikas exigen la devolución de las tierras de las cuales han sido despojados, pero en este proceso democrático también se debe escuchar la demanda de los presuntos despojadores que niegan tal aberración. Otro ejemplo, es el de los miembros de núcleos sociales que consideran que el Tren Maya aportará un notorio progreso a los habitantes del sureste mexicano, en contraste con las posiciones de poblaciones afectadas por el susodicho tren, ya que consideran que su existencia perjudicará el medio ambiente y pondrá en jaque a las culturas locales. En una sociedad democrática estás diferencias deben resolverse en los ámbitos de la negociación. En la democracia la oposición es necesaria porque impulsa el papel de todos los actores sociales y porque señala los papeles y errores de los grupos hegemónicos, que por lo general no dan cuenta de ellos. A principio de los años veinte del siglo pasado el dirigente bolchevique Vladimir I. Lenin al cual usted debe abominar informó que su gobierno había cometido muchos errores y que sería un crimen no hacerlos públicos. En países capitalistas estadistas como John F. Kennedy o Winston Churchill también asumieron posiciones críticas. Un Estado que no se somete a la crítica externa racional y que carece de autocrítica termina por caer en un abismo, como le sucedió al Estado estalinista.

Me considero un militante de izquierda y espero que no me aborrezca por ello. Para constituirnos como sujetos democráticos debemos ser tolerantes y respetuosos (aunque no tengamos muchas ganas de serlo) y fortalecer los debates democráticos. Por lo general no estoy de acuerdo con lo que usted piensa pero coincido con la máxima de Voltaire: “No estoy de acuerdo con lo que piensas, pero defenderé hasta la muerte el derecho que tienes de hacerlo”.  Además, aunque vanidosamente pienso que soy un hombre de convicciones profundas, siempre parto de la premisa de que puedo estar equivocado y de que quizá alguien como Lilly Téllez podría convencerme de su posición. Sin embargo, creo usted hace un mal papel en la oposición porque recurre con demasiada frecuencia a la injuriaría y a la diatriba personal contra sus rivales políticos, y si tiene acusaciones severas contra ellos, es indispensable que aporte las pruebas.

Yo no condenó su pasión y su enjundia personal, me parece que debe hacer uso de su inteligencia  es muy necesario que recurra con mucho mayor frecuencia a las argumentaciones y exposiciones de motivos que apoyan su postura y la de su partido. Con ello le rendirá un buen servicio no solo a su partido, sino también a la nación entera y pondrá las bases de un proceso que coadyube al propio Estado a seguir derroteros más certeros.

Como dice el héroe Kalimán: “Serenidad y paciencia, pequeño Solín”; También podemos exclamar “serenidad y paciencia distinguida senadora”

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