Echeverría y La Caperucita Roja

Por Francisco Javier Guerrero

Periodistas Unidos. Ciudad de México. 01 de agosto de 2022.- A principio de los años setenta, sin que recuerde la fecha exacta, una joven amiga me dijo que ya no era posible tolerar el terror que se ejercía contra el pueblo mexicano y que contra ese mal era necesario responder con las armas. Varios días después su madre llegó a mi casa ya que la chica había desaparecido y no tenía idea en donde se encontraba. Yo también ignoraba su paradero. Posteriormente me enteré que esa muchacha se había convertido en guerrillera y había sido acribillada por el ejército en una región del sureste de México.

El terror como una política predominante en un Estado es por lo general coyuntural, aunque puede ser de larga duración como en los casos de varios países de Europa ocupados por las tropas nazis. Sin embargo, el poder no puede solidificarse si uno se sienta sobre las bayonetas, como decía el marqués de Mirabeau. En el siglo XX han existido Estados dinosauricos como los encabezados por los dictadores Leónidas Trujillo o Anastasio Somoza que utilizaban constantemente la violencia contra sus propios pueblos. También se presentaron déspotas modernizadores como los que encabezaron tiranías en el cono sur con objeto de aniquilar los movimientos populares y exterminar a muchos luchadores y luchadoras sociales.

Sin embargo, un Estado requiere en forma apremiante el consenso de sus gobernados y de ser posible su adhesión entusiasta; de lo contrario, los cimientos de su poder serán muy frágiles; en México, durante la década de los sesenta del siglo pasado, hubo una serie de movimientos populares que impugnaron severamente al régimen autoritario prevalente y entre esos movimientos el que tuvo el punto cimero fue el estudiantil de 1968, brutalmente agredido el 2 de octubre de ese año. Por lo demás no hay que olvidar las luchas de los maestros y médicos, así como los alzamientos guerrilleros en varios lugares de la republica mexicana.

Luis Echeverría Álvarez (LEA) arribo a la presidencia del país en 1970. A principios de esa década un grupo de intelectuales proclamó: “Echeverría o el fascismo”. Para ellos sí el Estado con su administración gubernamental continuaba con las prácticas represoras del gobierno anterior encabezado por Gustavo Díaz Ordaz, la nación caería en el abismo del fascismo y por ello había que apoyar a LEA que de inmediato se presentó como un legítimo heredero de espíritu juarista y de la herencia de Lázaro Cárdenas.

Una de las maniobras más eficaces que realizó LEA fue precisamente seducir a varios intelectuales famosos y además prohijar una efebocracia con objeto de lograr el apoyo juvenil a su gobierno, recordando que tanto los promotores ideológicos como los jóvenes habían sido decididos adversarios del genocida Diaz Ordaz; una meta sustancial del Echeverrismo consistía en la neutralización y la domesticación de la izquierda, al presentarse el mismo, como  un magnífico abanderado de las luchas populares no solo en México sino en varias partes del mundo. Con sus típicas artimañas sembró la confusión y provocó una multitud de resquebrajaduras entre los grupos de luchadores avanzados.

Lo que el Echeverrismo no combatía era las mismas causas que habían originado el gran descontento popular en muchas décadas anteriores. En el país la explotación económica y la opresión política y cultural habían devenido protuberantes, la democracia representativa brillaba por su ausencia y el subdesarrollo nacional era cada vez más pronunciado. En la época de LEA la luna de miel con los grandes empresarios llegó en muchos momentos a la cúspide, pese a notorios conflictos que el presidente tuvo con varios magnates como los que dominaban la economía regiomontana.

LEA impulso una redistribución más equitativa del ingreso y en política exterior se mostró como aliado del presidente socialista Salvador Allende y con frecuencia mostraba su simpatía por la Revolución cubana. A este respecto, recuerdo que el gobierno tuvo el tino de asilar a muchos exiliados chilenos que impulsaron la educación y las culturas nacionales, pero tampoco me olvido de que yo y varios compañeros de la causa chilena le pedimos al Secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, que no solo se asilara a los chilenos, sino a miembros de otras nacionalidades que se hallaban en la patria de Pablo Neruda cuando sobrevino el golpe militar de 1973. Nuestras peticiones no fueron aceptadas.

Quienes realmente abogaban por la resolución de los grandes problemas nacionales fueron ferozmente reprimidos y por ello comenzó la llamada “guerra sucia” que fundamentalmente consistió en un combate abierto y de vocación genocida contra multitud de movimientos populares y muchos de sus principales dirigentes. Más que proclamar “Echeverría o el fascismo” los jóvenes de entonces proclamamos “Echeverría y el fascismo larvado”. Quienes éramos miembros de agrupaciones izquierdistas éramos constantemente hostilizados, vigilados, y en muchas ocasiones amenazados de muerte.

Indudablemente LEA intento lograr diversas bases de apoyo en sectores del pueblo mexicano y lo consiguió parcialmente, pero, a fin de cuentas, los aspectos más tétricos de su gestión tuvieron mucho más peso que los positivos. LEA fue el lobo populista disfrazado de abuelita que pretendía engañar a la Caperucita Roja, o sea, a la sociedad mexicana. Pero ya estamos en 2022 y las caperucitas y  los caperucitos están mucho más avispados y politizados; la experiencia histórica  a infundido una madurez mayor a los habitantes de este sufrido país, aunque todavía nos falta mucho camino por recorrer para establecer una auténtica democracia donde las principales tomas de decisiones sean de uso corriente entre la gran mayoría de los mexicanos tanto los que se encuentran en el territorio nacional como los que se encuentran fuera de él principalmente los que están en los Estados Unidos de América. Como apunta Luis Hernández Navarro (La Jornada, 12 de julio de 2022), LEA pasa a la historia no por lo que aparento ser sino por lo que realmente hizo.

 

 

 

 

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