Cartas desde México: Carmen le faltó ser un vidrio roto
Foto: Luis Enrique Olivares
Por Adriana Esthela Flores
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 20 de agosto de 2019.- A los siete años mi padre abusó sexualmente de mí. Estaba en estado de ebriedad y drogadicción. Yo estaba dormida. Mi madre se divorció y lo denunció, pero no pasó nada. Ella entendió por qué me comportaba de cierta forma. He ido a terapia, cambiado 7 veces de cuenta de Facebook porque él me busca. Y no ha pasado nada.
Carmen, de 18 años de edad, lleva quince padeciendo esa pesadilla que mostró en un letrero durante la protesta del viernes 16 de agosto en el Metro Insurgentes. «Mi papá abusó sexualmente de mi», se leía en la pancarta, similar a la otra que decía «Recompensa: $300,000», que llevaba Lidia Florencio, madre de Diana Velázquez, víctima de feminicidio el 2 de julio de 2017. El gobierno le dio el cartel hace solo unos meses para que ella, como miles de familiares de víctimas en este país, busquen por sí mismas la justicia. El feminicida sigue suelto. «Vengo por Diana pero también por las diez que matan cada día sin que ninguna autoridad vea eso», dijo Lidia.
Yo también fui por mi amiga golpeada, por otra víctima de terror psicológico, por la que fue violada y no ha denunciado al victimario porque no quiere someterse al maltrato de la Procuraduría de Justicia. Sus silencios se convirtieron en gritos ese viernes. Yo fui como reportera, sí, pero marché por el silencio que poco a poco voy dejando y aun me tiene amordazada.
Nuestros silencios iban acompañados y se convirtieron en consigna: “¡Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente!”. La mayoría de medios de comunicación enviaron hombres a la cobertura de una marcha feminista, aunque en estas convocatorias, se sabe, ellos no son bienvenidos “porque la lucha es feminista y contra el sistema patriarcal”, como explicó una de las manifestantes.
En las pantallas de tv, eran hombres los que hablaban de feminicidios y violaciones que no padecen y que muchos, lamentablemente, se rehúsan a entender. Hubo hombres que hablaron de la defensa de la libertad de expresión cuando las mujeres les pedían no grabar sus rostros, pero no dijeron nada ante el despido de les compañeres de mexico.com. No dijeron nada. Hombres que se ofendieron por las agresiones a colegas, aunque soportan día con día que muchos colegas hombres y mujeres no tengan garantizados sus derechos laborales.
Los reportes periodísticos se centraron en cómo un grupo de mujeres dañó la estación del Metrobús Insurgentes, de cómo rayaron pintas a lo largo de las paredes en el camino, de cómo incendiaron la estación Florencia de la SSP y de cómo rayonearon también el Ángel de la Independencia. “La furia feminista, la rabia”, decían. Me llegaron mensajes “Cuídate” como si se tratara de grupos violentos en extremo (aunque las mujeres hablábamos con ellas y las grabábamos de cerca).
No, no eran los grupos opositores de Caracas, los llamados “guarimberos”, por ejemplo, preparando botellas con excremento o morteros para lanzárselos a los militares. No iba a ocurrir ahí lanzamiento de gas lacrimógeno ni paramilitares disparando. Pero el coraje de las mujeres provoca miedo, mucho miedo, tal vez porque muchos saben –y no entienden- la postura defensiva que debemos mostrar todos los días para que no nos toque el que nos mira lascivamente en la calle, en el transporte o las oficinas. O tal vez porque muchos no saben que en este país, cada día son asesinadas diez mujeres. -“Entiendo ese coraje, pero qué culpa tienen los pasajeros del Metrobús”, me cuestionaba un compañero. -Y qué culpa tenían las muertas y violadas, reviré.
El problema es que ellas no duelen. Hemos normalizado sus ausencias, así como las de las desaparecidas o el silencio de las víctimas de acoso y abuso sexual que debería avergonzarnos y preocuparnos a todes. Las normalizamos, aunque varias legisladoras de izquierda , como la senadora Citlalli Hernández, intentaron defender a la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, argumentando que las víctimas de feminicidio están en todo el país y no solo en la Ciudad de México, como si se tratara de una competencia de feminicidios y en los estados gobernados por hombres –como el mexiquense Alfredo del Mazo- también debería haber cuestionamientos duros. Los ha habido, las mujeres han protestado, pero este gobernador, por ejemplo, prefirió presumir hace unos días, en un evento con el Presidente Andrés Manuel López Obrador, una supuesta baja de delitos. Y el presidente no le dijo nada sobre el hecho de que en el Estado de México está Ecatepec, el municipio más inseguro para las mujeres en todo el país, gobernado por Fernando Vilchis, de MORENA.
Hay voces que sugieren que protesta debió haber sido pacífica, que los actos vandálicos desvirtuaron la causa, que las manifestaciones deben hacerse de manera correcta. Pues bien, la protesta de la brillantina como la del viernes provocó que el gobierno de la capital mexicana haya iniciado mesas de trabajo para diseñar, junto a organizaciones feministas (no todas las que estuvieron aquel día, por cierto) una nueva estrategia para erradicar la violencia contra niñas, jóvenes y mujeres.
Tuvieron que ser las pintas, los vidrios destrozados, la rabia desde abajo, lo que llevara al Estado a reconducir su política de combate a la violencia contra las mujeres. Falta que los medios y muchos otros sectores hagan lo mismo, poniéndonos a nosotras primero, antes que a sus concepciones añejadas en una profunda cultura machista y violenta.
Así, tal vez, Carmen comience a recibir la justicia que le debemos.
Carmen, a la que le faltó ser un vidrio roto.