Difuntos, agónicos y vivos

Por Humberto Musacchio

Por Humberto Musacchio

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 14 de junio de 2024.- Algo tendrá que hacer la oposición para levantarse de la lona, porque los resultados de la votación indican que, de seguir por el mismo camino, a los partidos que integran la coalición Fuerza y Corazón por México los espera la sepultura o, peor aún, seguir con una existencia de zombies, como en otro tiempo ocurrió con el PARM o el PPS.

Por supuesto, no sólo los partidos de oposición se hallan en crisis. Dentro de la coalición ganadora tenemos al Partido del Trabajo que, de continuar vegetando en los campos de Morena, acabará por perder el registro porque, así como es estéril la oposición por la oposición misma, en lo que cayó el PRD, también lo es llevar una existencia parasitaria que en cualquier momento se puede transformar en un lastre.

 

El caso del llamado Partido Verde Ecologista de México tiene características que rayan en lo siniestro. Se trata de un negociazo familiar que ha sabido incorporar nuevos accionistas, pero se trata de un membrete que, como se ha dicho repetidamente, no es partido ni es verde, ni ecologista y mucho menos de México, pues sus dueños son algunos particulares.

Pero volviendo al asunto de las pompas fúnebres, el primer cadáver de la coalición opositora es el Partido de la Revolución Democrática, que ya no era partido y tampoco revolucionario ni mucho menos practicante de la democracia. Ahora que se ha ido a la tumba, lejos de causar llanto o pesar entre sus compinches, más bien les produjo espanto, el terror de quien ve en el deceso del vecino un aviso de la propia muerte.

Nada tranquilos deben estar los priistas al ver que su partido, cuyo dominio absoluto se prolongó por 71 años y tuvo un desastroso pilón con el sexenio de Peña Nieto, ahora ocupa un lugar ya muy cerca del panteón. En estos comicios, el partido tricolor no ganó ni uno solo de los 300 distritos en disputa, lo que le augura tiempos tristes.

Otro perdedor de los recientes comicios es el PAN, porque extravió el perfil que mantuvo durante más de 80 años, eso que lo hacía identificable ante sus electores. Ahora, aliado de los priistas a los que los azules señalaban como ladrones y “comunistas” y, peor aún, socios del recientemente fallecido PRD, ya no se sabe si Marko es Cortés o es Cuauhtémoc. Así de grande es la confusión a la que deben atribuir su derrota.

Pero en los velorios se supone que debemos hablar del muerto y lo bueno que era, porque el PRD, es cierto, despertó grandes expectativas al surgir como punto de confluencia de los priistas que optaron por seguir a Cuauhtémoc Cárdenas y de los izquierdistas que decidieron marchar con ellos.

No es un asunto menor el papel jugado por los comunistas. El registro que hasta ayer usufructuaba el PRD fue el conquistado por el PCM después de muchas décadas de combate al lado de los sindicatos independientes en tiempos del charrismo; junto a los campesinos que luchaban por la tierra prometida y en los movimientos sociales, que solían llevar a la cárcel, a la tortura y hasta a la muerte a sus participantes.

El registro electoral del Partido Comunista Mexicano fue obtenido en el sexenio de José López Portillo, cuando el inmenso Jesús Reyes Heroles fue secretario de Gobernación y artífice de la reforma política que abrió cauces nuevos a la vida pública.

La dirección comunista, aquella que encabezó Arnoldo Martínez Verdugo, entendió que la legalidad abría no pocas posibilidades de crecimiento. A partir de entonces desplegó una política de alianzas que llevó al PCM a diluirse en el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), luego, éste, en el Partido Mexicano Socialista, donde se integró el Partido Mexicano de los Trabajadores, que dirigía Heberto Castillo, para, finalmente, participar con los neocardenistas en la fundación del PRD, siempre empleando el registro electoral conquistado por los comunistas, pues las autoridades priistas se negaron a reconocer a quienes se habían escindido del partido entonces oficial.

Pero entre 2012 y 2014 estallaron los conflictos internos, el perredismo se desfondó y empezó a morir con la salida masiva de sus miembros, quienes optaron por seguir a López Obrador en la fundación de Morena. Hoy, sólo resta inscribir en el sepulcro del PRD el epitafio: requiescat in pace.

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