De porras y barras bravas… de la barbarie social

Por Román Munguía Huato

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 13 de marzo de 2022.- ¡Qué el fútbol desata pasiones ni quien lo duda; las desata como una fuerza contenida en el estallido de una implosión social! Pero hay de pasiones a pasiones y algunas pueden ser totalmente brutales, hiperviolentas, verdaderas masacres del más fuerte sobre el más débil.

¿Qué es lo que está detrás de una fuerza ciega, incontrolada e irracional? ¿En dónde residen estas pulsiones patológicas capaces de mover a las masas en un juego que puede tornarse perverso, malsano, con sus heridos y muertitos incluidos? Sin duda hay muchos factores que envuelven estos momentos de catarsis de una ira irrefrenable… Hay de todo: cuestiones psicológicas, económicas, políticas y hasta religiosas, porque el futbol también se ha convertido en una religión, dice Eduardo Galeano en su extraordinario libro El fútbol a Sol y a Sombra (1995).

En este libro Galeano hace una diferencia entre el hincha y el fanático: el hincha es el seguidor fiel a su equipo; es un simpatizante amoroso de los colores de la camiseta. “Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio.” El estadio como templo. “En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles, batiéndose a duelo contra los demonios de turno.

“Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos.”

Pero, ¿Qué es el fanático? “El fanático es el hincha en el manicomio. La manía de negar la evidencia ha terminado por echar a pique a la razón y a cuanta cosa se le parezca, y a la deriva navegan los restos del naufragio en estas aguas hirvientes, siempre alborotadas por la furia sin tregua.

“El fanático llega al estadio envuelto en la bandera del club, la cara pintada con los colores de la adorada camiseta, erizado de objetos estridentes y contundentes, y ya por el camino viene armando mucho ruido y mucho lío. Nunca viene solo. Metido en la barra brava, peligroso ciempiés, el humillado se hace humillante y da miedo el miedoso. La omnipotencia del domingo conjura la vida obediente del resto de la semana, la cama sin deseo, el empleo sin vocación o el ningún empleo: liberado por un día, el fanático tiene mucho que vengar. En estado de epilepsia mira el partido, pero no lo ve. Lo suyo es la tribuna. Ahí está su campo de batalla. La sola existencia del hincha del otro club constituye una provocación inadmisible… El enemigo, siempre culpable, merece que le retuerzan el pescuezo.”

La historia de la violencia en el fútbol es vieja y voluminosa. Quizá el propio Jorge Luis Borges le hubiese dedicado un grueso capítulo en su magistral libro Historia universal de la infamia (1935). Pero la violencia dentro y fuera de los estadios realmente nace y se desarrolla con la comercialización moderna del fútbol. Es decir, el capital penetra hasta el tuétano en los equipos profesionales dónde los jugadores se convierten en una mercancía valuada hasta en cifras estratosféricas. Los cracks multimillonarios son las divinidades idolatradas en el templo futbolístico y se tornan verdaderas divas con sus frivolidades en el espectáculo de masas. Esta empresa, con toda la parafernalia del deporte convertido en showbusiness, empieza de degradar el espectáculo y también el espíritu de sus seguidores con sus grupos de animación en los estadios, alentando la competencia feroz.  El fútbol se ha convertido en opio del pueblo… Tiene su hechizo encantador sobre millones de seguidores en todo el mundo. Ciertamente, el fútbol es contradictorio como todo hecho social; tiene sus luces con destellos y sus sombras malignas… Expresa pasiones y emociones colectivas, las que generan alegría, “fiesta compartida o compartido naufragio”, escribe Galeano.

Las pasiones enfermizas y delirantes desembocan en violencia dentro y fuera de los estadios que han dejado centenares y miles de muertos en todo el mundo. En Latinoamérica hay muchos ejemplos:  La Tragedia del Estadio Nacional del Perú fue un suceso ocurrido el 24 de mayo de 1964 que provocó la muerte de 328 personas y 500 resultaron heridas. Es considerada como la mayor tragedia en un estadio de fútbol de todos los tiempos. Cinco años después “Dos turbulentos partidos de fútbol disputan Honduras y el Salvador en 1969. Las ambulancias se llevan muertos y heridos de los tribunas, mientras los hinchas continúan en la calles las grescas del estadio”. La llamada Guerra del Fútbol arrasa con ambos pueblos dejando cuatro mil muertos en los campos de batalla (Cerrado por Fútbol, de Eduardo Galeano. 2017).

