Periodistas Unidos. Ciudad de México. 22 de diciembre de 2023.- El apoyo de eminentes expriistas a Claudia Sheinbaum ha causado revuelo, como si el trasiego de cuadros de uno a otro partido fuera un fenómeno novedoso. Lo cierto es que ése y otros cambios de camiseta habría que ubicarlos dentro de un fenómeno que se vive en la política mexicana desde hace varios lustros.
En el mundo, la caída de la URSS y de los gobiernos marxistas de Europa Oriental marcan el inicio de un gran cambio, el más importante desde la derechización de los partidos socialdemócratas en la segunda década del siglo XX. En México, los cambios de camiseta son costumbre, empezando por el PRI, que nació como Partido Nacional Revolucionario, en 1929, para convertirse en Partido de la Revolución Mexicana en 1938 y adoptar su actual sigla en 1946. No fueron sólo cambios de nombre, sino también de composición y orientación.
En nuestro país, la gran mutación de las mentalidades políticas arrancó con la escisión que vivió el PRI en 1987, la que fue encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, quienes dirigieron la Corriente Democratizadora que, luego de participar en la elección presidencial de 1988, se fundió con otras organizaciones, principalmente el PMS, que cedió al nuevo partido, el PRD, el registro que antes tuvo el PSUM y desde 1978 el PCM.
Como se sabe, la organización resultante se llamó Partido de la Revolución Democrática y en él confluyeron los que abandonaron el PRI y quienes desde la izquierda decidieron aventurarse en caminos nuevos. Como se sabe, el PRD se nutrió de otras escisiones del PRI y los militantes llegados de la izquierda marxista fueron siendo relegados mientras se iba desdibujando su perfil ideológico. En medio de una enconada lucha interna, Andrés Manuel López Obrador, un antiguo dirigente del PRI en Tabasco, creó en 2011 la corriente política a la que llamó Movimiento Regeneración Nacional (Morena), la que obtuvo registro como partido en 2014, lo que llevó al abandonado PRD a unirse a los partidos de derecha, PRI y PAN.
Se supone que los partidos cuentan con programa propio, una ideología definida y una línea política clara. Sí, se supone, pero no es cierto. Para no ir muy lejos, a lo largo del siglo XX el PRI dio repetidas muestras de que se puede cambiar de principios como se cambia de calcetines, pues pasaba del lenguaje izquierdizante al derechismo más infame, del desarrollo estabilizador al neoliberalismo rapaz.
Pero no sólo en el PRI existía ese ánimo mutante. Los partidos de oposición le hacían la competencia. Eso pasó con el henriquismo o con el presuntamente marxista PPS, que acabaron como paleros del PRI, como ahora lo son el PT y el partido mercancía que se dice ecologista, el PVEM.
El único partido que parece no haber cambiado es el PAN, pero sólo parece. El triunfo de Morena en 2018 dio lugar a una alianza contra natura de Acción Nacional con su enemigo histórico, el PRI, y con su espantajo ideológico, el PRD. Ese compadrazgo no se limita sólo a lo electoral, pues en el Poder Legislativo hacen frente contra Morena, lo que tiene consecuencias.
Hace unos días, organizaciones civiles de Aguascalientes le reclamaron a Marko Cortés que en el Congreso local los azules, que son mayoría, actuaran de conformidad con sus aliados para despenalizar el aborto, pese a que varios legisladores panistas prometieron que eso no pasaría. Lo ocurrido fue que la Suprema Corte desautorizó el prohibicionismo en torno al aborto y los diputados locales no tuvieron más que acatar la decisión.
Sin embargo, más allá de un mandato judicial, lo que expresa el asentimiento panista es la necesidad de mantener su alianza con el PRI y el PRD y ganar elecciones, sean locales o federales, pues es un hecho que los viejos partidos están en una crisis terminal, incluso Morena, pues la ideología no se ve por ninguna parte.
La desideologización es un fenómeno internacional, pero los partidos deberían analizar seriamente el asunto, pues esa generalizada pérdida de identidad lleva a la confusión y, en esa ruta, al ciudadano le dará igual votar por cualquiera o por ninguno. La desaparición de las ideologías representa un serio peligro para la democracia. Así de grave es el asunto.