Periodistas Unidos. Ciudad de México. 26 de febrero de 2023.- Años, una docena, tal vez un poco más, incalculable trabajo, insistencia que sabe perseverar, sigo, y sigo sin dominarlo.
Es un sarpullido que da comezón para irritar, a veces hasta sangrar, la memoria, mi pasado, tal vez tan apegado a su ADN, es por demás una arma de doble filo, tengo años sin esconder mi oscuridad, y poco menos sin esconderme yo de la misma. Mi ambición más grande, el pleno dominio de mis pensamientos, estos salvajes y a veces tan indomables, pensamientos míos.
¿El recuerdo como flagelo?
Ya a una edad suficiente para elegir con determinación los hábitos que me acompañarán el resto de mi vida, tomar enserio el pasado, presente como el futuro, en la máquina del tiempo en dónde me reflejo, dominación del mismo con autoridad, es mío, no me considero arrogante pero, ¿qué puedo crear si no abrazo el sin tiempo que es mi tiempo? Desprenderme de mi antigua piel me está costando la batalla más compleja y difícil de mi vida. “Dejar de ser yo para convertirme en quién quiero ser”, es mi éxodo, la liberación más genuina de mi vida.
No era consciente de la cantidad de recuerdos en los que estaba inmersa, mejor dicho, desconocía la cantidad de recuerdos dolorosos en los que estaba “nadando” casi “ahogándome” más bien, no fue hasta que abrí ese cofre del dolor que decía “estaba superado todo”, recuerdos diversos en todos mis tiempos hasta hoy, me he vuelto elitista, sí, elitista, sectorial, con mis propios recuerdos, no fue hasta después de dolerme hasta la médula, no fue hasta lograr la distensión de mi mente, era adicta al drama más soberbio, al dolor más agudo, era adicta a creer que era lo que me pasaba, me creía que era lo que me hacían los demás, llegué a pensar que mis heridas eran mapas, me equivoqué, en cada paso hacía la liberación y fluidez de mi existencia, el sabotaje era mi recaída, el sabotaje de mi memoria, de mis recuerdos, de lo que he contado y de lo que oculté. Después de eso, no más. No soy, no me hicieron, y que maravillosa experiencia poder mirar el espejo como ventana al inframundo y decir esa se murió en su auto flagelo, esa se rompió y la rompieron tanto que dejo de existir, es la primera vez que un asesinato me da tanto gusto, haber asesinado a la más grande víctima de mi vida, me produce placer.
¿Habían pensado que se podían asesinar así mismas (os) en el nombre del amor? Yo no, pero cuando lo descubrí, preparé mi asesinato con júbilo y placer, todo empezó con una desaparición fortuita, iba a mis pensamientos y volvía, veía cuál película mi vida y sentía de sentir con la piel abierta cada uno de mis sentimientos en cada uno de los capítulos. Si deje algo vivo se verá a través de la literatura, es en el único sitio en dónde podría recordarse tan peculiares historias de horror, tragedia y comedia hiriente. En este presente me respiro otra, la que determino ser, con hábitos que decidí que me acompañaran el resto de mi vida, con proyectos en los que seré la que ya asumí ser y con esta determinante cautela y elitismo de los recuerdos que construiré de ahora en adelante. Por supuesto que en mi experiencia no todo fue el exponencial dolor, como dije anteriormente, como buena elitista, elegí bien lo que me quedo y lo que me llevo, el haber asesinado a la que fui, me hizo ver y sentir el vacío que tengo por nutrir, N U T R I R.
¿Por qué cargue una estructura de dolor?
Creó que a la humanidad nos encanta lo fácil, el placebo del diario, esa adición a existir dentro de la corriente. No es hasta la dicotomía conciencia / inconsciente. Máscaras / Sin máscaras. Asumir que todas las máscaras nos las hemos puesto nosotros mismos, es ridículo, muchas máscaras nos la ponen los paradigmas sociales que asumimos por conformidad e inercia. ¿Incapaces a decir que no? Tal vez, más creo que es más la cobardía al desarraigo y la profunda soledad que puede lograr la genuinidad. No caber en el corral del matadero de identidades, sociedad ambivalente en su moral, no le queda más que evitar la responsabilidad individual, sin generalizar pues por supuesto existen sus grandes excepciones, podría nombrarme cazadora desde la observación de personajes contracorrientes, valientes y genuinos que asumieron no caber, no correr en la corriente, y que fueron y son precisamente ejemplos de un logro que sueño.
No hay un juicio contra la estructura, hay una toma de responsabilidad desde el digno egoísmo por salvar mi oportunidad de vivir la vida que quiero.
Decidir dejar de ser lo que se es para ser lo que se quiere ser, es como entrar a una incubadora, no se permiten recuerdos, por lo menos no los que son detonantes de lo que se es, la selección y codificación de los recuerdos es la parte más importante. Tenemos, todos tenemos recuerdos que detonan al ser que deseamos dejar atrás, cómo lo expreso en este artículo cuando me refiero a “el asesinato placentero”. Se vale quedarse con todos esos otros recuerdos que aceleran el crecimiento y promueven la homeóstasis espiritual, es razonable pensar que entonces hablamos de las batallas que elegimos, y esta de depurar recuerdos es tal vez el inicio de una genuina revolución, reconstrucción y reformación de nuestra identidad. Las cicatrices como los tatuajes son arte, sin embargo la carga de energía, de símbolos y emociones, es opcional, el significado se resignifica y en el momento que se desea se le da o se le quita el poder que generamos.
Quien al igual que yo ha solido ser adicto al sarpullido de la memoria, en la que hasta ahora aprendió a “vivir”, flagelándose con la memoria de las circunstancias, quién de pronto no supo cómo pero se le volvió un hábito creer que era su real todo lo que dolía en el presente, el pasado que creaba su futuro… Quién tomó muy enserio lo que los demás decidieron sembrar, asumiendo “la injusticia “ como un estilo de vida, quien de pronto la responsabilidad del sobre salto y la angustia la centran en episodios externos sin trabajo personal, porque simplemente es tedioso, abrumante, abrir el cofre como se abre una coladera, porque real lo que ocultamos tal vez sea un montón de suciedad que nos tiene presos detrás de las máscaras, tal vez, llegó el momento de vivir cada quién su éxodo con toda la responsabilidad que eso amerita.
Está girando mi cabeza, una y otra vez y es que habrá mucha información pero en la práctica vemos lo complejo… Quiero reproducir el regalo que llegó a mi, como una señal de magia, de la magia del compartir y sumar. Les recomiendo mucho el libro: “Dejar de ser tú “ de Joe Dispenza, recomendación a su vez que llegó a mi como un bálsamo pero también como un gran reto que asumí como parte del proceso pleno de mi éxodo personal.
Gracias en especial en este paréntesis, en este artículo a Alonso, por aparecer sumando.
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