Celebremos

Por Teresa Gurza          

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 02 de enero de 2019.- Les platicaba la semana pasada de algunas tradiciones navideñas y sus orígenes.

Añado ahora que la primera Navidad en el nuevo mundo, fue celebrada el 25 de diciembre de 1492 en un fuerte mandado a construir por Colón, en la isla «La Hispaniola» que comparten Haití y la República Dominicana, con madera de los restos de la carabela Santa María.

En México el primer festejo navideño se hizo en 1526, según escribió Fray Pedro de Gante al Rey Carlos V, informándole que disfrazó niños de ángeles y les dio dulce de amaranto, tradición azteca para agasajar a los huéspedes y que seguimos disfrutando.

De acuerdo a datos de la BBC, el árbol de Navidad es tradición germana del año 754, cuando San Bonifacio destruyó el arbusto sagrado de los druidas y plantó en su lugar, un abeto que adornó con manzanas y velas.

Otras versiones afirman, que en el siglo XVI cristianos alemanes decoraron con luces, pinos con los que sus antepasados celebraban el solsticio de invierno y que Martín Lutero colocó uno en su hogar en Navidad.

Semejante al actual, se puso por primera vez en Finlandia a principios del siglo XIX.

En 1840 Inglaterra lo copió poniendo uno afuera del Castillo de Windsor, junto a un cuadro de la familia real.

Al gobierno gringo le gustó la idea; pero para simular que era una familia estadounidense la que se unía alrededor del pino, suprimió la corona de la reina Victoria y el bigote del príncipe Alberto.

Maximiliano de Habsburgo y Carlota adornaron en 1864, el primer árbol de Navidad en México; tras el fusilamiento del emperador, el árbol fue abandonado y retomado años después.

Santa Claus, Papá Noel o el Viejito Pascuero, como le dicen en Chile, proceden de la mitología escandinava y de dioses como Odin, y Thor; de ahí que se les ubique viviendo en el Polo Norte.

San Nicolás llegó a EU en el siglo XVIII desde Holanda, donde deja regalos a los niños no el 24, sino el 5 de diciembre.

La puesta del Nacimiento empezó en Italia en el siglo XVIII; primero con personas y animales vivos, que fueron sustituyéndose por figuras de madera.

El guajolote es originario de México y desde antes de la llegada de los españoles, se criaba en los patios familiares.

A España lo llevaron jesuitas que lo llamaron gallina de las Indias; Francia fue el segundo país europeo en adoptarlo y como todo lo americano estaba de moda, poco a poco las naciones europeas fueron dejando de comer cordero y cenando pavo.

Muy curioso resulta que la Iglesia Católica que hoy la considera fiesta obligatoria, haya prohibido durante muchos años la Navidad, por asociarla a ritos, dioses y héroes paganos.

Los puritanos ingleses que colonizaron Boston en 1630, la declararon ilegal y el parlamento inglés la prohibió por decreto en 1644, por ser motivo de “regodeo carnal”, siendo restaurada seis años después, en la regencia de Carlos II.

Es también curioso que la celebración el 6 de enero de la Epifanía, palabra griega que significa manifestación, sea más antigua que la propia Navidad y que las ofrendas que los Reyes Magos llevaron al Niño Dios, continúen siendo recordadas con los regalos que los niños de algunos países como México, Italia y España reciben ese día.

Datos de varias fuentes aseguran que personajes que obsequian a fin de año, han existido en muchas culturas.

Están entre ellos, Tomte el espíritu nórdico, la italiana bruja Befana, la rusa Doncella de las Nieves, los gnomos y el Sinter Klaas holandeses, los duendes griegos, el Father Christmas británico, el Obispo Nicolás de Mira que según la tradición dotó en Anatolia a tres muchachas pobres que por falta de dote no podían casarse y el Dios céltico del Año Viejo.

Referencias sobre los Magos de Oriente, sólo existen en el Evangelio de san Mateo que dice “Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá, en los días del rey Herodes llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos a adorarle», pero no precisa nombres y número.

Durante los primeros siglos del cristianismo, eran solo magos y no reyes; pero cuando los magos empezaron a tener mala fama, la jerarquía católica los transformó en monarcas.

Es también el Evangelio de san Mateo la única fuente sobre la estrella que supuestamente dirigió a los Magos hasta Belén.

Durante siglos los comentaristas bíblicos buscaron afianzar la leyenda de la estrella, que actualmente es parte central del árbol de Navidad y sobre cuyo origen aún no hay acuerdo científico.

Pero de esto, les contaré la próxima semana.

Actualmente en casi todo el mundo, se recuerda la Adoración de los Magos.

He pasado esa fecha en diferentes lugares; y tanto en una preciosa iglesita ubicada en los Montes Tatras de la antigua Checoslovaquia, como en Chiapas, Guerrero, Michoacán o San Pedro Mártir en Tlalpan, las comunidades campesinas celebraron Nacimiento y Epifanía, arrullando al Niño.

Y en los mercados y mercadillos de Navidad europeos y americanos, además de las delicias de la temporada, hay a la venta niños dioses y magos de todos tamaños y modelos.

Escritores y pintores han dejado en sus obras, filias y fobias sobre la Navidad y sus festejos; y aunque ha habido excesos y la fecha ha sido explotada por los poderosos para imponer costumbres y creencias, que yo sepa nadie había llegado al extremo de ponerle al Niño, las facciones de algún líder.

Como acaba de hacer el senador Martí Batres, con un feísimo niño Jesús al que colocó una peluca gris, simulando el cabello cano de López Obrador; lo que me parece ridículo culto a la personalidad.

Pero pese a todo y a que el comercio se ha adueñado de la temporada para fomentar el consumismo y hacer aún más patentes las desigualdades, me quedo con el deseo de fraternidad, empatía y solidaridad, que brota en Navidad y Año Nuevo; y que, por el bien de todos, debiera durar el año entero.

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