Periodistas Unidos. Ciudad de México. 16 de julio de 2022.- Como presidente de la República, Luis Echeverría Álvarez (LEA) desplegó una intensa política internacional que lo llevó a establecer relaciones con la República Popular China; tuvo acercamientos con otros países socialistas, mejoró los nexos con Cuba y de varias maneras respaldó al gobierno socialista de la Unidad Popular de Chile. Al ser derrocado y asesinado Salvador Allende por el golpe militar, México ofreció una plausible solidaridad a los perseguidos por el dictador Augusto Pinochet y lo mismo hizo Echeverría con miles de acosados por otras tiranías sudamericanas, a quienes les dio asilo y ayuda en México o en nuestras representaciones diplomáticas, como ocurrió en la de Buenos Aires, donde se mantuvo protegido al expresidente Héctor Cámpora.
LEA promovió la aprobación en la ONU de la Carta de Derechos y Deberes de los Estados, que no llegó a tener la importancia ni la vigencia que él le atribuyó, pero que fue una manera de buscar la Secretaría General de las Naciones Unidas, anhelo que se frustró al terminar su sexenio en medio de una crisis de todo orden.
En política interna, entre sus logros se cuentan la fundación del Conacyt, el IMCE, el Infonavit, el Colegio de Bachilleres y la UAM, así como un considerable aumento al presupuesto de la UNAM, que permitió la creación del CCH. Con los canales 7, 13 y 22 constituyó la empresa estatal Imevisión. Hizo surgir centros turísticos como Cancún y Los Cabos, puso en servicio el puerto de Lázaro Cárdenas-Las Truchas y promovió la conversión en estados de los territorios de Baja California Sur y Quintana Roo. Su desordenada política económica llevó el peso a una gran devaluación y a que la deuda externa se multiplicara por cinco.
Al comenzar su sexenio anunció una apertura democrática que permitió una breve, pero importante ampliación de la libertad de prensa —no de la radio ni de la televisión—, pero el ejercicio de esa libertad realizado por el diario Excélsior, entonces dirigido por Julio Scherer, acabó por exasperarlo y promovió el golpe del 8 de julio de 1976, lo que motivó la salida de este diario de 300 periodistas, entre los cuales estaban Octavio Paz, Gastón García Cantú, Daniel Cosío Villegas y otros intelectuales de altos vuelos.
Durante el movimiento estudiantil de 1968, como secretario de Gobernación, asumió la responsabilidad por el bazucazo contra la puerta de la Preparatoria 1 y, uno o dos días antes de la matanza del 2 de octubre, ordenó instalar cámaras que filmaron lo ocurrido en la Plaza de las tres Culturas, pero, en el mismo lugar, elementos militares se apoderaron de las cintas que años después aparecieron en la casa de LEA, donde las proyectaba a sus invitados.
El 10 de junio de 1971 lanzó al grupo paramilitar de Los Halcones contra una manifestación estudiantil con un saldo indeterminado de muertos, de lo que acusó a Alfonso Martínez Domínguez, regente de la Ciudad de México. Destacados intelectuales le creyeron y lo arroparon, pero, al no aclarar lo ocurrido, esos personajes le fueron retirando su respaldo.
En septiembre del mismo año, al ocurrir el Festival de Avándaro, obligó a todos los medios de comunicación, impresos y electrónicos, a publicar solamente la versión de la Presidencia y sólo autorizó otras que coincidieran con ella, según la cual, aquello había sido una orgía masiva, lo que fue una canallesca pero exitosa mentira, que al desprestigiar a la juventud le permitió desviar las críticas.
Durante su sexenio, se crearon o fortalecieron partidos independientes, a los que impidió que obtuvieran registro electoral. La cerrazón política empujó a numerosos jóvenes a la lucha guerrillera, la que fue respondida por el gobierno con detenciones masivas, tortura contra hombres, mujeres e incluso niños; así como el desalojo y la destrucción en Guerrero de poblados enteros. Entre las formas de asesinato practicadas por las fuerzas represivas estuvo el lanzamiento al mar de guerrilleros o meros sospechosos que eran echados sobre bancos de tiburones.
Todo ese horror del que fue el principal responsable, y no la parte constructiva de su gobierno, es lo que se recuerda de aquel criminal que no tuvo empacho en traicionar a México y servir a la CIA, que le asignó el nombre en clave de Litempo-8. La historia pone a cada quien en su lugar.