De premios e incongruencias

Foto: Fernando Carranza / Cuartoscuro

Por Román Munguía Huato

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 20 de noviembre de 2018.- Víctor Serge, en su lúcido ensayo sobre Literatura y Revolución [1932], afirma que: “El escritor cumple una función ideológica. Podría decirse que hay dos clases de escritores: los bufones de los ricos y los portavoces de las masas. En la realidad, siempre contradictoria, los dos hombres a menudo no son más que uno, pero entonces uno de los dos domina”.

El escritor Fernando del Paso, con su enérgica denuncia política al recibir en Madrid el Premio Cervantes, está siendo extraordinario portavoz de muchísimos mexicanos críticos al estado de cosas y también de quienes en lucha de resistencia se oponen en la práctica a tan terrible situación nacional. Esta declaración tajante y tronante contra el actual régimen neoliberal gobernante es absolutamente loable y admirable. No importa que tal declaración haya sido fuera del país, pues lo importante, sin duda, fue el momento y el escenario adecuados.

Del Paso sabía perfectamente de la trascendencia en México de su crítica contundente al gobierno priista de Enrique Peña Nieto. Entonces, esta declaración en sí misma es valedera y plausible en nuestros tiempos tan malogrados y desquiciantes, especialmente viniendo de quien viene y de quien además no se le puede señalar de ningún modo un escritor comprometido con ninguna militancia izquierdista–socialista revolucionaria que, dicho sea de paso, son tan escasos en nuestro país, por no decir, inexistentes.

La mayoría de los literatos e intelectuales, por desgracia, buscan cobijo o están cobijados bajo la sombra magnánima de El ogro filantrópico [1979], la frase de Octavio Paz para referirse al Estado mexicano. La mayoría de los escritores buscan el beneplácito del poder y quieren congraciarse con el ogro. Un ogro en tiempos nublados que tiene más de monstruo despótico de un Leviatán posmoderno y neoliberal que de filantrópico. De filantrópico no tiene ya nada el actual régimen si pensamos en la ausencia de las políticas públicas para el bienestar y la paz social.

En tal sentido podrían ser las palabras de Fernando del Paso al referirse al principio de un “Estado totalitario”; una definición política con una carga ideológica muy pesada por todas sus implicaciones de un autoritarismo, coerción y represión ilimitada a las clases explotadas y dominadas bajo las formas fascistas ya conocidas y padecidas por pueblos enteros durante el siglo pasado.

Corrupción e impunidad de la mano con el poder y el dinero en un México en vilo. Si no hemos llegado todavía a tal condición es porque el pueblo resiste dignamente con sus luchas contra un mayor endurecimiento del régimen neoliberal oligárquico. La conflictualidad interclasista definirá el futuro inmediato nacional. Sobre los totalitarismos y la violencia tenemos las aportaciones de Hannah Arendt y más aún lo escrito por Enzo Traverso.

Conocemos la declaración de un gran escritor como Mario Vargas Llosa al referirse al régimen mexicano como la “dictadura perfecta”, que tiene una gran dosis de verdad; aunque nunca tuvo en perspectiva un régimen totalitario. En todo caso, nuestro querido y admirado José Revueltas fue más allá en cuanto una caracterización más precisa del Estado mexicano.

Pero las palabras de Del Paso son muy certeras sobre el turbulento e hiperviolento Tiempo mexicano [Carlos Fuentes, 1971]: “Las cosas no han cambiado en México sino para empeorar, continúan los atracos, las extorsiones, los secuestros, las desapariciones, los feminicidios, la discriminación, los abusos de poder, la corrupción, la impunidad y el cinismo… aprovecho este foro internacional para denunciar a los cuatro vientos la aprobación en el estado de México de la bautizada como ley Atenco, ley opresora que habilita a la policía a apresar e incluso a disparar en manifestaciones y reuniones públicas a quienes atenten, según su criterio, contra la seguridad, el orden público, la integridad, la vida y los bienes, tanto públicos como de las personas. Subrayo: es a criterio de la autoridad, no necesariamente presente, que se permite tal medida extrema. Esto pareciera tan sólo el principio de un Estado totalitario que no podemos permitir. No denunciarlo, eso sí me daría aún más vergüenza”. A regañadientes, Enrique Peña Nieto felicitó a Del Paso.

Estamos de acuerdo plenamente con esta denuncia muy crítica. Ahora, es necesario hacer ver una incongruencia. El escritor –quien funge como director de la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz, patrimonio de la Universidad de Guadalajara– nunca ha realizado ninguna crítica al cacicazgo totalitario del exrector Raúl Padilla López. Mucho de la crítica de Del Paso podemos retomarla para lo que acontece en la UdeG.

Corrupción, impunidad y autoritarismo van de la mano con este cacicazgo de casi tres décadas. Por supuesto, él jamás ha hecho ninguna denuncia a su mecenas “filantrópico”. La habilidad de este cacique universitario para urdir una red de intelectuales y artistas locales y nacionales ha sido provechosa para los intereses de un funesto grupo de poder local.

El régimen político que crítica Del Paso es el poder ominoso que da plena cobertura, a su vez, a una camarilla que ha venido trastocando los objetivos universitarios en acciones empresariales neoliberales. En esta universidad tenemos muchos académicos que se rasgan las vestiduras exigiendo democracia en el país, lo cual compartimos, pero jamás denuncian la ausencia democrática dentro de esta institución en profunda crisis. Complicidad tácita. El séquito cortesano académico e intelectual, con sus privilegios palaciegos, incongruencias e imposturas, cual farolito de la calle y…

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