Nuestros Hooligans en escena. Pero la larga historia negra del fútbol mexicano dentro y fuera de sus estadios tiene sus grandes tragedias. Luto en las canchas. El túnel 29: El 26 de mayo de 1985, en el marco de un Pumas contra América, ocho personas murieron aplastadas por una multitud en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria. La situación se salió de control cuando cerca de 30 mil personas dieron un portazo para poder colarse al inmueble. Comenzaron a ingresar y colmaron los pasillos y túneles. Las autoridades no estaban preparadas y el estadio no tenía rejas ni cercas para controlar el acceso hacia algunos túneles. La multitud empezó a perder el control y provocó una embestida, por lo que entre la falta de oxígeno y empujones, dentro del túnel 29, perdieron la vida ocho personas, entre ellos, tres menores de edad. Más de 70 lesionadas y 21 detenidos, fue el resultado de los disturbios en los túneles e inmediaciones del Estadio México 68, de Ciudad Universitaria. “La desorganización que privó en el coloso de la UNAM, la tibieza e imprevisión de las autoridades policiacas y de seguridad interna de esa casa de estudios para controlar la asistencia, así como la agresividad de algunos de los aficionados, fueron los factores que provocaron la pérdida de vidas, lesiones y daños que se reportaron”.

Algo parecido sucedió el fatídico sábado pasado en Querétaro cuando se disputaba el partido en el estadio La Corregidora entre los Gallos Blancos y el Atlas. Nunca se había visto como espectáculo criminal en la historia del futbol nacional una barbarie de tal naturaleza. Las imágenes televisivas de la trifulca entre las porras de ambos equipos son terroríficas. La batalla inició en las gradas, continuó en la cancha y afuera del estadio. Quienes provocaron el conflicto fueron los de la porra del Querétaro. Hasta los policías actuaron en contubernio con las barras de Querétaro. El recuento oficial habla de 26 personas hospitalizadas y tres muy graves, hasta el momento. Corren rumores de algunos muertos… La saña criminal era visible cuando todavía golpeaban a aficionados atlistas ya caídos e inertes; la situación era espantosa para muchas familias. La crónica de algunos aficionados de lo acontecido es terrible, relataron momentos de pánico que vivieron.

Ironías de la patada: el lema del torneo de fútbol es Grita X la Paz, en solidaridad con las víctimas del conflicto en Ucrania. Eso está muy bien, pero lo cierto es que lo acontecido este sábado es un reflejo tenue de la brutal hiperviolencia social imperante en el país. Al comentar los sucesos de violencia en el estadio Corregidora de Querétaro, Andrés Manuel López Obrador reiteró que “se debe continuar moralizando al país, y atendiendo los orígenes y las causas de la violencia. Antes se pensaba que sólo con medidas coercitivas se podía resolver el problema de la inseguridad de la violencia en México, eso incluso era relativo porque el tema de la seguridad en algunos gobiernos estaba en manos de la delincuencia”, afirmó. Todo se vuelve “resabio del neoliberalismo”. Pero una concepción moralina no resuelve el grave problema.

Cuando no se tiene nada claro, los orígenes y las causas de la violencia poco o nada se puede hacer.. Cierto que se debe moralizar al país, hacer cultura de una ética política de la no violencia es muy importante; pero las políticas de seguridad pública con el Ejército fuera de sus cuarteles y la Guardia Nacional no han servido casi para nada. Y esto forma parte de las medidas coercitivas semejantes a la de los gobiernos anteriores con sus Mafias del Poder.

El proceso de degradación social que se vive en el país se manifiestan en una creciente violencia en todos los poros de la sociedad. Por supuesto, hay muchísima responsabilidad de los administradores del estadio queretano, de las autoridades locales y estatales, y de los directivos supercorruptos del fútbol nacional.

“La violencia en el fútbol se origina en la propia sociedad y su comportamiento; una sociedad que se expresa en las gradas con frustración, enfados y agresividad que acumulan en su vida cotidiana y que en ningún otro espacio público se permite, pues con toda lógica correrían peligro de ser expulsados del recinto.” https://www.psicoadapta.es/blog/la-violencia-en-el-futbol/

La enajenación social es parte de una sociedad muy enferma y muy violenta, los fanáticos son personas enajenadas en extremo y sienten que en cada partido de fútbol se les va la vida, pero también están dispuestas a quitársela a otros. Necesitamos una verdadera transformación social y no bolas de humo demagógicas.

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