Desgarriate en la CNDH

Foto: Cuartoscuro

Por Humberto Musacchio

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 04 de diciembre de 2020.- A un año de que Rosario Piedra Ibarra tomara posesión de la CNDH, todo indica que ese organismo camina hacia su extinción, sin brújula, carcomido por la inoperancia, sujeto a los caprichos del caciquismo interno, incapaz de ejercer su presupuesto, carente de una conducción idónea y, en suma, sin aptitud para servir a la sociedad.

El ciclo de la señora Piedra se inició en medio de una sonora protesta en la Cámara de Senadores, donde la débil oposición fue incapaz de evitar que la bancada de Morena, empleando los viejos modos priistas del agandalle, impusiera como presidenta a una persona de trayectoria respetable, pero que legalmente estaba impedida para ocupar el cargo, pues, como presidenta de Morena en Nuevo León, no era elegible, según la ley.

La política de personal ha sido especialmente caótica, pues en los recientes doce meses han quedado fuera de la CNDH alrededor de 200 personas, la mayoría en plena pandemia. En su reciente comparecencia ante el Congreso, la presidenta dijo que se trataba de “una reingeniería, bajo criterios de austeridad y transparencia”, e insistió, en su mensaje por el primer año de su gestión, que se había iniciado “un redimensionamiento de la estructura de la Comisión para ser más eficaces y menos costosos para el pueblo”. ¿Más eficaces con menos personal y menos dinero? Las cifras dicen otra cosa: en los primeros nueve meses de la actual presidenta, la CNDH sólo emitió tres recomendaciones a las secretarías de Estado y ninguna a las secretarías de la Defensa Nacional ni de Marina.

Han sido constantes las remociones en cargos ejecutivos, lo que revela una gran inseguridad ante quienes piensan con cabeza propia o una pésima selección de cuadros, lo que se evidencia porque quienes han sustituido a los visitadores no cumplen con los requisitos de ley, que exigen licenciatura en derecho y un mínimo de tres años de ejercicio profesional, por lo que, arbitrariamente, se les asigna el título de directores generales. Aun así, fueron despedidos dos de los visitadores sin título que llevó la propia señora Piedra, José Martínez Cruz y Édgar Sánchez, veteranos con décadas de lucha en defensa de los derechos humanos junto a la insigne Rosario Ibarra de Piedra, madre de la presidenta. La “razón” fue pérdida de confianza. Sí, después de 40 años de compartir esfuerzos.

Si lo anterior ocurre con dos colaboradores de conducta probada y reconocida, no es extraño que Beatriz Barros haya sido groseramente separada, luego de que la llamaron a ocupar un cargo dentro de la Comisión, por lo cual renunció a su anterior empleo. Para mayor evidencia de la arbitrariedad, en el boletín que comunicaba su cese le reconocían “voluntad de servicio, larga trayectoria profesional y calidad humana”. ¿Entonces?

Y mientras la guadaña sigue cortando cabezas, la señora Piedra mantiene muy cerca de ella a Boris Berenzon, expulsado de la UNAM por plagiario, pero dueño de un poder cada vez mayor dentro de la CNDH, pues recientemente fue ascendido, pese a su destacada contribución al desbarajuste. Con la misma benevolencia, en el área de Comunicación se otorga un sueldo de 70 mil pesos a un tal Omar Arellano, quien tiene el brillantísimo antecedente de haber sido productor del programa de TV Azteca Venga la alegría (ah, y también ser parte de una familia amiga de la señora Piedra).

Con tales criterios para seleccionar personal, es explicable que a los recién llegados se les haga firmar un contrato por tres meses, pues no saben a quién llamar para un cargo u otro. Pero como no buscan eficiencia, sino incondicionalidad, eso explica la interminable rotación de personal y las arbitrariedades que se cometen contra quienes tienen la desgracia de trabajar en la Comisión.

Pero no toda la culpa es de la señora Piedra y sus paniaguados. En el último año no se ha podido completar el consejo consultivo de la CNDH, que ahora sólo tiene dos consejeros, cuando deben ser diez, quienes han de ser elegidos por el pleno del Senado o, en sus recesos, por la Comisión Permanente. La indiferencia de los legisladores permite suponer que el propósito es dejar caer la Comisión, ayudarla a irse hasta el fondo para que desaparezca, pues es un legado de los conservadores y neoliberales. ¿O no?

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