Cuerpo impropio en proceso de transformación

Por Paloma Escoto

“Nuestros cuerpos son nuestros jardines; nuestras decisiones, nuestros jardineros.”

William Shakespeare

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 05 de agosto de 2022.-  Sigo en el viaje dónde habito un cuerpo impropio, tan lejana y tan cercana a la vez, tan distinta y tan parecida a lo que fui, sigo tratando de escuchar el cuerpo que llora y que ríe a cántaros, soy alimento y soy vida, soy el refugio de otra vida, me llene y me vacíe, mi cuerpo se estiró y respiró, sigo en la incómoda y al mismo tiempo en la abrazante figura de la sin forma, de encontrarme y desconocerme, todo a un mismo tiempo y a veces en tiempos distantes.

“El alma es la forma de un cuerpo organizado, dice Aristóteles. Pero el cuerpo es precisamente lo que dibuja esta forma, la forma de la forma, la forma del alma.” Jean-Luc Nancy

Mis redes sociales están repletas de imágenes de mujeres “perfectas” que parecen ser de otro mundo y creó que no me pasa sólo a mí, creo que a otras mujeres que son aún más reales, les pasa lo mismo, no sé qué es real y qué no, no sé si es correcto desear un cuerpo que no soy. No sé qué tan loco sea o qué tan fuera de mis parámetros de ideas de cómo concibo la naturaleza estoy al desear ese cuerpo que aún no existe pero sin embargo pienso, deseo y procuro tener en un futuro cercano. Nadie sabe lo qué pasa por mi mente, sólo estoy segura que si lo quiero es para mí, para disfrutarlo yo, no es por o para otra persona, pareciera hablar de un objeto y hablo de mi cuerpo, que difícil es sentirse impropia, y que extraño es construirse así misma en la mente, que extraño es desear ser un cuerpo que aún no existe.

Una mujer que no se gusta a sí misma no puede ser libre, y el sistema se ha preocupado de que las mujeres no lleguen a gustarse nunca.

Esto me ha sucedido después de la gestación. Tuve un embarazo existencialmente complicado, hermoso y complejo, en plena pandemia mi cuerpo crecía y yo lo hacía crecer más, comía sin fin, de alguna forma la comida y los postres se convirtieron en mi fuga. Soy una mujer que no puede estar tanto tiempo en un sólo lugar, no me gusta el encierro, soy muy vaga, me gusta viajar y conocer nuevos lugares, toda mi vida ha sido así, vivo de viaje permanente, menos de lo que me gustaría. La pandemia me fue difícil en cuánto a ese sentido, sin embargo, también sucedieron cosas y experiencias maravillosas, nuevos inventos y dejé ser a la creatividad que en mi hábita, me convertí en un ser constructor, en una artesana que ama el trabajo en ese mundito que se construyó, pesando 94 kg con una bodoque danzando en mi vientre, mi cangurita de amor, mientras ella danzaba yo iniciaba con la meditación y la creación de cajas pintadas de mándalas en puntillismo, iniciando con unos cuantos frascos de pintura , palillos de cocina y unas cajas de madera, tras mi desempleo pandémico, tras mi enorme vientre lleno de vida, tras mi encierro y mi fuga en ese nuevo experimento, conseguí vivir de eso y me gustó, conforme pasaba el tiempo fui creando un poco ahorros, casi imposibles y me fui haciendo de mis herramientas, fui construyendo mi taller con ese gran esfuerzo y con el apoyo de Ángeles que estuvieron ahí, ofreciendo su corazón y aportando a esa causa que de alguna forma la hicieron suya. Tan agradecida de por vida…

Posteriormente al nacer Sol Venus, mi taller era un espacio entre el tiempo y la magia, luchando por sostener su existencia y mi existencia en él, las cosas aún más complicadas, maternidad de tiempo completo y artesana, sí una extraña magia. En el transcurso vivía los cambios de mi cuerpo, una lactancia exclusiva y entregada, un cuerpo enorme que no reconocía pero que tampoco pelaba mucho, concentrada en lo que me convertía mientras alimentaba a mi bebé, concentrada en mi bonita y en todo lo que hacía en mi taller, pase de las cajitas de madera a la joyería y ornamentación hecha con resina, una incursión en la carpintería y en la creación de algunos inventos que surgían en mi mente. Tal vez mi cuerpo se conformo para poder darle vida  a un nuevo ser y no hablo de Sol Venus, hablo de mí, a los casi 2 años de convertirme en madre siento que pari a dos, a mi hija y a mi y es enserio, siento que aún me sigo abriendo, que los pétalos viejos se caen y otros nacen y florecen, es divina esta sensación.

Ordenar el proceso ha sido la experiencia más complicada jamás experimentada, tal vez el orden de la definición más grande en toda mi vida, y dentro de esa definición está la parte física que es nada menos que el transporte en este viaje, sí, mi cuerpo, al que empiezo a amar de forma más real, al que empiezo a cuidar de forma más sincera, de adentro hacía afuera, es un viaje complicado porque el dialecto es muy difícil de escuchar, escuchar los sistemas de mi cuerpo, lo que pide no es siempre lo mejor e identificar eso es una de las partes más complicadas. Entender que ahora me siento mortal y antes la comprensión de lo efímero era tan distinto, abrazar la idea de vivir mucho más, desear la vida entera para ver crecer a mi hija, tener conciencia de ser la vida de ella por lo menos dos décadas de su vida, que soy su sitio seguro, que soy su inicio y que de mi depende su desarrollo. Tal vez sea la mejor justificación de todas, estar bien para preservar la vida.

Más allá de lo superfluo, más allá de la vanidad y más allá de los estereotipos y la guerra mediática de cómo ser o cómo estar como mujer. Es vital cuidar el transporte en el qué habitamos, reconocerlo, aceptarlo, amarlo, hablarle, procurarlo tanto cuánto queramos disfrutar un poquito más de la vida, pues si bien no es una garantía de tener una larga vida, si es un seguro de que el tiempo que estemos aquí, será de calidad.

“Es posible encontrar belleza en la suavidad. Es posible enamorarse de un cuerpo que nunca creíste fuera merecedor de amor. Es posible encontrar paz después de haber pasado toda una vida en guerra contra tu cuerpo. Es posible recuperarse.” Megan Jayne Crabbe

“Tu cuerpo es templo de la naturaleza y del espíritu divino. Consérvalo sano; respétalo; estúdialo; concédele sus derechos.”—  Henri Fréderic Amiel

 

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